CIENCIA › DIáLOGO CON DIEGO GOLOMBEK, BIóLOGO ESPECIALISTA EN CRONOBIOLOGíA
Esta vez el jinete asiste a una auténtica celebración, al placer de sumergirse en el tiempo, al placer de reencontrarse, al misterio de aquello a lo que Agustín de Hipona contestaba: “¿Qué es el tiempo? Cuando no me lo preguntan, lo sé. Cuando me lo preguntan, no lo sé”.
› Por Leonardo Moledo
–Digamos que esto antes que todo, es una celebración.
–Mientras no termine igual.
–Ya no se ven películas de dogma, ¿no?. O por lo menos que yo sepa. Pero fin de año es una buena ocasión para la cronobiología, para el tiempo interior.... Contáme sintéticamente qué es eso.
–La cronobiología es la biología de Cronos, el dios del tiempo.
–Viene bien para fin de año.
–Claro, es el momento en que todos pensamos en el tiempo: el que pasó, el que viene. Básicamente, lo que estudia la cronobiología son los ritmos y relojes biológicos. Nosotros somos relojitos andantes; tenemos un pedazo de cerebro que funciona como un reloj que le dice al cuerpo qué hora es: a qué hora estar despierto, a qué hora dormirse, a qué hora tener hambre. Cuando se altera esa relación entre el reloj interno y el reloj que está en el mundo (el de la Tierra que gira alrededor de su eje), se produce un desfasaje que tarda varios días en superarse. Por ejemplo cuando se vuela atravesando husos horarios, o cuando se trabaja de noche, al reloj le cuesta adaptarse a un mundo cambiante. Por otro lado, la respuesta del cuerpo a cualquier estímulo cambia de acuerdo a la hora del día: no es lo mismo tomar una aspirina en un momento del día que en otro, y eso define lo que se llama cronofarmacología, es decir, a qué hora se toman los fármacos para que el efecto sea el deseado.
–¿A qué hora conviene tomar una aspirina?
–Bueno, el problema de la mayoría de los fármacos no es sólo lograr el efecto deseado (en el caso de la aspirina, aliviar el dolor de cabeza), sino evitar el efecto indeseado (tener algún trastorno gastrointestinal). Para disminuir los efectos tóxicos de la aspirina es mejor tomarla durante la noche que durante el día, porque los efectos no deseados son mínimos con respecto a los deseados.
–No sé si te voy a hacer caso.
–Hace mucho que predicamos en el desierto temporal. La cronobiología tiene muchísimas aplicaciones: a nivel laboral, ayuda a predecir en qué momento uno va a rendir mejor, se va a equivocar menos, va a tener menos accidentes; aplicaciones en la medicina del sueño: todo el mundo tiene algún tipo de trastorno del sueño, obligado por una sociedad que fuerza el reloj aunque uno no esté preparado...
–¿Y qué pasa con la duración del día a distintas latitudes?
–Bueno, en realidad lo que varía es la duración relativa de las fases de luz y oscuridad. En latitudes más ecuatoriales es bastante estable, pero a medida que nos alejamos es cada vez más variable. En Buenos Aires varía relativamente poco, aunque lo sentimos. Si uno se va más al sur, o al norte (a los polos, a los países escandinavos) hay una variación estacional enorme que se siente muchísimo en los organismos, particularmente en el invierno. Cuando disminuye la cantidad de horas de luz por día de manera crítica, el cuerpo detecta que algo está pasando y se prepara como si fuera para una especie de hibernación. Pero en nuestro caso, que no somos bichos hibernadores, muchas veces esa preparación se vuelve un estado patológico. Hay un tipo de depresión, la depresión estacional, que ocurre justamente en invierno y tiene todos los síntomas de la depresión. Ese tipo de depresión estacional tiene una ventaja, que es que puede ser tratada sintomáticamente con lo que le falta al cuerpo en ese momento: la luz. Sirve para la depresión estacional, sirve para poner en hora un reloj que se fue de hora...
–A ver...
–Imaginate que te mudaste a otra longitud, hacia el este o el oeste: la mejor forma de adaptarse es utilizando la luz. Te digo más: nuestro reloj biológico está preparado para un mundo que ya no existe. Está preparado para un mundo que tiene días y noches muy marcados, en los que la puesta del sol indica claramente el momento de meterse en la cueva y dormir, y la salida del sol, el momento de ir en busca del sustento. Está preparado para un mundo en el que hay estaciones marcadas (de plantación, de caza): noso-tros hemos superado esos condicionamientos naturales a base de luz artificial, aire acondicionado, cosechas anuales.
–Se me acaba de romper el aire acondicionado.
–Bueno, tu reloj biológico está mejor preparado para no tener aire que para tenerlo... Si escucharas a tu reloj, no te quejarías tanto. Es interesante esa tensión que hay entre un reloj que espera que se apague la luz y un humano que la prende.
–¿En el reloj el ciclo es de 25 horas?
–Bueno, si uno pone a una persona o un bicho sin pistas temporales (por ejemplo, en un lugar con luz y temperatura constante) lo que se expresa es el ciclo del reloj endógeno. Y lo que se ve en la mayoría de los casos es que ese reloj no tiene exactamente 24 horas sino aproximadamente: de ahí el nombre circadiano (circa diem: cerca de un día). Esa duración del ciclo biológico depende de la especie. En los humanos es un poquito más de 24 horas, más o menos 24,5 horas. ¿Qué quiere decir esto? Que si no tuviéramos pistas para poner en hora el reloj, nos pasaríamos media hora. Lo cual hace, en 20 días, 10 horas. Con lo cual al salir de nuestra hipotética cueva pensando va a ser de noche en vez de día. Y lo más probable es que nos encontremos con cosas que no esperamos encontrarnos con la luz. Poner en hora en reloj, es fundamental.
–¿Por qué pasa eso?
–Uno podría pensar que el reloj podría tener cualquier ciclo siempre y cuando sea sincronizable al mundo. Si apareció en algún momento un bicho que tenía un ciclo de 25 horas y que podía adaptarse a 24 horas, para la selección natural ya no importa más. Ahora bien, si aparece un mutante que tiene un ciclo de 28 o 29 horas endógeno que no se puede sincronizar, ese bicho desaparece.
–¿Y la evolución del ciclo a lo largo de la vida? Porque uno ve a los adolescentes y tienen el ciclo completamente desfasado...
–Más allá de las generalidades de la ley cronobiológica, hay muchas diferencias interindividuales en torno a la preferencia horaria. Hacéme el favor, jinete hipotético, de ponerte en la piel de un búho hipotético...
–Mmmmm... Difícil...
–Hacéme el favor...
–Me conocés demasiado...
–Un búho que tiene preferencia a hacer las cosas en horarios nocturnos. (Sabé que vos sos un búho... como opuesto, a las alondras, que se despiertan temprano por la mañana y sienten sueño por la noche.) La mayoría somos más o menos neutros, pero esa tipificación búhoalondra va cambiando a lo largo de la vida. Los adolescentes tienden a tener las agujas apuntadas hacia más tarde. Entonces uno tiende a pensar que los chicos hacen todo más tarde por una cuestión cultural: porque van a bailar tarde, porque chatean, porque salen con amigos. Eso es cierto, pero viene sostenido por un criterio biológico, que es que su reloj está desfasado. Que el colegio secundario empiece a las 7 y pico de la mañana es estúpido, porque los chicos están dormidos y empiezan a despertarse más tarde. Si seguimos el ciclo, en las personas más ancianas ocurre lo mismo. Habitualmente se dice que las personas viejitas necesitan dormir poco, pero eso no es así. Lo que ocurre es que sienten sueño más temprano (se volvieron más alondras), pero socialmente no está bien irse a dormir a las ocho de la noche. Entonces se acuestan un poco más tarde y se despiertan más temprano, porque su reloj está más corrido hacia la alondra. Por eso se supone que duermen menos.
–¿Y pensándolo evolutivamente?
–Bueno, es muy especulativo. Yo podría pensar que mucho de lo biológico se juega en la búsqueda reproductiva y en el entrenamiento para la búsqueda reproductiva, y los humanos no están ajenos a eso. Yo podría pensar que el levante, el ir a bailar, es parte de ese entrenamiento reproductivo. Lo que ocurre muchas veces en la naturaleza es que los individuos juveniles no tienen acceso a las hembras, con lo cual tienen que arreglársela merodeando, viendo qué ligan. Una posibilidad es que el ligue no sea solamente una cuestión espacial sino también temporal, lo cual implica que depende, por ejemplo, de que el otro se vaya a dormir, o cuando no esté en vilo cuidando su harén. ¿Qué pasaría si el hecho de que los juveniles ocupen otra franja temporal tuviera que ver con la posibilidad de acercarse al sexo opuesto en forma de práctica o en forma reproductiva propiamente dicha? Creo que es algo que se puede pensar tranquilamente. Hay ahí toda una mescolanza, en principio, de lo cultural con lo biológico y con lo evolutivo. Y eso es interesante, porque somos una mezcla. Hay biólogos deterministas que se ponen contentos cuando se encuentra, por ejemplo, el gen que hace que nos levantemos temprano. Lo cual implica reconocer que la única razón por la cual nos levantamos temprano es biológica. Desde las llamadas humanidades, se piensa en el otro extremo: todo es ambiente, todo es educación. Creo, no obstante, que de a poco se ecnuentra un punto medio que puede explicar todo un poco mejor.
–Lo que pasa es que en este punto se mezcló la sociobiología con argumentos muy reaccionarios, con el biologicismo extremo.
–Bueno, pero ahí hay también un equívoco histórico. El famoso capítulo del libro de Wilson, que puso en algunas ediciones y en otras no, no desmerece la obra del autor, que es excelente. En ese capítulo daba ejemplos de castas que ponían los pelos de punta.
–Bueno, pero también hay posturas como pensar la violación como estrategia reproductiva, con lo cual las mujeres deberían vestirse recatadamente...
–Eso es muy propio del protestantismo yanqui.
–¿Algo más que me quieras contar?
–Hay un campo dentro de las neurociencias, que no es mi tema pero me interesa, que es la neurociencia cognitiva: cómo comprendemos, cómo funciona nuestro cerebro para entender el mundo, cómo se incorporan las emociones. Es un campo prácticamente inexistente en Argentina, porque las escuelas psicológicas suelen ser puramente clínicas. Sin embargo, la neurociencia cognitiva, creo, va a ser clave dentro de diez años: la estimación de tiempo.s cortos.
–El tiempo es un tema estremecedor.
–Es el tema. El tiempo como bien social, el tiempo cultural, el tiempo biológico. Hay un libro fascinante, Una geografía del tiempo, en el cual el autor viajó por el mundo estudiando qué se utilizaba como marcapasos temporal, e hizo un ranking de las ciudades más rápidas, más precisas, más lentas, más imprecisas. Las ciudades latinas quedaron entre las más imprecisas. Lo interesante son los experimentos que el autor pensó en hacer: uno de ellos era ir al correo con un billete de alta denominación (uno de 100 acá), pedir una estampilla simple y ver cuánto tardaba el que lo atendía en darle el vuelto, darle la estampilla.
–Bueno, ¿te gustó esta celebración?
–Me encantó.
–Feliz Año Nuevo, entonces (abrazo).
–Feliz Año Nuevo (abrazo).
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