Mié 30.11.2005

CIENCIA  › DIALOGO CON LA ANTROPOLOGA PAULA SIBILIA

Las condenas diarias de la tecnología

Con la genética, la clonación, la inteligencia artificial, los celulares e internet no sólo cambian las nociones de vida, muerte y distancia. Se alteran también los sueños y deseos, así como la concepción misma de ser humano.

› Por A. G.

La cárcel de la realidad no está hecha de barrotes de acero o paredes porosas que marcan el encierro. Sus muros son más inasibles y cotidianos, y se levantan cada vez que se toma algo por dado, naturalizando lo históricamente construido. Ocurre con los avances de la ciencia y los productos de la técnica tomados hoy como naturales e internalizados como cosas de todos los días. Y ocurre también cada vez que se esquiva la tarea de cuestionar lo férreamente asentado y disecar el presente. La dirección opuesta es tan ambiciosa como esquiva, y se orienta hacia el pensar el mundo examinando procesos menos visibles pero aún así, existentes. Ese es el caso de la antropóloga argentina Paula Sibilia (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil), autora de El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales (Fondo de Cultura Económica) en el que se sumerge en las bases filosóficas de la tecnociencia contemporánea y pone la lupa sobre las marcas que inflige el auge de la biología y la informática en la subjetividad humana.
Mejor lo cuenta usted: ¿de qué trata el libro?
Es una reflexión bastante amplia sobre cómo las nuevas tecnologías, en especial dos áreas de la tecnociencia, la teleinformática y las nuevas ciencias de la vida (genética, neurociencia, biología molecular), y sus descubrimientos recientes están afectando en la última década la forma en que pensamos la vida, la naturaleza y el cuerpo, y también, nuestra concepción de ser humano.
¿Y cómo analizó eso?
Mi estrategia fue contrastar el momento contemporáneo con la modernidad y, a pesar de las continuidades, intenté subrayar las rupturas, enfatizar lo que hay de distinto entre las dos épocas en lo que refiere a las máquinas y al cuerpo. Así hago un recorrido por la transición entre la metáfora del “hombre-máquina” (la figura del sujeto robotizado, mecanizado, el mundo como máquina y reloj, las leyes mecánicas como formadoras del universo) y otro conjunto de metáforas que ahondan más en lo digital que en lo mecánico y analógico. Las metáforas mecanicistas para pensar el cuerpo humano están perdiendo fuerza y cediendo terreno a imágenes y metáforas nuevas que vienen con el paradigma de las tecnologías digitales.
¿Por ejemplo?
Un ejemplo bastante claro es el código genético, la idea de un programa de instrucciones comandando el cuerpo humano y definiendo lo que es cada uno; como si fuera un software, como si nuestro sistema operativo fuese el ADN.
Más o menos la idea de máquina está todavía presente ahí, casi escondida.
Sí, pero las máquinas actuales no son las máquinas “clásicas” de las fábricas, como en esas donde Chaplin se metía en los engranajes. Esas máquinas eran puro hardware, todo hierro y poleas. Las máquinas contemporáneas digitalizadas tienen software, o sea, están animadas por un programa o instrucciones. El cuerpo humano, la vida y la naturaleza se empieza a pensar como una máquina de este tipo.
¿Cómo se filtran estas metáforas? ¿Cómo circulan?
Hay una dispersión constante a partir de los medios de comunicación, los anuncios de nuevos descubrimientos sobre el código genético, clonación, transgénicos, inteligencia artificial, las nuevas versiones de los dispositivos (celulares, palms, acceso y conexión a internet).
Que se naturalizan...
Exacto. Forman parte del paisaje, nos volvimos compatibles con esas máquinas. Hasta incorporamos los gestos inconscientemente, como actos reflejos.
Y ni hablar de la adopción de palabras en el vocabulario cotidiano.
Sí, usamos cotidianamente palabras como “descargar”, “ponerse las pilas”, “enchufarse”, “colgarse”.
El ejemplo perfecto de nuestra dependencia de la tecnología es cuando se corta la luz. Uno se siente totalmente desamparado.
Lo cómico es que uno sabe que se cortó pero aún así uno tiene el impulso por prender la luz, el ventilador. Todo eso está tan naturalizado y forma parte del paisaje como antes era el mundo industrializado y antes de eso la idea de la naturaleza encantada, divinizada, sacralizada de la Edad Media. Es como si fuesen narraciones cosmológicas, relatos del mundo y del hombre, que estarían mutando.
¿Pero hay continuidades entre la noción del mundo mecanizado y el actual?
Bastantes. Todavía seguimos siendo cuerpos disciplinados, dóciles y útiles como decía Michel Foucault. Pero hay algunos cambios. No somos exactamente eso. El auge de la genética y el desciframiento del código genético contribuyó a expandir esa retórica. Una metáfora que está operando actualmente es la de la vida como información. Viene de mediados del siglo XX con el descubrimiento de la forma helicoidal del ADN por parte de Watson y Crick. Pero para que esta idea pasara al sentido común demoró bastante tiempo. Ahora para nosotros es cosa de todos los días.
¿En dónde se ve eso?
En los discursos alrededor de las terapias genéticas y en el auge del determinismo genético más grosero en los medios de comunicación. Es como si todo fuese genético y todo estuviera determinado por un gen. Vos sos así porque tenés o no tal gen. Es como si fuese el horóscopo. La diferencia con el zodíaco es que el sueño de esta tecnociencia estaría en que se va a poder cambiar, reprogramar.
Es una reactualización del dilema entre el peso del ambiente y lo dado.
Hay una tendencia biologizante muy fuerte. La diferencia es que el hecho que sea genético ahora no implica que sea indeleble.
En la introducción de El hombre postorgánico dice que se está terminando la edad del hombre, ¿a qué se refiere?
Todos estos discursos sobre lo posthumano, lo postorgánico, la postevolución de los últimos años que aparecen en el ámbito académico, en el arte, la literatura, se basan en el discurso del cuerpo obsoleto y del hombre como algo limitado. Lo que impera se podría definir como la “tiranía del upgrade”: la constante necesidad de mejorar la condición humana, potencializarla, superar los límites que son relativos a la configuración orgánica del cuerpo humano tanto a lo espacial –de ahí la importancia de los celulares (estar siempre conectado a las personas) y de internet (tener acceso al mundo) que eliminan las distancias– como lo temporal –la lucha contra el envejecimiento, las enfermedades, contra la muerte–. Son discursos que tienen mucha resonancia. Indican inquietudes presentes.
Lo que está diciendo es que con la tecnología actual no sólo cambia nuestra forma de contacto con el mundo sino también la imagen que tenemos de nuestro cuerpo, ¿no?
Claro. Ahora se están generando otro tipo de cuerpos, más ávidos que disciplinados. Sería otro perfil subjetivo el que sería privilegiado, estimulado. Es un cuerpo también ansioso, superexcitado, incitado a consumir constantemente, un cuerpo que quiere siempre algo nuevo, experiencias extremas, lo cual antes estaba mal visto. Eso se ve en las características que se buscan en el mercado laboral: no es el sujeto responsable, capaz de cumplir horarios, disciplinado el que más se cotiza en la sociedad contemporánea. Lo importante son otras habilidades como la flexibilidad, la agilidad mental, la buena imagen, la simpatía. Es otro tipo de sujeto.
Y todo esto a causa de las tecnologías que no son inocentes...
No son neutras mejor dicho. No todas las sociedades se someten a ellas de la misma manera. Son fuerzas construidas históricamente. Eso no quiere decir que sean determinantes, pues hay formas de escapar y resistir.
Aunque siempre aflora lo que usted llama la “tiranía del upgrade”.
Sí, una incitación constante a actualizarse, si no uno queda viejo, obsoleto, anacrónico, anquilosado. Uno siempre tiene que estar al tanto de las últimas novedades, las últimas noticias. A esto se le suma que uno siempre tiene que ser joven y ágil porque si no uno queda relegado. En la publicidad y el marketing lo que más se valora es ese tono juvenil; como si la creatividad fuese una cualidad de la juventud únicamente. Es el modelo de felicidad actual.
¿Cambia la noción de confort que siempre estuvo asociada a la tecnología?
Va cambiando de forma. Antes lo confortable era quedarse en casa, protegido del mundo. Ahora probablemente el confort sea otro: es tener acceso a información de todo tipo todo el tiempo, acceso a sensaciones nuevas. La gran distinción contemporánea no sería poseer cosas sino tener experiencias únicas, ser un coleccionista de sensaciones.
Y por ende también cambia la idea de intimidad. Eso se ve un poco en el auge de los blogs o cuadernos personales en internet.
Junto a la omnipresencia de los reality shows, los blogs, fotologs o videologs son parte de un mismo fenómeno que gira en torno a mostrar la intimidad. Es también un cambio de perfil subjetivo. La idea de intimidad y privacidad es algo relativamente nuevo en la historia de occidente: tiene dos siglos solamente. Se terminó de configurar a principios del siglo XX con la necesidad de tener un cuarto propio –donde el yo se desarrolle– donde protegerse del ambiente público, cada vez visto como más amenazante. Eso estaría en crisis. Es como si esa intimidad oculta estuviera secándose y migrando hacia la superficie de la piel: uno es no tanto ese yo interior si no lo que uno muestra con el cuerpo, con el cuerpo, la forma de vestir. “Si no me ven en una pantalla, no existo”, sería la idea en boga.
Tristemente, tanto como que no tenemos más espacio

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