CIENCIA › AUGUSTO TROMBETTA, LINGÜISTA
› Por Leonardo Moledo
–Me parece que nada es más apropiado para un diálogo que un café que se llama Sócrates, así que podemos empezar sin bajada, ni nada. Bueno, ¿en qué trabaja? ¿Cuál es su tema de investigación?
–Acá en la UBA, en un proyecto que tiene que ver con el léxico en la enseñanza. Es un proyecto de investigación aplicada, que estudia la vinculación entre la lingüística y la enseñanza. Desarrollamos pruebas de aplicación en chicos de distintas zonas (conurbano bonaerense, Capital Federal), todo relacionado con lo que sería teoría lingüística y cómo el desarrollo léxico revierte positivamente en comprensión lectora y también producción.
–¿Dónde están el léxico y las estructuras gramaticales?
–Van juntos. Muchas veces la conceptualización que se tiene de una lengua es simplemente el diccionario, un conjunto de palabras. Pero en rigor hay una estructura, por un lado, y una lista de palabras por el otro, indisolublemente unidas. En rigor, no hay palabras sin estructura.
–¿Y cómo hacemos para hablar tan veloz e intuitivamente, para tener acceso tan rápidamente a las estructuras gramaticales asociadas a esos conceptos?
–La verdad es que sabemos tan poco del cerebro que es difícil contestar. Las teorías más modernas aceptan que hay mecanismos mentales de naturaleza automática, tan automática como, por ejemplo, calcular distancias. Eso lo hacemos porque el mecanismo de la vista está preparado para eso. El mecanismo de la lengua, en este sentido, está preparado para articular y entender estructuras oracionales verdaderamente complejas en muy poco tiempo.
–Bueno, y volviendo a los experimentos que hacen: ¿hay muchas diferencias entre clases sociales?
–Los resultados no son tan simples como uno supone. Hay diferencias. Pero uno no podría solamente vincular eso con la cuestión de la estratificación social. Porque el proceso educativo por el que llegan al punto en que tomamos la prueba puede no ser el mismo. No se cumple de igual manera en las diferentes escuelas, o en los diferentes lugares. Hay más factores que influyen. La lógica que queremos imponer en nuestro proyecto de investigación es que el trabajo de lengua no es solamente de la materia lengua. La lengua está en las ciencias, en las matemáticas, en las ciencias sociales. El manejo del lenguaje tiene que ver con el conocimiento en general.
–Y también con lo que se habla en la calle.
–Claro, pero eso es un punto de arranque. El punto es que no todos los profesores piensan su asignatura como una materia que tiene que ver con el lenguaje. No digo que se tome en todas las materias al lenguaje como objeto de indagación, pero sí que se les inculque a los chicos esta idea de manejar reflexivamente el lenguaje: interpretar la información gramatical y conceptual, contextualizarla, ver si es coherente.
–Eso en la universidad... ¿Y en el Cedes (Centro de Estudios de Estado y Sociedad)?
–Trabajo en el área de educación superior; en una investigación sobre la caracterización sociocultural de los estudiantes terciarios.
–¿Y qué pasa ahí?
–Nada malo. La idea es ver por qué los chicos estudian lo que estudian. Lo interesante es ver las diferencias que hay entre los chicos. Por ejemplo, en el profesorado hay una variedad de motivaciones muy interesante, según el tipo de institución a la que el chico va.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo uno se encuentra con que los chicos que entran a los profesorados de enseñanza primaria o preescolar manifiestan que les gusta la enseñanza, trabajar con chicos. Pero de una manera muy consistente metían cuestiones de carácter social: “Si hay una forma de cambiar la sociedad, es a través de la enseñanza”. Es decir que como motivación personal colocaban una de carácter fuertemente social. Pero esa motivación no estaba presente en los chicos de enseñanza secundaria: ahí aparecen cuestiones más del tipo “me gusta la literatura”, “me gusta la matemática”...
–¿Y por qué estudian el profesorado y no la universidad?
–Muchas veces (esto ya me costó algún malentendido), el profesorado es una red donde va el que se cayó de la universidad. Puede ser por la dificultad, o por la burocracia, o por lo que sea. El profesorado les ofrece a los chicos una segunda alternativa.
–¿Tienen miedo a la universidad?
–No, no me encontré con esa idea, con la idea de que la universidad es difícil. Porque el profesorado también es difícil. Pero tiene algunas ventajas comparativas que la universidad no tiene: por ejemplo, es más fácil armarse rutinas.
–Hay un fenómeno que a mí me sorprende, que es la cantidad de gente que estudia carreras como Filosofía, o Letras, que son carreras que parece que no tuvieran ninguna aplicación práctica posterior.
–Ahí hay algo que hay que tener en cuenta. Las carreras de Filosofía y Letras son, de una manera muy consistente, segundas carreras para mucha gente. También hay chicos que vienen de tener un título técnico (periodismo, por ejemplo) y que hacen alguna carrera para complementar. Será aproximadamente un 10 por ciento. Lo otro a tener en cuenta es que los conocimientos que se aprenden acá no envejecen. Los paradigmas no cambian tan rápidamente: la gramática no cambia de un año a otro año; la teoría literaria tampoco.
–¿Entonces?
–Estos estudios tienen una llegada que no es la de la inmediatez, la de lo práctico. No es necesario hacer la carrera rápido para insertarse en el mercado laboral, por ejemplo.
–Yo había pensado que tal vez tenía que ver con la desorientación general de la sociedad. Sobre todo en el caso de la filosofía. En una sociedad que no sabe bien cuáles son sus valores...
–Tampoco somos tantos acá...
–Pero la carrera creció mucho.
–Sí. Pero tampoco tenemos que tener una lectura única sobre el asunto. La gente que yo conozco de la carrera de Filosofía es de una inteligencia atroz: cultiva un perfil bastante particular dentro de lo que son los estudios universitarios. Lo de la desorientación me parece inteligente; pero lo que quiero decir es que no creo que la carrera de Filosofía resuelva nada a nuestra desorientación.
–Pero yo pienso que, por ejemplo, cuando el marxismo era una doctrina que lo explicaba todo...
–El estallido posmoderno de los paradigmas contemporáneos lleva un poco a esa desorientación. No está más el marxismo que explicaba todo. Creo que desapareció con la muerte de Sartre: el entierro del último sistema filosófico completo del siglo XX. Tal vez es una exageración mía. Pero esa desaparición de los sistemas también trajo de la mano una recuperación de la investigación más empírica: ¡repensemos todo!
–¿Estamos en una situación parecida a la que se produce cuando se derrumba el pensamiento aristotélico?
–¡Qué lindo sería eso! Pero ahí vino el racionalismo... ¿qué tenemos nosotros?
–El posmodernismo parece estar en retroceso.
–¿Pero qué tenemos para reemplazarlo? El posmodernismo retrocede. Lo que van quedando son charcos. No hay unión entre esos charcos. Gregorio Weinberg decía que lo que esperaba de las nuevas inteligencias era poder crear vínculos entre las cosas que estaban desperdigadas. Estamos muy especializados, entendemos muchas cosas, pero no es sistemático.
–Yo lo que siento es una especie de neorracionalismo que asoma.
–En el ámbito de la lingüística lo que hay es una gran especialización, con charcos que no se tocan entre sí.
–Pero que la lingüística esté asociada con las neurociencias, por ejemplo...
–Es que ése es un charco. El otro es el que pone al lenguaje al lado de la antropología, al lado de la sociología. De momento se plantean como inconciliables.
–Lo que pasa es que dentro de la desorientación hay como una disputa entre el relativismo cultural a ultranza y una especie de racionalismo universalista.
–Bueno, ésa es la discusión de fondo. Cómo integrar dos cosas que, a primera vista, parecen incompatibles. Y posiblemente no lo sean. Fíjese que todos los trabajos apuntan a buscar universales, ya sea del lenguaje como de la cultura o la conducta. Incluso la antropología, ciencia relativista por excelencia, busca universales. En lingüística, por ejemplo, todo el relativismo que viene de la mano del estructuralismo no impidió la búsqueda de universales para comparar tipos de lenguas. Es decir que dentro del paradigma relativista también apareció la búsqueda de universales.
–Estamos en un mundo globalizado, y dentro de ese mundo lo que se enfatiza, finalmente, es la particularidad.
–Sí, es una situación paradójica.
–Uno puede pensar que eso ocurrió en otras épocas históricas. Por ejemplo, un campesino feudal estaba globalizado por la Iglesia, pero encerrado en su feudo.
–Claro, su vida empezaba y terminaba ahí.
–Lo que pasa es que no sé si el sujeto moderno soportará eso.
–Eso es lo que nos cuesta entender de las culturas orientales. Francisco Romero tiene un trabajo llamado “Hipótesis sobre las culturas” en el que propone la siguiente caracterización: el Occidente como la cultura del yo; la cultura india, donde la idea es el nosotros; y la cultura china, donde la idea es el todos. Nuestro yo pensante occidental (que no es otra cosa que el ego cogitans cartesiano) no se permite tan fácilmente pensar la globalidad.
–Creo que ése es, indudablemente, un problema argentino.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux