› Por Fortunato Mallimaci *
Hace cuarenta años la sociedad francesa vivía una profunda conmoción a nivel estatal y de la sociedad. Miles de personas volvían a ocupar el espacio público para exigir mayores libertades y derechos. Estudiantes, profesores, obreros, funcionarios y profesionales desafiaban la tranquilidad dominante ocupando calles, universidades, fábricas y ministerios reclamando nuevas liberaciones no sólo económicas, sino también culturales, sexuales y religiosas.
El Mayo francés del ’68 cuestiona no sólo al Estado y a la sociedad política del momento, sino también a la cultura dominante y la manera en la cual se produce y transmite el conocimiento. Se exige participación de otros sectores sociales –estar junto al pueblo y los trabajadores–, transparencia en la vida pública y académica, otros medios de comunicación que den cuenta de esas nuevas libertades y profunda imaginación para dar otro sentido a la vida grupal e individual. Se rechaza una cultura y una moral burguesas y puritanas donde jóvenes y mujeres –especialmente– reclaman menos autoritarismo y mayores libertades en sus vidas. Además, como recuerda Jean-Paul Sartre: “Lo importante es que la acción haya tenido lugar cuando todo el mundo la juzgaba inimaginable. Si tuvo lugar esta vez, puede reproducirse...”.
Pero ese cuestionamiento de sentido fue discutido por el conjunto de la sociedad francesa. No sólo porque hay una porción significativa de franceses a la que le genera sospecha y zozobra: ir hacia los trabajadores es encontrarse con el Partido Comunista y sus organizaciones, democratizar conocimientos es perder privilegios, exigir reconocimiento por parte de nuevos actores sociales genera desconcierto. Además hay otros grupos –los crecientes sectores inmigrantes– que lo viven como ajeno y distante, donde ni la Sorbonne ni el Barrio Latino les son amigables. Si bien se democratiza el acceso a la universidad pública, se reconocen nuevos derechos sexuales, aparece el diario Libération como expresión de esos nuevos reclamos y hay una efervescencia intelectual, las derechas ganan las siguientes elecciones. Habrá que esperar trece años para que surja un gobierno socialista con participación comunista en otro mayo pero de 1981. Por otro lado, las promesas que no llegan ni se cumplen producen desencantos y trayectorias individuales múltiples. La historia social y política de los últimos años en Francia muestra esas continuidades y rupturas.
Ese Mayo francés se vivirá también en América latina desde otros mayos, con sus propias particularidades. No se trata de repetirlo en nuestros países, sino de poner en tela de juicio las dominaciones locales. Si en Francia las manifestaciones callejeras no producen ninguna muerte por parte de la policía, muy distinta es la situación en nuestro continente, donde la vida “no vale nada”. La mayoría de los países viven en dictaduras o democracias controladas con una fuerte hegemonía de los Estados Unidos. En México estalla la revuelta estudiantil de Tlatelolco, reprimida salvajemente por el gobierno. En Argentina, se vive en mayo del ’69 el Cordobazo, protesta de estudiantes y obreros contra la dictadura, primer paso hacia su caída en el ’73. En Chile la rebelión popular se expresa en 1970 en el primer gobierno socialista surgido democráticamente en América. También “la ida al pueblo” y la construcción de gobiernos populares será el mito movilizador que nucleará a numerosos sectores sociales e intelectuales y que el terrorismo de Estado pretenderá aniquilar en los años siguientes. Encontrará también a sectores cristianos movilizados y a experiencias populares que reclaman no sólo reconocimiento, sino otro reparto de la riqueza.
Hoy, a cuarenta años de aquellos mayos, cuando el ciclo de dictaduras cívico-militares-religiosas-democracias débiles-dictaduras, parece cosa del pasado, es valioso hacer memoria de lo sucedido y plantearnos temas centrales como el sentido de las democracias, la individuación, el poder; la necesidad de sociedades globales y nacionales más justas, inclusivas e igualitarias. Esos mayos fueron también un momento de afirmación de las ciencias sociales en su compromiso por la comprensión académica, científica y la transformación de esas sociedades. Hoy deben ser revisitados, para hacer memoria de aquellos acontecimientos en un presente de incertidumbres, riesgos y nuevas esperanzas.
* Fortunato Mallimaci. Sociólogo. Director del Centro Franco Argentino de la UBA que a lo largo del año presentará una serie de conferencias y encuentros sobre este tema.
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