› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO El chiste en la portada de la revista humorística El Jueves lo dice todo con las palabras justas. Ahí, Zapatero camina junto a Luis Aragonés –el un tanto rupestre DT de la selección de fútbol española– y le aconseja: “Si la cosa va mal, no digas que hemos perdido. Di que ha habido un reajuste a la baja de las expectativas influido por la coyuntura exterior”.
Y concluye: “¡A mí me va de puta madre!”.
DOS Decir “reajuste a la baja de las expectativas influido por la coyuntura exterior” es, claro, la forma “técnica” de decir crisis: palabra en boca de todos los españoles y de los que no son españoles pero quieren serlo y de los que no son españoles y no pueden serlo pero viven por aquí. El sueño de más de una década ha terminado y ahora llega el despertar de las lagañas, la resaca con las persianas bajas y el insomnio de encuestas y porcentajes económicos. Se acabó lo que se daba y se acumulan los datos en las primeras planas de los diarios: media España es pesimista, Zapatero baja y Rajoy (quien este fin de semana se presenta en el tan anunciado como definitivo para su carrera congreso del Partido Popular y donde, atención, se materializará para lanzar un discurso José María “Darth Vader” Aznar) sube por inercia, el PSOE y el PP están hoy empatados en intención de voto, paros sorpresa, desocupación, piquetes, aumento de los precios, desabastecimiento, desempleo, ayudas para los inmigrantes sin trabajo que elijan irse de aquí para no volver en unos cuantos años, subida de la electricidad, y el crujido de una Europa que –otra vez, ahora desde Irlanda– se niega a ser única e indivisible, y de un lado está China y del otro Estados Unidos y, ¿habrá que aumentar las horas de la jornada laboral para poder oponer cierta resistencia y competencia? Y los hombres de Zapatero insisten con tecnicismos para justificar un “de crisis, nada; esto es nada más que una contracción inevitable luego de un gran período de expansión”, aseguran que los malos pronósticos desde Bruselas son “exagerados” y hasta explican que “cuanto más rápido se caiga, más rápida será la recuperación”. Jerga técnica mientras todos se preguntan qué va a hacer aquel que, una vez en el suelo del fondo, descubra que ya no puede levantarse y salir a flote.
TRES Y es que –se sabe– las segundas legislaturas no son fáciles para ningún gobierno. La primera de Zapatero arrancó refulgente, aprobando leyes revolucionarias y hasta imaginando una tregua con ETA que parecía al alcance de la mano para, después, acabar derivando en una virulenta lucha en las bancadas con el PP. Fueron cuatro años de tecnicismos dialécticos con mucho de duelo de bar entre guapos y payadores. El reciente autoderrumbe del PP (con múltiples deserciones y traiciones para derrocar a Rajoy) hizo pensar en que se había ganado la batalla, que todo el asunto pasaba por vencer en duelo a la oposición. Pero no. Resulta que ahora hay que ocuparse de otros asuntos y ya a nadie entusiasman los proyectos líricos del tipo “Alianza de Civilizaciones” o el paseo del Quijote como símbolo patrio. Y “novedades” como la de la línea telefónica exclusiva para que los maltratadores de mujeres llamen cuando se sientan nerviosos y con ganas de arrojarles el auricular a esposas y novias producen, la verdad, una sonrisa triste. Así, Zapatero reprueba por primera vez en las encuestas y lo cierto es que ahora la gente está cabreada. Y poco y nada le importa su lugar en el mundo, prefiriendo concentrarse en su sitio en España. El índice de confianza del consumidor se desplomó más de 7 puntos para que subiera el índice de desconfianza del consumido. Y los especialistas internacionales advierten que esto no es nada y que lo peor está por llegar en este 2008 y en 2009. Y hay algo terrible en el hecho de que las malas noticias se comuniquen, siempre, en un idioma tan claro y sencillo y con palabras inapelables. Nada de tecnicismos para informar que se viene una lluvia pesada.
CUATRO Y, por supuesto, como siempre, ahí está el siempre útil oasis/espejismo del fútbol. España –una vez más– intenta quebrar el maleficio que le impide superar los cuartos de final. Y aquí viene la histeria triunfalista con publicidades televisivas en las que los jugadores de la selección se convierten en una especie de acerados e implacables transformers/terminators que proceden a destrozar a sus rivales. Muy lindo, muy deportivo. Lo importante no es ganar sino destruir, parece. Pero –por debajo de la cuchilla de titanio y el rayo láser– se comprende que aquel lema/slogan un tanto bárbaro y hooligan del último Mundial (el sanguinario “¡A por ellos!”) ha sido reemplazado por el un tanto más cauto y contemplativo “Podemos”, entonado con la misma pasión operística de aquel “Bizmillah!” en la “Bohemian Rapsody” de Queen. Los locutores del magno evento ofrecen tecnicismos varios para explicar por qué España es favorita para ganar el torneo que, digamos, no resultan del todo convincentes cuando se ve jugar a Holanda. En cualquier caso, ahí están ellos, mirando el cielo cada vez que suena un himno nacional al que todavía le falta la letra, más corderos que androides, conducidos por el ya mencionado Luis Aragonés. El tipo más primitivo que he visto. Alguien para quien –para bien o para mal– el lenguaje técnico se reduce a un “ahora hay que patear para allá”.
CINCO Y con el fútbol se vacían los cines y yo aproveché para meterme en un doble programa apocalíptico: La niebla, de Frank Darabont, y The Happening, de M. Night Shyamalan. Dos películas findemundistas en las que no se explican del todo los motivos para que se entreabran las puertas del Apocalipsis. En la primera la culpa la tiene, parece, un fallido experimento militar e interdimensional. En la segunda, todo parece reducirse –para reducirnos– al cansancio de un planeta cansado de nosotros. Una y otra película tratan, en realidad, de lo mismo: cuando la cosa se ponga de verdad complicada, cuando nos toque jugar la final del campeonato, no habrá tecnicismo que valga. Vamos a perder por goleada. Y nadie nos va ayudar a recuperarnos rápidamente. Pero quedará un tibio y breve consuelo: tampoco quedará nadie para explicarnos qué fue lo que pasó.
SEIS Y mientras escribo todo esto escucho por primera vez Viva la vida or Death and all his Friends, el nuevo álbum de la banda Coldplay, quienes anduvieron por aquí el pasado martes por la noche para presentarlo en un recital gratuito ante selecto público de fans. Y desconcierto primero y tristeza después: ¿a dónde se han ido todas esas canciones simples y redondas que hacían de tu living una especie de iglesia pop? Ahora, todo parece tormentoso y atormentado y pensado como para sonorizar estadios incómodos. Y aquella alegre melancolía de Coldplay como si de pronto quisiera parecerse a la depresiva euforia de Radiohead o algo así. Nubes negras y ruido blanco y hasta es posible que las lindas canciones estén, sigan estando, ahí: sepultadas bajo asfixiantes frazadas y colchones de sonido, cortesía del paisajista sónico Brian Eno.
Tecnicismos otra vez.
Mientras tanto, en otra parte, vuelve a oírse el metálico sonido de... (continuará...). Pero a no preocuparse: a todos nos va de puta madre.
Siempre y para siempre.
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