CONTRATAPA › A 90 AÑOS DEL MANIFIESTO LIMINAR
› Por Abraham L. Gak y
Mónica Padlog *
En esta semana en que se cumplen 90 años de la publicación del Manifiesto a los hombres libres de Sudamérica, más conocido como Manifiesto Liminar, creemos oportuno rescatar la militancia reformista en la universidad y sus implicancias en la difícil realidad actual.
El valor esencial de este movimiento, que nace en Córdoba contra una universidad escolástica y elitista, es la recuperación de libertades conculcadas por la alianza entre la Iglesia y los intereses oligárquicos vinculados con la tierra. Acompaña, entonces, la emergencia en la vida política de una clase media en ascenso, de la mano de la aplicación de la Ley Sáenz Peña, que estableció el voto secreto y obligatorio.
Su mirada visionaria iba más allá. En realidad lo que querían era que la universidad se integrara a un movimiento social que colocara al pueblo como protagonista de un proceso de cambio basado sobre la justicia y la democracia. Tanto es así que el Manifiesto fue leído en América latina como un llamado a una profunda reforma social de la que participaron figuras como Germán Arciniegas en Colombia, Rómulo Betancourt en Venezuela, José Arévalo en Guatemala y José Vasconcelos en México.
Los postulados de la reforma dieron origen en nuestras universidades a los movimientos reformistas que intentaron, en cada época, dar respuesta a los requerimientos que el contexto planteaba. Esa presencia activa se mantuvo durante las décadas que nos separan del ’18 y se manifiesta en la defensa permanente de la educación pública, con sus pilares de gratuidad y libre acceso, el cogobierno en la universidad, las cátedras paralelas, la investigación y, sobre todo, en el compromiso con la sociedad.
Es así que la juventud universitaria acompañó las luchas por la institucionalización de la democracia en los ’30 y las causas de la libertad y la democracia en los ’40. Sin embargo, es de señalar críticamente la colaboración del movimiento estudiantil con la instauración de los primeros intentos del neoliberalismo en el país, y su incapacidad para entender el proceso de acceso de las clases populares al poder político, aun con sus fuertes connotaciones populistas y autoritarias, fuertemente instaladas en las universidades públicas.
Quienes hemos militado en las filas del reformismo estudiantil en distintas épocas sabemos que estas agrupaciones no sólo luchaban por reivindicaciones en el ámbito universitario, sino que hacían explícita su aspiración de profundo cambio social.
No podemos pasar por alto los golpes de Estado que asolaron a nuestro país y su repercusión en la universidad y el papel que jugaron los estudiantes en la defensa de la democracia y la libertad, particularmente en su lucha contra la última dictadura militar que cobró muchas jóvenes vidas.
Nos duele que hoy esta militancia haya perdido estas características y se encuentre convertida, en muchos casos –legado de la embestida neoliberal de los ’90–, en mera actividad burocrática e incluso prebendaria, desgastada en una lucha mediocre por espacios de poder de distinto signo político, pero con el denominador común de no tener proyección y compromiso más allá de esas disputas.
En esta primera década del siglo XXI, el panorama local y latinoamericano presenta situaciones altamente preocupantes pero, al mismo tiempo, aparecen nuevos actores con voluntad de protagonizar cambios sustantivos para sus sociedades.
La desocupación, pobreza y exclusión social de amplios sectores de la población siguen mostrando índices superiores a los de comienzos de siglo, inclusive a los del período de la crisis mundial del ’29. América latina no sólo ha tenido décadas perdidas, sino décadas de retroceso.
La concentración económica y financiera de las corporaciones transnacionales, la conformación de poderosos bloques entre las naciones desarrolladas, junto con el progreso científico, la globalización de la economía y el formidable desarrollo de las comunicaciones y la tecnología originan una brecha entre los países de nuestra región y los países centrales muy difícil de salvar.
Muchas decisiones se someten a los requerimientos de los grandes centros de poder y se desarrollan políticas regresivas que se traducen en una marcada inequidad en la distribución del ingreso, que nos llevan a inaceptables índices de pobreza con todo lo que ello significa: mortalidad infantil, deterioro en la atención de la salud, limitaciones serias al acceso a la educación, deserción escolar, trabajo infantil y, naturalmente, desesperanza y falta de expectativas en el proyecto de vida de grandes sectores sociales.
Asistimos hoy en la Argentina a una confrontación decisiva entre dos modelos de país: el de quienes sostienen la vigencia del modelo agroexportador –apoyado sobre los más que favorables precios internacionales de los commodities– y el de quienes queremos un país con desarrollo de todos sus sectores, que pueda dar cabida y protagonismo al conjunto de sus habitantes.
Y bien, ¿cuál es el papel que debemos desempeñar los reformistas de hoy? ¿Cuáles son los objetivos que deben concentrar nuestros esfuerzos? El conocimiento es la herramienta más importante que un país o una región tienen para generar crecimiento y desarrollo. Pero, ¿qué clase de conocimiento? ¿Cómo y dónde producirlo? ¿A quiénes debe beneficiar?
En las respuestas a estos interrogantes están las nuevas metas. Ya no basta la cátedra paralela, ya no basta el cogobierno, ya no basta disponer de un ámbito de libre discusión de las ideas.
Nuestra misión es trabajar para generar igualdad de oportunidades, equidad en la distribución del ingreso, desarrollo sustentable y conservación de una identidad propia, aun en un escenario de globalización, de tránsito irrestricto de capitales transnacionales y de pautas culturales homogeneizantes.
Es hora, pues, de sentar las bases para un nuevo Manifiesto Liminar que sea el compromiso de quienes transitamos las aulas universitarias para modificar esta realidad que no aceptamos y para comenzar a hacer frente a la deuda de honor que contrajimos al abrazar la causa de la reforma, de modo de honrar a los jóvenes del ’18 cuando decían: “Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos; las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.
* Universidad de Buenos Aires.
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