› Por Sandra Russo
Bajo el semblante nervioso de los mercados, que parecen una histérica del siglo diecinueve, siempre al borde de un desmayo de insatisfacción, se esconde una pulseada cuya difícil visualización me recuerda a aquel viejo proverbio: “Sabemos cómo suena el aplauso de dos manos, pero ¿sabemos cómo suena el aplauso de una sola?”.
Los gobiernos de Estados Unidos y el Grupo de los 7 intentan salvar a los bancos más grandes: es la lógica perfecta de lo que se viene abajo. En su decadencia, el modelo neoliberal desfila en esqueleto. Es algo así como Paris Hilton. Una rubia tarada y millonaria que le reventó la tarjeta a su papi y ahora tiene una crisis de nervios porque la tarjeta le salió rebotada: hace un escándalo y pide que echen a la vendedora. La cápsula financiera flota en su propia bilis. No es un flujo real. Lo que drena la cápsula financiera es abstracción. Dibujos. Formularios. Letra chica. Fotocopias. Recibos de sueldo. Telegramas de despido. Vouchers. Tickets canasta. Números imposibles. Indemnizaciones holly-woodenses. Mampostería. La burbuja financiera es moralmente escenográfica.
Que los países centrales se rindan ante la evidencia de que sus poblaciones enteras son rehenes de los nervios de los mercados, que intenten desesperadamente que haya ahí arriba algún choque de indescifrables coordenadas que devuelvan el mundo conocido a su formato habitual, no es más que la prueba de que el poder político, en el modelo neoliberal, es un apéndice impotente frente al poder de su Frankenstein.
¿Quién fue preso? ¿Alguien debería ir preso? ¿La quiebra del sistema mundial se debe a una falla intrínseca del sistema? ¿Se trata acaso de una catástrofe natural? Todo el mundo habla con pesar. Muy pocos con indignación. Como si no hubiera con quién indignarse. Como si responsabilizar a alguien, a algún sector, a alguna corriente económica o política fuese responsabilizarlos de algo así como una gran inundación. ¿Fue la saciedad de hegemonía la que lo condujo a estrellarse? ¿Un modelo económico puede estar en su génesis condenado al suicidio? Si no hay error humano, ¿hay error técnico?
Durante la última década, no hemos hecho más que escuchar a miles, decenas de miles de técnicos explicándonos cosas rarísimas en términos de su propia jerga. Los políticos neoliberales no han hecho otra cosa, por su parte, que repetir lo que decían esos técnicos, pero en un lenguaje prêt-à-porter. Durante la última década se hizo mucha fea, sucia y mala política, pero no se habló de política, no se discutió política, no se peleó políticamente. El efecto más sorprendente de la hegemonía del pensamiento único fue usar a la política para sus propios fines y hacer de esa degradación un triunfo paralelo. La connivencia entre el poder político y el económico la conocemos bien los argentinos, pero fue el primer síntoma de esta caída libre mundial. El gobierno de Bush no sólo gobernó para los grandes capitales. Los incluyó en su gabinete. Concluyó la fase de simbolización, y se pasó a la etapa literal. Pero para los norteamericanos, que los gerentes de las grandes empresas se dedicaran a la política fue una cucharada más de su propia medicina. Se intoxicaron de sí mismos.
Mientras todos los ojos están fijos en las pantallas de las Bolsas de los países que llevaron adelante, con alianzas políticas y militares entrecruzadas, este modelo ya partido, mientras la palabra recesión todavía no encarna en gente con nombre y apellido y no parece haber ninguna reacción colectiva de protesta, habrá que prever que en el nuevo escenario, una vez más, los más castigados serán los migrantes. Quizás esos países se vuelvan tan hostiles con los extranjeros que ahora pueden arrebatarles un puesto de trabajo, que nuevas pestes sociales acechan acá en la puerta.
El marco legal ya estaba siendo actualizado, por esas cosas de la vida. Los inmigrantes en Estados Unidos y Europa serán rechazados de cuajo, y veremos, cuando la recesión encarne en ciudadanos del Primer Mundo, cómo esta ira que ahora no aparece, cómo este enojo que las calles no reflejan, cómo esta pasividad que deja hacer a los dueños del bote, se dirigirá, seguramente, hacia los otros, los recién llegados. Quizás habría que pensar, desde cada Estado latinoamericano, la manera de ofrecerles a los compatriotas emigrados condiciones integradas de bienvenida, para que desde este continente empiecen los gestos de amparo, mientras el Primer Mundo defienda con uñas y dientes su intemperie.
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