Vie 25.01.2002

CONTRATAPA  › EL ENOJO DE BUSH JR CON ENRON

Sabor criollo

Por Alberto Ferrari Etcheberry

Dicen que Jacobo Timerman sostenía que los funcionarios menemistas eran ladrones compulsivos: “¡Salen de cobrar dos millones de dólares y si al pasar ven un cenicero se lo meten en el bolsillo!”.
Me lo contaron en Santa Rosa, La Pampa, mientras una guía turística me mostraba la mansión de quien era entonces diputado nacional menemista, enclavada en un cruce de rutas de modo tal que ninguno pudiera soslayarla y que, por lo tanto, tampoco fuera indiferente al suceso de la vida privada y pública de este no pampeano llegado como estudiante de contabilidad a Santa Rosa y conocido antes del ‘84 por su diligente trabajo como tenedor de libros, siempre de acuerdo a la misma fuente turística. La historia cierra con la tesis de Timerman porque el exhibicionista ricachón era también buen hijo, y al mismo tiempo le había concedido a su mamá una pensión graciable de ochenta pesos: el cenicero.
Uno, nacionalista de los de antes, creería que esta característica cultural es criolla, y tan original como Les Luthiers, Tato Bores, María Elena Walsh o Mafalda. Pero debo desengañarme y desengañar a todos los que como yo, seguimos en el ‘45 o en los sesenta.
Resulta que en los States acaba repentinamente de pedir su quiebra Enron, una pequeña compañía texana que, dice la prensa, de la mano de –y dándole la mano a la familia Bush– llegó a ser en poco tiempo una de las empresas energéticas más grandes del mundo y niña mimada de Wall St., que suma ahora a ese record este otro de configurar la quiebra más grande de la historia del país más grande de la historia, lo que provocó que las acciones de Enron, que sus directivos hasta pocos días antes del colapso vendían a los “American nabos” a noventa dólares, cayeran a menos de uno, por lo que Enron fue finalmente expulsada del templo de Wall St., cuyo vocero nos acusa de habernos convertido –ahora, en el 2002 y no en 1991 y después– en república bananera (y las arenas y el mar color turquesa y los palmitos y las “cadeiras bambolianchis”, ¿también se las robaron?).
El escándalo en la democracia del norte por Yabrán, digo, por Enron, es mayúsculo y enjuicia precisamente a la misma década que según la citada biblia nos ha traído a este presente caribeño sin Caribe, imagen que parece no caberle a Texas y los States pese a que Enron defraudó en primer lugar a sus propios empleados quienes, mitad obligados, mitad embobados, colocaron sus fondos jubilatorios y sus ahorros personales en acciones de Enron, alentados hasta último momento por sus ejecutivos que, mientras, piantaban sus propios verdes y los de sus amigos y protectores, proclamando la fortaleza de la convertibilidad, digo de Enron. Cualquier parecido es simplemente inevitable.
The Economist explica: “Nada fue sorpresivo respecto de la muerte de Enron... El colapso fue posible sólo por las grietas existentes en el funcionamiento del capitalismo norteamericano en la década pasada, ampliamente conocidas y muy discutidas, pero en el boom económico y bursátil pocos tenían interés en fijarse en ellas” (cualquier parecido es simplemente inevitable).
Grietas, o precipicios, originadas y profundizadas por la proclamada aversión a la disciplina estatal de “los mercados” (cualquier parecido es simplemente inevitable), como que Enron, con el apoyo de los Bush, fue la vanguardia de la desregulación energética y del repudio al intervencionismo estatal.
La cosa es que Enron es hoy ejemplo del enriquecimiento no precisamente prolijo de sus directivos, de sus auditores, de sus políticos amigos, de los gobernantes que convertían en leyes lo que Enron redactaba (cualquier parecido es simplemente inevitable): muchas, muchas, muchas mansiones del estilo de la pampeana, por cierto, aunque en la misma década viviéramos nosotros la tragicomedia de, ay, un peso igual a un dólar.
Y así, desde el New York Times para abajo, cientos de dedos apuntan al clan tejano de los Bush, los amigos del clan riojano de los Menem. Y a susbolsillos, o sus cuentas en los paraísos fiscales estilo Caiman Islands, precisamente usados por Enron para sus estafas contables, auditora Andersen mediante (cualquier parecido es simplemente inevitable). Bush presidente, repuesto de la lipotimia que le dejó la cara como la de un boxeador derrotado, trató de hacerse el oso y de mantener su repetida filosofía: “No hay que trabar los negocios de los que crean empleo”, frase inspirada, tal vez, en la del académico Alberto Kohan: si los capitales entran no importa cómo se hicieron ni de dónde vienen. O quizás estoy equivocado y sea al revés.
Pero ahora el presidente “a lo fraude patriótico del ‘30” rompió el silencio que mantenía respecto de los muchachos de Enron encabezados por su presidente Kenneth Lay, a quien, afectuosa y agradecidamente, llamaba “Kenneth Boy”. Y su enojo fue terminante: “Mi suegra perdió más de 8000 dólares con las acciones de Enron –reveló Bush–. Me siento ultrajado por el comportamiento de los responsables de Enron.”
Buen yerno: ¿está cabrero porque le hicieron perder el cenicero?

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