CONTRATAPA
Tiempos pringosos
› Por Osvaldo Bayer
Después del 19 y 20 de diciembre, la chatura. El pacto peronista-radical tuvo su efecto. Fue Duhalde el hombre indicado para que se cambiara todo y no se modificara nada. Hombre ya probado en manejos a la Lomas de Zamora. Alfonsín encuentra siempre la solución para que el poder no se mueva, para que se quede en el lugar donde deba estar. Vemos las consecuencias de la picaresca del Pacto de Olivos en estos días. Rodríguez Saá-Melchor Posse sería la fórmula ideal salida del riñón de nuestra constante democracia radical-peronista, aunque pareciera correr por el costado ya que todavía no lo es. Falta mucho circo todavía, con expulsiones y fantochadas. Esos dos van a arreglar todo para que sigamos andando el camino de 86 años de democracia en los que terminamos en esto: Duhalde y los cartoneros, final operístico a la Puccini, con lágrimas y reencuentros, sin ballet –para ahorrar–, pero con patovicas y bonaerenses a la entrada y a la salida.
La sesión parlamentaria sobre la Corte Suprema fue un paso de comedia que mostró lo que significa el hartazgo de la burla y que todos estamos hasta la garganta de pringosa mugre. Y todo esto, los forcejeos entre los candidatos peronistas y los llantos de los alfonsinistas y de los paraalfonsinistas y de los no-alfonsinistas, pero todos alfonsinistas prestos al arreglo. Qué espectáculo digno de los barrios hampescos finos, donde todos se reparten las fichas y quieren que Reutemann, el conductor, reparta los cartones. Tiene razón Zamora, qué puede hacer en la lujosa barraca aunque lo sienten en una mesita aparte y le den dos diputruchos mientras la diversión continúa. Y ya vendrán los agoreros que van a decir: no votar es un peligro porque si nadie saca la mayoría va a venir Brinzoni a poner orden. Brinzoni con Jaunarena como jefe de Gabinete, el hombre de uniforme de pantalones cortos.
Brinzoni, el que no supo ni vio ni oyó los alevosos balazos de Margarita Belén, que asesinaron a jóvenes puros como sólo sabe asesinar el ejército argentino. Pero Brinzoni, secretario general de la gobernación chaqueña en ese momento, no vio ni oyó ni leyó ni se interesó por el crimen masivo. Y hoy lo tenemos enarbolando la sacrosanta azul y blanca. Todos juegan, todos apuestan, para que el poder siga perteneciendo a quien tiene que pertenecer. Menem-Duhalde se pelean por centésima vez porque ése es el mejor juego. Más se pelean más grande será la tajada. Balbín fue un gran maestro: él siempre ponía los ministros del Interior de las dictaduras y Alfonsín negocia y pone sus hombres en todos lados junto a su mejor alumno, Jaunarena, quien lo protege y le recomienda al genocida Arrillaga cuando algún izquierdista dice basta. Porque vayan con quien vayan, siempre tenemos a un Rico, a un Patti y a un Bussi de reserva. La manija es la manija; cambian los hombres pero la manija es la misma. Y Perón dio el ejemplo, se manejaba con Vandor –y no con Cooke–, daba concesiones e ilusiones con Cámpora, pero a su lado siempre estaba López Rega. No se fue a la Cuba del Che Guevara sino a la España de Franco, fusilador de poetas. Picardía criolla, jóvenes imberbes.
Doscientos intendentes le dio Balbín a Videla y no lo pudo salvar a Karakachoff. De Nevares se fue de la convención de Santa Fe asqueado del sucio juego entre Menem y Alfonsín. Pero ellos siguieron y siguen. La ética política es distinta de la ética así, sola. La ética posperonista es distinta de la ética radical, pero llegado el momento se dan besos de lengua, se abrazan Nosiglia y Manzano. En el próximo gobierno peronista habrá un ministro radical, o tres diplomáticos radicales, o el jefe de Gabinete, o Jaunarena en uniforme de pantalones cortos. Es como las palabras dichas por Eduardo Menem desde su lujosa casa de Belgrano: “Es que Carlos sabe gobernar”. Claro, porque con Carlos Saúl perdimos todo pero nos reíamos.
Lo repetimos por centésima vez a ver si sirve para algo la fórmula: 86 años de democracia de dos partidos políticos y once dictaduras militares. Yrigoyen les metió bala a los obreros que pedían las ocho horas de trabajo, les hizo morder el polvo a los patagónicos rurales y a los hacheros de Santa Fe. Perón cambió la letra del himno de los trabajadores de “Hijos del pueblo” a “Hoy es la fiesta del trabajo unidos por el amor de Dios”. Y después pudo irse en una cañonera paraguaya con la conciencia tranquila en una escena que dejó mudo a García Márquez, quien desde ese día cambió su famoso realismo mágico. Y los militares, en su operativo más valiente y organizado, se robaron el cadáver de Eva Perón. Y después el crimen más atroz de la mente humana: la desaparición de personas. Sí, señor, los militares argentinos consumaron la unidad de crimen con cobardía. Querramos o no, son estas tres fuerzas –peronistas, radicales, fuerzas armadas– las que nos gobiernan desde hace 86 años. Pero eso sí, se ayudan, son solidarios entre sí. Ese Alfonsín corriendo desde la Rosada al Parlamento con el proyecto “Obediencia Debida”, justo el argumento de las SS en el juicio de Auschwitz de 1961: “Obedecimos órdenes”. Y hoy lo tenemos al general Brinzoni mirando por el ojo de la llave a ver quién se mueve.
Es que ante todo somos democráticos Y es porque dejamos hacer. Aquí los militares se levantaron cuando quisieron y fusilaron y desaparecieron a cuantos quisieron. Más todavía, uno de los dos partidos que nos gobiernan nació en un golpe militar. Es porque todo es fácil, en la Argentina somos generosos salvo con los enemigos de la Patria de ideas extranjerizantes. Y tenemos a la Bonaerense y a la Federal. Y a Ruckauf. Desde los albores de nuestra nacionalidad –como se decía emocionado–, creamos la Ley de Residencia 4144, justa y soberana, pobres anarquistas nacidos en el extranjero, tuvieran o no tuvieran familia. Aquí, no. Pero eso de condenar a un general golpista, no, porque en el fondo eran y son argentinos que llevan el uniforme de la Patria. Esa muerte en París, como buen argentino, del golpista Uriburu, qué emocionante. Aquella crónica con la que todos los argentinos se emocionaron cuando murió el ex dictador: ... Estamos en París, a las puertas de la iglesia de Saint Pierre de Chaillot. Ha terminado la ceremonia religiosa: en la bóveda funeraria reposan los restos del ex dictador. El gentío rodea al grupo de enlutados cuyos crespones denuncian el parentesco con el muerto. Desfila la comitiva oficial –levitones, casacas militares, elegantísimos tocados de damas de la nobleza y de la aristocracia–. Lloran hombres y mujeres. Doña Aurelia Madero de Uriburu solloza en brazos de una amiga. Es una escena emocionante de la que toman buena nota los reporteros de los diarios y los corresponsales de las agencias informativas que sirven a los grandes rotativos de Buenos Aires. Los fotógrafos y los operadores cinematográficos derrochan placas y películas que las empresas periodísticas pagarán a precio de oro en la puja por ofrecer el público lector de la Argentina las más impresionantes escenas. Ha terminado el acto. En la bóveda, una chapa de oro: “Al teniente general del ejército argentino D. José Félix Uriburu, el gobierno de la república de Francia”.
Y en la Argentina le esperarán calles y puentes que llevarán su nombre y una tumba entre los más grandes próceres. El, un dictador que había pisoteado a la democracia argentina y que había fusilado a inocentes obreros sin juicio previo. Un general bruto como pocos, pero que llevaba bigotes a la prusiana. En su entierro, voces roncas gritaron: “Viva la Argentina”.
Pero eso sí, a los obreros rurales patagónicos que pedían que se dejara vivir en las estancias a sus mujeres para que se poblaran esas regiones solitarias, a ésos le metieron bala porque iban a hacer subir los costos de la lana y eso no convenía a los estrechos lazos de amistad con Gran Bretaña. Ni peronistas ni radicales reivindicaron jamás la memoria de los peones fusilados pero, eso sí, dejaron todos los nombres de calles en honor el general Uriburu. Alfonsín pasará a la historia como el apóstol de la Obediencia Debida y también Menem, el alegre indultador de los Videla, Suárez Mason, Menéndez y del almirante Massera.
Nuestra democracia termina hoy en Duhalde, un hombre de méritos éticos, pensador de la Patria formado en las comisarías de Lomas de Zamora. Hombre negociador por excelencia, se dice que fue el que más personas sacó de las comisarías. Ahora está en otras esferas: el negocio de la próxima presidencia, él no, pero que el poder no se escape. Negociemos, como tantas veces hizo en Lomas de Zamora. Lo acompaña el ejemplo de grandes figuras del pasado. Después de todo, no lejos de Lomas estaban las tierras de Barceló, conservador que sacaba y ponía muñecos en la política criolla.
Nada ha cambiado. De un conservador a un peronista, pasando por un radical. Somos todos argentinos.
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