CONTRATAPA
Expertos
› Por Antonio Dal Masetto
Es domingo y en un banco de plaza leo las noticias políticas, las entrevistas a ciertos candidatos, mujeres y hombres progresistas, de probada honestidad, llenos de preciosas intenciones, cada cual con su librito, con sus métodos infalibles y su verdad, y termino preguntándome por qué no se quieren un poco entre sí, por qué no se hacen unos mimos y se juntan, porque con tanta dispersión ya no se entiende un pito y con tantos discursos termino aburriéndome como una ostra. Se me sientan al lado un abuelo y su nieto.
–Abuelo, hace mucho que no me contás la historia de Pedro, el pastorcito mentiroso y el lobo.
–Bueno –dice el abuelo–, te aviso que desde la última vez que te la conté cambiaron algunas cosas. Resulta que Pedro maduró y aprendió la lección. Nunca más dijo una mentira. Era como George Washington, que jamás faltaba a la verdad. Se había corrido la bola de que andaba un lobo merodeando la zona y los cuatro dueños de rebaños de ovejas le encargaron al joven Pedro que subiera al árbol más alto de la aldea y que trabajara de vigía. Mientras tanto, los cuatro pastores se pusieron a discutir cuál era el método más eficaz para enfrentar al malvado, taimado y sanguinario lobo. Don Ramón dijo: “Señores, acá debemos aplicar mi método, heredado de mi abuelo, el más grande cazador de lobos de las estepas siberianas, como lo certifica el diploma que tengo colgado en casa, que le fue otorgado por el zar”.
En ese momento se oyó el grito de Pedro desde el árbol: “Se viene el lobo, por el lado del oeste, negro y grandote, está en la colina”.
Acá intervino don Salustiano: “Ha llegado el momento de actuar y el único método eficaz es el de mi bisabuelo, el más grande paralizador de lobos; sus armas eran una gran cruz bendecida, una antorcha, un auténtico diente del dragón muerto por San Jorge como amuleto y un conjuro infalible; de más está decir que heredé el conjuro y en casa tengo todo el equipo, así que síganme con confianza”.
Desde el árbol, Pedro gritó: “Se viene otro lobo, por el lado del este, está cruzando la cañada, grandote y horrible”.
Tomó la palabra don Paco: “Si hay que aplicar un método es el de mi familia, por más de 500 años sembraron el terror entre los lobos, a tal punto que cuando un lobo escucha nuestro apellido, mete la cola entre las patas y tiembla como una doncella; por lo tanto salgamos al campo, gritemos todos juntos mi nombre y se acabó el problema”.
Nuevo grito de Pedro: “Viene otro lobo del sur, es horripilante”.
Habló don Pepe: “Señores, dejémonos de alardes, yo no voy a divagar sobre diplomas de los zares, ni lobos que tiemblan como una hoja, ni de conjuros mágicos, lo único que puedo decirles, y tengo antiguos grabados con leyendas en latín que lo prueban, que mis antepasados, mucho antes que se inventara la gabardina, por nombrar un tejido cualquiera, cazaban lobos con un golpe secreto, les retorcían el pescuezo como a gallinas y con los cueros se fabricaban elegantes atuendos de piel de lobo, y siempre nuevos, porque todos los años, cuando llegaba la época, cachaban una jauría entera y los transformaban en sacos, pantalones, camperas y tapados para las mujeres. El método que se debe aplicar es el mío”.
Grito de Pedro: “Viene un cuarto lobo del norte, es espantoso”.
A esta altura los cuatro pastores, luego de discutir apasionadamente sin lograr convencerse, decidieron ir cada uno por su lado. Así que Pepe rumbeó al este, Salustiano al oeste, Ramón al sur y Paco al norte, donde cada uno tenía su rebaño, dispuestos a aplicar contra el lobo su método único e infalible, y que los demás se jodieran por ignorantes y obcecados. –¿Y cómo le fue a cada uno con su método? ¿Y qué fue del joven Pedro? –pregunta el nieto. –Hay algo que tenés que saber: el jovencito Pedro que estaba en el árbol era tu abuelo, yo mismo. Por lo tanto, lo que pasó te lo puedo contar con absoluta veracidad. Los cuatro lobos, que no tenían un pelo de tonto, cuando advirtieron que los pastores se habían dividido, decidieron juntarse y atacar los rebaños uno por uno. Así que se devoraron todas las ovejas, rebaño tras rebaño. Y de paso, ya que estaban, les pegaron unos buenos tarascones a Salustiano, Pepe, Ramón y Paco, y se llevaron algunos recuerdos de los cuatro pastores.
Cuando el abuelo termina, tiro el diario en el basurero y decido que a partir de hoy en lugar de perder el tiempo y aburrirme con las noticias, voy a venir a escuchar historias a la plaza, que son muy edificantes.