› Por Juan Gelman
El paisaje mundial es verdaderamente peculiar. El primer ministro chino Wen Jiabao manifiesta su preocupación por el futuro de los bonos estadounidenses que adquirió –cuyo monto asciende al 70 por ciento de las reservas de divisas del país– y demanda a Washington que “mantenga su salud crediticia, cumpla sus promesas y garantice la seguridad de los fondos de China” (The Financial Times, 13-3-09). No deja de ser un reproche a EE.UU. por su falta de responsabilidad fiscal.
Los ejemplos en la materia sobran. En medio de una crisis económica global con epicentro en EE.UU., el presidente Barack Obama ha pedido que el Congreso apruebe un presupuesto de guerra de más de 205.000 millones de dólares para el año fiscal de 2010, que se sumarán al gasto “corriente” del Pentágono en el 2009 fijado en 533.700 millones de dólares (Reuters, 26-2-09). Pareciera que BO desdeña las previsiones de la prestigiosa publicación mensual europea Global Europe Anticipation Bulletin (GEAP, por sus siglas en inglés): en su número 33 advierte a los dirigentes del G-20 que se reunirán en Londres el próximo 2 de abril que sólo tienen dos opciones. Y ninguna es alegre.
La primera alternativa consistiría en reconstruir el sistema monetario internacional, a fin de crear las condiciones necesarias para reducir la duración de la crisis a un máximo de 3 a 5 años. La otra: mantener los términos actuales de la globalización “sumiendo al mundo en una larga y trágica crisis que durará una década a partir de fines del 2009” (www.leap2020.eu, 16-3-09). Los analistas del GEAP opinan que la primera opción es obsoleta a estas alturas y que se avecina una dislocación geopolítica global y tribulaciones profundas durante 10 años. Para ellos, no hay salida.
¿Los intereses que dominan el planeta seguirán desatando guerras de acuerdo con el ficticio principio de que traen ocupación, consumo y desarrollo y no muerte y miseria? El déficit fiscal de EE.UU. asciende a 1,3 billón de dólares, su nivel más alto desde la Segunda Guerra Mundial, pero Obama no vacila en confirmar que cumplirá el compromiso adquirido por W. Bush con Israel: una ayuda de 30.000 millones de dólares en el próximo decenio (DPA, 1-3-09). Es peligroso: la belicosidad israelí es notoria –no hace mucho de los 1400 civiles palestinos muertos en Gaza– y la extrema derecha israelí asume el gobierno. Será alarmante, pero no es nuevo.
Una investigación del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington subraya la posibilidad de que Israel lance un ataque preventivo contra las instalaciones nucleares iraníes empleando misiles balísticos Jericó, cuya alta precisión no los aleja del blanco más que unas decenas de metros (www.csis.org, 14-3-09). Esto le permitiría ahorrar aviones, gasolina y vidas de pilotos. El uso de esta clase de misiles es absolutamente nuclear y se acumulan señales ominosas al respecto.
El jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel, Gabi Ashkenazi, declaró durante su reciente visita a Washington que no está mal negociar con Teherán el cese de su programa nuclear, pero que el ejército debía preparase para un ataque militar a Irán (www.haaretz.com, 17-3-09). Fue escuchado por oídos benévolos, los de la secretaria de Estado Hillary Clinton y del embajador Dennis Ross, un duro pro-israelí a quien Obama designó enviado especial al Golfo Pérsico y encargado de la cuestión iraní. No se espera que viaje mucho para negociar: trabajará en Washington diseñando estrategias contra Irán. Los funcionarios actuales de la Oficina de planeación de políticas del Departamento de Estado no tienen muchos conocimientos sobre el Medio Oriente. Ross, sí.
El Comité estadounidense-israelí de asuntos públicos (Aipac por sus siglas en inglés) tiene un buen espacio en el gobierno Obama. Es “la organización más importante que influye en las relaciones entre EE.UU. e Israel”, calificó el New York Times. Sus miembros son demócratas, republicanos, independientes, todos fervientes defensores de Israel, y han logrado la parte del león en puestos claves del gobierno norteamericano. “Es un hecho notorio que obtuvieron el 56 por ciento de esos cargos en los años de Clinton, casi la misma proporción con W. Bush, y se empieza a ver que tienen un peso similar en el gobierno Obama y en el Congreso” (www.payvand.com, 12-2-09). El Aipac acaba de ganar otra batalla.
El veterano diplomático Chales W. Freeman, propuesto como director del Consejo Nacional de Inteligencia –instancia que reúne a los 16 servicios de espionaje del país– tuvo que retirar su candidatura (The New York Times, 11-3-09): fue duramente criticado por conocidos neoconservadores como Joseph Lieberman en las sesiones del Senado que debían aprobarla. Se explica: Freeman nunca estuvo de acuerdo con sujetar la política norteamericana a los designios de Israel. En su declaración de renuncia al nombramiento, denunció al Aipac en estos términos: “Las tácticas del lobby israelí caen en las profundidades del deshonor y la indecencia e incluyen el asesinato de la idiosincrasia personal, la selección de citas equivocadas, la distorsión deliberada de los antecedentes, la fabricación de falsedades y un absoluto desdén por la verdad”. No más, no menos.
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