Mar 14.04.2009

CONTRATAPA

Microrrelatos

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO El sábado pasado, en el suplemento Babelia de El País apareció una entrevista a Ana María Shua. La escritora argentina acaba de publicar en España el volumen Cazadores de letras, donde se reúnen los cuatro libros que ha dedicado a la práctica y teoría (porque la práctica apenas esconde la teoría del género en cuestión) del microrrelato. Es ciencia: con el correr de los años, Shua se ha convertido por derecho y mérito propios en una suerte de genio y oráculo del asunto. Y la verdad sea dicha: me alegra tanto leer en el reportaje que el dichoso dinosaurio de Augusto Monterroso no le resulte a Shua especialmente genial y sí “limitado y hasta peligroso (...). Tiene un elemento sorpresa y, por supuesto, es interesante y valioso. Pero creo que la minificción tiene posibilidades infinitas que, quizás, ese texto no muestra. Lo que pasa que es perfecto y muy fácil de citar”.

DOS Cito fácilmente: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. (Memo para Hollywood / El dinosaurio 2: “Y murió de un ataque cardíaco sin darse cuenta de que el dinosaurio era su hijito disfrazado de Godzilla”.)

TRES De un tiempo a esta parte, el microrrelato es uno de los géneros que más interesan en España. Cruza de haiku con trama deshidratada de episodio de The Twilight Zone, hay números especiales de revistas dedicados al asunto, talleres para aprender sus claves, seminarios donde se lo analiza con macroponencias. Y en casi todos los casos que conozco –a diferencia de Shua– se peca de un exceso fantástico. Shua lo explica bien en el reportaje que le hace Soledad Gallego-Díaz: “Mis fuentes de inspiración están aquí. No son exóticas, son del mundo de todos los días. Me gusta trabajar con personajes corrientes, en todo lo que escribo, también en los cuentos y en las novelas. Hay dos posibilidades, trabajar con personajes extraordinarios, fuera de serie, a los que a su vez les suceden grandes aventuras, y la otra posibilidad es trabajar con personajes comunes a los que les suceden cosas inesperadas, y a mí me gusta mucho más ese juego, gente de todos los días en un ambiente cotidiano y que lo inesperado irrumpa de una manera violenta”.

CUATRO “Cuando despertó, su esposa –a la que no podía ver desde hace años– todavía estaba allí.”

CINCO Y estoy escribiendo esto y noticia de último momento. Como estaba buscando en el site de El País para cortar y pegar un párrafo de la entrevista a Shua, veo que comienza a parpadear la novedad del asunto y leo: Corín Tellado muere en Gijón a los 81 años. Y sigo leyendo: “La escritora María del Socorro Tellado López, conocida como Corín Tellado, ha muerto a los 81 años de edad. La autora, la más leída en español después de Miguel de Cervantes, nació en la localidad de Viavélez, el 25 de abril de 1926. A lo largo de su vida, Corín Tellado ha publicado más de 4000 novelas románticas, de las que se han vendido más de 400 millones de ejemplares”. Y pienso: “Las vidas son novelas y las necrológicas son microrrelatos”. Y sigo pensando: “Cuando me despierte mañana, Corín Tellado seguirá vendiendo y siendo leída por mujeres que miran de reojo a sus maridos, recién despiertos, y se preguntan qué fue lo que pasó, de dónde habrán salido todos esos cavernícolas”.

SEIS Y, continuando con el tema de la muerte –la muerte es un microrrelato en el que, se dice sin ninguna autoridad, toda nuestra existencia pasa frente a nuestros ojos en cuestión de segundos– la reportera le pregunta a Shua qué opina de ese otro célebre microrrelato de Hemingway, el que ofrece zapatos de bebé sin uso. Y Shua responde: “Es un microrrelato con una forma que considero fácil, la del ‘aviso clasificado’. Trato de evitarla. Tengo una minificción de sólo tres palabras, pero no la he recogido en ningún libro: Terremoto busca profeta”.

SIETE “Berlusconi”. Un apellido –el apellido de un dinosaurio– también puede ser un microrrelato.

OCHO O si lo prefieren: “Cuando despertó, los zapatitos usados del bebé todavía estaban entre las ruinas”.

NUEVE Y, sí, hay un peligro grave en que el virus del microrrelato comience a instalarse en la infrarrealidad en la que vivimos. Las mínimas cápsulas de sentido, la breve y superficial atención a cuestiones que requerirían de varias profundas páginas, la fugacidad de la mirada ganándole a la concentración de la lectura, la funcional levedad del dinosaurio contra la ardua contundencia de la ballena blanca. Conozco a personas que han adoptado el microrrelato como unidad existencial y que, a los pocos minutos de estar con uno, comienzan a mirar por encima de nuestro hombro para ver por dónde llegará la nueva dosis, quiénes le contarán los próximos microrrelatos.

DIEZ “Y, te lo juro por Dios, al tercer día, cuando se despertó, se le ocurrió decir que Jesús había resucitado. Y le creyeron. Y, desde entonces, Jesús todavía está ahí.”

ONCE Yo, como muchos, empecé escribiendo microrrelatos. Pero llegó un punto en que tuve que dejarlo. Me sentía como un bonsai, como un pie de geisha, como un liliputiense de intensidad gulliveresca. Digamos que no era feliz y que –a diferencia de lo que sucede con la excelente Shua, quien siempre da en el blanco con una flecha más de arquero zen que de Robin Hood– temía convertirme en un fabricante de aforismos o de slogans o de entradas de blog, que es lo que en realidad son los pésimos escritores de microrrelatos. El peor microrrelato que conozco –también el más triste y gracioso– se llama “Dios” y dice así: “Dios es argentino”.

DOCE Y me acuerdo de un microrrelato que escribí y que es lo suficientemente breve y fácil como para citarlo de memoria. Se titula “Amnesia”. Lean: “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no puedo acordarme”.

Y.

Punto.

Final.

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