› Por Enrique Medina
Luego de haber realizado el crimen cotidiano, el Tipo, dejándose llevar por la tibia inercia, revela una flagrante falta de inseguridad moral y culto rigor al cliquear sitios habitados por amantes virtuales. Entra y sale como si el ejercicio mediara entre palmeras de playa y mares de estío. Aunque la presión cotidiana justifique el ocio, el Tipo, que en conquistas actuales se sabe poco y encima lerdo, no tiene más salida que la bienaventurada evasión celestial del ingrediente color salmón al que acuden los pobres de espíritu. Como el amor que el firmamento le ha prometido se queda en excusas y reticencias formales, que él no sabe manejar, se aviene a personificar un ruin portero de inodoros. Así que se desmerece y se afloja, sabiendo que el abismo es inevitable. Y aquí lo vemos, refulgiendo de gozo cuando damas-damitas-y-damiselas emergen pletóricas como rayos de fuego y diamantes de pan, más deseadas que el agua de Dios. Y entra y sale y sale y entra. Viaja de pantalla en pantalla, de link a spam, del fracaso al éxito, del strip al pedorreo, de la nada a lo inconfesable. Sin saber cómo y por qué, el Tipo ha entrado a una página que le promete lo más. Allí se halla como en su mejor época de pelafustán en busca de la ambición perdida. Tiene opciones que no se compadecen. La curiosidad lo atrapa. Por esto el ser humano es rescatable, a veces, porque es curioso. Entra acuciado por el morbo de las vestales doradas, olvidando que tiene el índice fácil. Gracias a ello, el engorro se cumple. Intrigantes opciones lo tientan, se involucra y ve páginas que no figuran ni en el debe ni en el haber de su existencia, salvo rumores. Tal las corridas de toros que las tiene por vistas, pero en realidad recién ahora ve. También hay gansos a los que les introducen un tubo para agrandarles el hígado, cerdos vestidos de rejas, vacas colgadas de una pata bailando cabeza abajo, cerditos a los que les extraen los dientes, gallinas a las que les cortan el pico para evitarlas caníbales, focas con las cabezas reventadas por palopinchos, pollitos machacados a pisotones como acostumbran los guapos y rebeldes roqueros, desollamiento en vivo de zorros, zorros más hermosos que la venerable Betty Page antes de meterse a monja. Y de fondo musical el lastimero ruido de animales castrados, desmochados, que atrofiados por el hacinamiento no pueden caminar ni mantenerse en pie. Ubicado en la lógica, al Tipo se le han disipado las ganas de comer. Se sobrecoge atento a la convención. Piensa: ¿cuál es el colmo del absurdo?... Y se responde: morir sin haber vivido. Quiere minimizarse en la barra inferior pero no, hay más. La misma curiosidad que lo azotó a él; también les llegó a científicos interesados en saber qué ocurre cuando se nace ciego y se obtiene la visión mucho más tarde. Para averiguarlo le cosen los ojos a un monito recién nacido y lo cubren de esparadrapos mientras crece en lo umbroso. Esto es la curiosidad, sin la cual no existiera el celular. Arrugado, el Tipo hace un repaso ligero por diversas instancias de la historia en donde distintas torturas, tradicionales, chinas, rusas, y cuantipeor, fueron cultura. Ya Victor Hugo, en su novela El hombre que ríe, había denunciado cómo en el reino inglés se colocaban chicos en apretados recipientes para que crecieran deformes y, transformados en bufos, entretuvieran a la corte. Así las cosas, el Tipo se sirve un café purificador para poder restituir el equilibrio de la sensatez y los buenos modales. Cliquea con seguridad y se le abre el cielo. Algo despatarrado este cielo, es verdad, pero es el único que tiene a mano, o el que supo ganar, o el que apenas pudo lograr, o el que apareció por descarte... O, quizá, no sea cielo, sino, como diría el gran poeta del Perú, José Santos Chocano, apenas un “enorme tronco que arrastró la ola”.
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