› Por Sandra Russo
Lo que pasó en Lanús es lo que no pasó antes frente al Cabildo, cuando tronó el rabino Bergman. En uno y otro suceso se puede ver claramente la diferencia entre lo montado y lo que emana como pus social. El bramido que surge del dolor, aunque ese dolor sea real, también es pasto de manipulación, está recargado con significados que llevan agua a un río revuelto.
A propósito del dolor, uno se pregunta a qué habilita, a qué condena, a qué desvíos llega cuando es compartido y pasa de semilla a yuyo. Ese dolor, en sí mismo, dadas las circunstancias, puede cambiar la historia para bien o para mal. Del dolor dicen que se aprende, pero no siempre. A veces se desaprende. En materia de seguridad, el dolor de las víctimas es un hito de la derecha para soluciones finales de distinto tipo. Pero eso tampoco implica que uno pueda lavarse las manos ante algunos temas, o rechazar la verosimilitud de algunas historias, como la de este jueves. Se esperaba un detonante, y lo hubo.
Si uno le echa una mirada al escenario, ve, de abajo para arriba:
- Una generación de chicos excluidos, los que hoy tienen entre 14 y 16 años, que nacieron y crecieron en la cloaca social que muchos hombres y mujeres trabajadores suponen que no les incumbe. La fallida instalación de un muro entre ricos y pobres no garantiza que otros muros invisibles no funcionen. Por ejemplo, el que se erige entre los indigentes y los pobres. Allí se juega una carta enorme: la de seguir perteneciendo a la estirpe humana.
- Hay una clase trabajadora, esto es, incluida, que diariamente hace malabarismos para no caerse en la cloaca. Pero eso no la dispensa de la impiedad con los otros, sobre todo con aquellos que nunca decidieron nada sobre sus vidas. Los camiones de Andreani que ayer se vieron en el centro de Buenos Aires dan cuenta de la inclusión de la víctima: otros incluidos, sin ir más lejos en la posibilidad del afecto, la lloran y se movilizan por ella y por las demás víctimas del delito. Tienen derecho, por supuesto, y tienen razones. Hay otros por los que nadie llora.
- Hay crisis y desatención: por un lado, no hay trabajo ni educación; por otro, el paco, que es el Rivotril de la cloaca, enferma y mata, pero la sociedad actúa como si no estuviera involucrada: se decomisan éxtasis, cocaína, efedrina, se conoce hasta la jerga del cartel de Sinaloa, pero nadie va preso por traficar paco. Y a los adictos al paco nadie los rehabilita, el Estado no los rehabilita, ontológicamente se los da por perdidos.
- Hay delito. Y hay mucha irritación cuando se citan estadísticas que dicen que sí, que hay delito, pero que no tanto, que estamos todavía muy lejos de los índices de las verdaderas ciudades violentas. No queremos llegar a serlo, pero asociar automáticamente delito con pobreza es un hecho en sí mismo violento.
- Cuando se ametralla desde los micrófonos con pedidos de pena de muerte habría que calibrar también el efecto que esas operaciones mediáticas tienen en los que se propone parar frente al paredón. Esas operaciones mediáticas son disparadores de violencia.
- Lo que atemoriza es el gatillo fácil del paco. Hace unos años había que no oponer resistencia a los asaltos. Hoy el terror proviene de que se mata más fácil y por menos motivos. Los motivos de una mente podrida por el paco son inescrutables. El paco ha terminado de hacer de esa generación de chicos de la cloaca seres que habitan una dimensión distinta. Mental, espiritual, orgánica. Están muy lejos.
- El gatillo fácil del paco puede asociarse con el gatillo fácil del ingeniero Santos, que fue el pionero en esto de dejar aflorar el instinto asesino del incluido, y también con el gatillo fácil de la maldita policía. En los tres casos, en situaciones y con protagonistas bien distintos, se trata de un gatillo que se aprieta contra cualquiera. Lo que caracteriza al gatillo fácil no es quién dispara, sino contra quién dispara: es cualquiera. Eso está uniendo a la gente en este malestar. Cualquiera pueden ser todos.
- Los chicos de la cloaca que asesinan no son muchos. No es un ejército de asesinos el que se agazapa en la periferia del sistema. Es más bien un montón de asustados que se vuelven feroces porque viven como bestias de corral más que como personas. Pero un chico de catorce años mató a un hombre en Valentín Alsina, y de eso hay que hacerse cargo.
- La situación de actual inimputabilidad no es algo que los beneficie. Por el contrario, los sumerge aún más en la nada que son, sin causa, sin proceso, sin defensa. Los hace trabajar para otros. Muchas veces para la policía.
- Una nueva ley que les dé a ellos garantías constitucionales, y a los familiares de las víctimas la posibilidad de que se haga justicia, es lo que se cae de maduro. Pero habría que aclarar que esa ley serviría para reparar este malestar y para evitar que en ese malestar nazcan larvas imprevisibles. Con nueva ley, la cloaca permanecerá allí. Llena de chicos que no saben dónde están.
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