Sábado, 13 de junio de 2009 | Hoy
Por Sandra Russo
El spot televisivo propio por el que tanto sudó y luchó Felipe Solá es un poco raro. Teniendo que subrayar algo por lo que valga la pena votarlo, el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires eligió para “venderse” aquel momento de la votación de la 125. Las comillas van porque ésta de Unión-Pro es, más que ninguna campaña política que se haya visto en la Argentina hasta ahora, una campaña de producto. De un producto compuesto por tres hombres y una mujer que empezaron presentándose por sus nombres de pila, como amigos. Un producto que envasa a sus candidatos en las burbujas frescas y ligeras del jabón en polvo, que lava como ninguno. Como esos que dejan contentas a las madres: son las pequeñas cosas que hacen presuntamente feliz a la gente.
La imagen elegida en el spot de Felipe todos la teníamos en la cabeza: no tanto al ex gobernador enfatizando su orgullo de votar en contra, ya dado vuelta políticamente y alineado con las entidades ruralistas y los grandes medios, sino a Kunkel estirándose desde atrás para gritarle “traidor hijo de puta”. Eran días en que el fragor enfebrecía a miles de personas que en las calles, las casas, los mails o los restaurantes se peleaban a los gritos o se insultaban lindo; días de carpas y toros inflables en la plaza, de De Angeli compartiendo pantalla con la Presidenta. Eran días de declaraciones turbulentas, en los que se llegó a escuchar de boca de un actual candidato rural que si el Congreso no les era favorable “habría que disolverlo”. Ese momento preciso que muestra el spot es uno de los tantos momentos de tensión retrospectivamente insoportable que precedieron a estas elecciones.
El voto de Cobos, que inauguró poco después y votando en el mismo sentido que Solá su personaje recibidor, es otro. Fuimos muchos los que lo vimos en directo, de madrugada, llenos de angustia, y es bueno recordarlo porque la publicidad aplana las imágenes. Le sustrae su carga histórica para imprimirles un sentido unidireccional: esa imagen está allí para decir apenas: Solá “se jugó” contra el kirchnerismo y no le tuvo miedo, mírenlo cómo es agredido por Kunkel, ¿se acuerdan de lo que le dijo Kunkel? Sí, todo el mundo se acuerda. El spot completa esa imagen con un off de Solá diciendo algo que es verdaderamente extraño: “Ellos cambiaron de principios. Nosotros no”.
A esto iba: a la construcción de ese “ellos” por oposición a ese “nosotros” que enuncia Solá. El relato que esboza el spot sigue una lógica Disney, impone una épica de cumpleaños infantil, donde hombres de pro se elevan para mantener a salvo sus “principios”, pagando el costo de ser vituperados por “ellos”, que cambian de ideas o no las tienen, y por lo tanto están privados del aura de los idealistas.
Ese relato debe haber entusiasmado mucho al candidato, siempre destratado, siempre en puja por su propio lugar en la mesa, toda vez que se fue de un lado al otro del arco político disponible dentro del peronismo más de una vez para que su voz sea una de las principales. Consiguió su propio spot después de que la campaña arrancara sin él, y tuvo que soportar que el mentor de la “venta” de los candidatos de Unión-Pro tuviera la honestidad brutal de declarar que Solá “no es mucho lo que aporta”.
Metido a “peronizar” una oferta electoral que con de Narváez a la cabeza promete todos los términos abstractos positivos que se le puedan pasar a uno por la mente (bajar los precios, ser eficaces, tener la “pureza de los hombres comunes” y hasta ¡subir la expectativa de vida!), Solá elige mostrarse en el momento en el que es llamado traidor para resaltar que él no cambia sus principios, como “ellos”.
Al oficialismo se lo puede criticar por una larga lista de cosas, cada uno hará la suya. Pero lo que se sale completamente del verosímil es que “ellos” cambiaron sus principios, toda vez que desde hace un mandato y medio las políticas de Estado vienen marcando un perfil nítido, y que es precisamente ese rumbo marcado y delineado lo que se intenta quebrar quitándole la mayoría parlamentaria.
El intento de aplastar la historia convirtiéndola en propaganda no resiste, aunque De Narváez tenga el dinero suficiente como para provocar el aturdimiento de la repetición. Es que choca al oído la frase con la que Solá engalana su partida del kirchnerismo. No coincide con el registro colectivo de los hechos y crea una realidad ficcional que rebota contra la percepción más distraída. Dice que él “se fue cuando daba miedo irse”. En ese momento se partió el peronismo, se alzaron a favor de las demandas de la Sociedad Rural los candidatos que hoy pujan por ser los sucesores del kirchnerismo. Y son muchos. Algunos de los que se quedaron, si tuvieran plata para pagarse campañas televisivas, podrían decir más consistentemente: “Nos quedamos cuando daba miedo quedarse”, pero para exhibir el costo de mantener sus ideas podrían mostrar no a alguien insultándolos, sino a turbas de camperas de carpincho tirando huevos y rompiendo vidrios de autos y domicilios particulares.
En la realidad ficcional de la campaña de Unión-Pro la plata se hace trabajando y a hacer plata se aprende escuchando los consejos del abuelo. En esa realidad ficcional los votos se roban y hay que salir a contarlos uno por uno, los patrimonios aumentan descomunalmente sin que uno se preocupe personalmente por ellos, se “abraza a la educación pública” (aunque no a los docentes), y la herramienta clave es “el diálogo”. Quien paga todo no ha llegado a la política para hacer política, sino para ayudarnos a todos, pero para eso los votantes deben ayudarlo a él. Quien paga todo ya le había pagado la fallida campaña a Carlos Menem, aunque hay que recordar que fue efectiva: en 2003 Menem sacó más votos que Kirchner. La realidad es borrada en el spot, para dejar irrumpir a una ficción publicitaria en la que “ellos cambiaron de principios. Nosotros no”, en una afirmación tan vacía de contenido que puede uno concluir que Solá lava más blanco o que De Narváez no destiñe.
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