› Por Eduardo “Tato” Pavlovsky *
El viernes pasado, realizando mi obra Solo brumas, Eusebio, mi personaje –de unos setenta años y dedicado a una función social de demolición–, entra a escena y relata una anécdota que le ocurrió minutos antes. Viene herido en la parte izquierda de la tibia, a raíz de un incidente que mantuvo en la Plaza Irlanda con un chico de trece años que, amenazándolo con una navaja, le pedía una zapatilla. Eusebio le responde que él calza 45 y que no le va a servir una zapatilla. El joven de trece años le grita: “¡Viejo de mierda, vos creés que soy un chorro!” y simultáneamente saca la navaja y lo hiere en la tibia izquierda. Todo esto es un relato de Eusebio. Pepi, una de las compañeras de Eusebio, se apiada y lo venda rápidamente para evitar una hemorragia.
Al mirar mi pantalón, yo observo que está manchado de un “colorante” que simula ser sangre y que utilizamos sólo en la última parte de la obra.
Cuando veo la “sangre” con el colorante en el mismo lugar donde el pibe me corta pienso en qué momento me lo habrán puesto (nunca se utilizó en ese momento) y pienso que Briski es un director admirable para ese tipo de sorpresas y triquiñuelas a los actores. Mientras Pepi venda la pierna de Eusebio observando toda mi pierna ensangrentada, yo acudo al “método Stanislavsky” y grito de dolor y cuando me levanto ya vendado mi renguera es mayor que nunca y camino en el escenario más herido que nunca. Estaba contento porque pensé que a Briski le estaría gustando mi adaptación a la nueva circunstancia actoral.
Con todo veo que Pepi, la que me vendó la pierna, se acerca a Pipi y empiezan a cuchichear entre ellas.
Yo rengueaba cada vez más feliz sintiéndome un actor joven, herido. También me pareció observar un misterioso gesto de la actriz a Briski que me resultaba insólito. Pero ya había un clima de extrañamiento en el elenco que no era disonante a estos personajes marginales que tenían que cumplir una función demasiado terrible en la obra.
Todo parecía exacerbado y mi monólogo final salió mejor que nunca a raíz de esa herida “sangrante” y el tono de mi exaltación.
Al terminar la obra una de las actrices me pregunta muy nerviosa con qué me había “herido” en la pierna. Yo le respondo que me pusieron colorante en el lugar de la tibia izquierda. Pero al sacarme el pantalón observo que tengo una pequeña herida en la tibia izquierda de donde había manado la sangre que yo creí que era colorante.
Me dijo que lo miró a Briski para detener la función por el peligro de mi hemorragia. Ella me veía sangrar en el mismo lugar donde yo le contaba que el pibe de trece años me había cortado.
Al entrar Briski me preguntó si era diabético, riesgo muy grande para un hipocondríaco como yo.
Pregunta sin contestar: ¿por qué me habría herido en la tibia izquierda, exactamente en el mismo lugar donde relato que el pibe me hiere y la actriz me “cura” en cada función?
Mientras yo me vanagloriaba de actuar la pierna ensangrentada, Mirta quería parar la obra. Susy Evans, la otra actriz, le dijo a su compañera: nunca te vas a dar cuenta si Tato actúa o no. Siempre actúa y lo peor o lo mejor es que él quiere actuar hasta su propia muerte. Es así por naturaleza.
Me pregunto: ¿cuántos años más seguiré en un escenario?
Me contesto: solamente en un escenario las emociones y los terrores forman parte del exorcismo dramático. Realidad y fantasía se entremezclan de una manera misteriosa.
Mientras pueda y la herida no sea grande estas emociones y confusiones no me las pierdo. Misterio del teatro y la creación. Los años de análisis lo convirtieron en un caso cada vez más histérico. No hay que despertar a los sonámbulos. Es peligroso, comenta Susy. El finge que no está fingiendo que está fingiendo.
* Autor, director y actor teatral. Psicoanalista.
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