CONTRATAPA
Ovarios
› Por Sandra Russo
María del Carmen tiene diecinueve años, pero parece de treinta. Hasta hace unos días tenía cinco hijos. Ahora tiene cuatro. María Rosa, la mayor, murió desnutrida en su casa, en una especie de eutanasia que esta sociedad le proporcionó como única y terrible donación. María Rosa no murió entubada ni conectada a aparatos para prolongarle la vida. Nadie llegó a intentar prolongarle la vida. María Rosa murió como piden morir cada tanto los desahuciados europeos: en su casa. Pero su casa estaba muy lejos de ser ese remanso de afecto y objetos y olores queridos. La casa tucumana de María Rosa era un dormitorio sin camas en el que vivían padre, madre y cinco hijos. Telas, trapos y cartones eran el mobiliario. No había cocina ni baño. Cocina esa familia no necesitaba porque nunca había nada para cocinar. Y para baño está el mundo.
María del Carmen tiene diecinueve años y no ha parado de parir desde los trece. “¿Vos tenés muchos hermanos?”, le preguntó el viernes un periodista. Ella asintió. “¿Cuántos hermanos tenés?”, siguieron preguntándole sin que se supiera a dónde iría a parar una eventual respuesta. Ella miró al periodista y bajó los ojos. “No sé, unos cuantos”, dijo.
María del Carmen no sabe cuántos hermanos tiene, pero sí sabe que tiene solamente dos brazos. Eso fue lo que contestó cuando el jueves le preguntaron por qué no había llevado a sus hijos a controles periódicos en el centro asistencial más cercano al barrio Las Palmeras. “Tengo solamente dos brazos para llevar a dos hijos al control.” Fue una tímida pero feroz defensa ante lo que le pareció una incriminación. Lo era.
Y también tiene solamente dos ovarios, aunque es probable que María del Carmen nunca lo haya pensado y hasta es posible que no lo sepa. Y es muy probable, es casi seguro que nunca nadie le habló de eso. Tiene dos ovarios sin tregua, dos ovarios cansados, y un cuerpo vencido por su propia naturaleza.
Suena un poco descabellado plantear esto, admitámoslo y salgamos rápidamente de la trampa. Suena un poco descabellado plantear que millones de mujeres como María del Carmen jamás han tenido la posibilidad de planear la forma de sus familias, de elegir cuántos hijos querían tener. Suena así porque el tema de los niños hambrientos se impone oscuro y calamitoso y exige respuestas urgentes, que nunca llegan pero que obligan a eludir otras cuestiones sobre los cuerpos femeninos. Los niños hambrientos se comen el foco de la cámara y si uno mira a sus madres, a las madres de los niños desnutridos, de los que todavía están vivos o de los que ya han muerto, en ellas se cruzan dos miradas: la de la compasión y la de la culpabilización.
El gran tema es el hambre, uno no puede negarlo. Pero mirando a María del Carmen, esa nena de diecinueve años que ya ha parido seis hijos, otro gran tema se asoma por una puerta que muchos quieren mantener cerrada. Derechos reproductivos: así se llama el gran tema. O planificación familiar, como prefieran. En cristiano, valga la paradoja que frena este gran tema desde hace décadas, anticoncepción.
No faltarán quienes se escandalicen interpretando que lo único que falta es que a los pobres, que ya no tienen nada, se les pretenda sacar hasta la posibilidad de tener hijos. No faltarán quienes sacudan el fantasma de Mao y el del control de la natalidad. Sobre la reproducción de los pobres sehan tejido mil confabulaciones de derecha y de izquierda. Desde la que habla del perpetuo parir futuros desocupados o mano de obra barata, hasta la que cree ver en la anticoncepción maniobras imperialistas para despoblar países emergentes.
Lo cierto es que los derechos reproductivos son un nuevo dique separador de mundos. Quien esto escribe y quien esto lee seguramente tiene la cantidad de hijos que ha deseado tener. En el mapa de la vida reproductiva de la clase media tal vez haya un embarazo no deseado que o bien fue interrumpido en buenas condiciones sanitarias, o bien siguió su curso y es hoy el segundo o tercer niño amado, mimado y protegido por el que se vela y se desvela. En los diarios del viernes, convivieron las noticias sobre los niños desnutridos de Tucumán con las del Papa, en Italia, clamando por más nacimientos. Los ciudadanos de primer nivel meditan sus momentos vitales, planifican las circunstancias apropiadas, evalúan en qué tramo de sus vidas están en condiciones de tener hijos.
En el otro mundo, extramuros, en los charcos, en el barro, entre cartones, entre chapas, a la intemperie, en Tucumán pero también mucho más cerca, a las ciudadanas de segunda les han sido expropiados esos derechos y a nadie se le ocurre devolvérselos. El gran tema de combatir el hambre borra el tema de acercarles a esas mujeres la posibilidad de planear cuántos hijos tener, con quién y cuándo tenerlos. Desde luego que la típica familia nuclear urbana no debiera ser ni el modelo ni el ejemplo que nadie le imponga a nadie: el medio rural y cada comunidad tiene sus propias pautas. Pero recién sabremos exactamente cuántos niños desean tener esas mujeres cuando ellas estén en condiciones de decidirlo, es decir: cuando junto con la asistencia social les llegue el título de propiedad de sus ovarios.