› Por Juan Forn
Lo primero que pienso siempre que leo el nombre de André Agassi es una declaración genial que hizo Boris Becker después de destrozarlo en una semifinal de Wimbledon, a principios de los ’90: “Le gané porque nadie lo quiere”. El Boris se ha vuelto bastante pavote (vean la publicidad que hace estos días de esa enervante nueva imbecilidad llamada Pokerstars), pero en sus tiempos de tenista era un capo, cuando jugaba y cuando hablaba: en ambas circunstancias ponía en acto lo que el resto del mundo pensaba y creía que no se podía hacer o decir. Y lo que todo el mundo pensaba y pocos decían de André Agassi en aquel entonces es que era un insufrible, un jugador del montón manijeado por Nike y la ATP en un intento desesperado por hacer atractivo el circuito masculino cuando se retiraron todos los grandes y dejaron el tope del ranking en manos de mediocres sin carisma como Chang, Courier o Stich (de hecho, aunque Agassi ganó su primer millón de dólares antes de cumplir los dieciocho, necesitó cinco años más y un día sin viento para ganar su primer Grand Slam, cosa que corroboró la leyenda de que perdía solo si soplaba la menor brisa en el court).
Después vino su casamiento con Brooke Shields y su derrumbe tenístico (en menos de un año cayó al puesto 141 de la ATP) y, cuando todos lo daban por acabado en el planeta tenístico, ocurrió su reencarnación: se afeitó la cabeza, abandonó el ridículo colorinche de su vestuario, cambió por completo su comportamiento dentro y fuera de la cancha, conquistó ante el estupor generalizado a la extraordinaria Steffi Graf y se convirtió en el Agassi que todos conocemos: el brillante estratega que dejaba todo en la cancha, el rey del fair play que nunca protestaba un fallo y sabía ganar con la misma hidalguía que exhibía cuando le tocaba perder. Es difícil encontrar otro caso de un tenista que haya logrado reformatearse y enterrar su pasado como hizo Agassi. Y eso es lo que hace tan difícil de tragar su reciente autobiografía: nadie quería recordar aquel Agassi, porque nadie en el tenis quiere que se pongan sobre la mesa los trapitos sucios que la aceitadísima e hiperrentable maquinaria global que es hoy la ATP ha logrado difuminar hasta la invisibilidad.
El mayor escándalo lo produjo una confesión casi naïf: que, durante aquel infausto 1997 en que se derrumbó tenística y existencialmente, Agassi tomó metanfetaminas (cristal, en la jerga drogota), dio positivo en un antidoping y logró bajo cuerda que la ATP no lo sancionara. Navratilova y Marat Safin fueron los más duros: una en serio y el otro sarcásticamente dijeron que Agassi debía devolver todos los premios de su carrera, si tanto le pesaba aquel asunto. Pat Cash planteó algo más interesante: dijo que la pregunta a hacerse era cómo habría encarado Agassi el resto de su carrera si hubiera recibido la sanción que le correspondía. En aquel entonces, la ATP penaba con tres meses de suspensión el uso de drogas “recreativas”, el mismo período que usó Agassi como pretemporada antes del poderoso retorno que lo llevó del puesto 141 al sexto el año siguiente. De manera que volver al ruedo después de la suspensión no le hubiera sido tan complicado como evitar a partir de entonces los antidoping que los demás tenistas dicen hoy que evitó desde 1998 hasta su retiro.
Nada dice el libro de Agassi respecto de eso. Sí confiesa, en cambio, que cuando era junior y competía en los torneos nacionales norteamericanos, tomaba excedrina antes de los partidos. “Si papá te da pastillitas antes de entrar a la cancha, escóndelas y no las tomes”, le aconseja a André su hermano mayor en determinado momento del libro. Esas son, a mi gusto, las revelaciones más fuertes del libro de Agassi, las que más preocupan a la ATP: las relacionadas con el padre de Agassi, un villano de película.
Mike Agassi, cuyo verdadero nombre es Ardashes Saginian, nació en Irán, representó a su país como boxeador en las Olimpíadas de 1948 y 1952, emigró a América y se convirtió en personal de seguridad de los casinos de Las Vegas. Convencido de que el tenis era el deporte del futuro, se hizo una cancha en el fondo de su casa y empezó a entrenar a sus hijos con una máquina de su invención llamada “El Dragón” que lanzaba pelotas a cien kilómetros por hora. El mayor se escapó de la casa a los dieciséis, la segunda se casó para liberarse del yugo (curiosamente, lo hizo con Pancho Segura, una leyenda del tenis de los ’60 que amenazó a Papá Agassi con romperle las piernas si volvía a acercarse a la nena). El pequeño André le dio la revancha: desde los cuatro años hasta los trece, debió devolver 2500 pelotas diarias (es decir, un millón al año) lanzadas por aquella máquina. “Nadie que devuelve un millón de pelotas del Dragón puede ser derrotado”, le dijo Papá Agassi al legendario Nick Bolletieri y consiguió que éste tomara a su hijo como pupilo y lo lanzara al estrellato, estimulando su mal comportamiento y su look “transgresor” para que se destacara mediáticamente, como Connors y McEnroe (Andy Murray confesó hace poco que, cuando era ball-boy en Wimbledon, Agassi lo insultó una vez hasta dejarlo llorando).
Dice Agassi en su libro que, cuando empezó a quedarse pelado, sus asesores lo convencieron de usar peluquín porque su melena bicolor era parte de su personalidad (por eso perdió un Roland Garros contra Andrés Gómez: por el pavor de que se le desacomodara el peluquín y quedara en evidencia ante el mundo entero). Dice Agassi que, hasta que conoció a Steffi Graf, odiaba el tenis pero no se animaba a confesárselo a nadie. Dice Agassi que Ste-ffi le contestó: “¿Quién de nosotros no?”. Ese es el centro neurálgico del libro y el gran temor que ha despertado en la ATP. Hace poco pasaron por televisión un programa en el que las estrellas del tenis actual cuentan qué hacen en sus ratos libres. Todos (Federer, Nadal, Nalbandian, Djokovic) usaron la misma palabra para referirse al circuito: grinder, que en inglés significa trituradora. Dice Agassi que escribió su libro para que les sirva a todos aquellos pibes sometidos al despotismo de sus padres que quieren hacerse millonarios. Imaginen la gracia que ha de hacerle a la ATP si el libro de Agassi empieza a circular de mano en mano entre esos pibes. Y ahora escuchen las declaraciones de Mike Agassi cuando la prensa fue a sonsacarle su opinión del libro: “¿Para qué habría de leerlo? Yo estuve ahí. Yo sé todo lo que hizo mi hijo y todo lo que hice yo para que él llegara adonde está. Y, además, los libros nunca fueron lo mío ni lo de André. ¿O ustedes pretenden tomárselo en serio?”.
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