Mar 10.12.2002

CONTRATAPA

Anchoas

› Por Antonio Dal Masetto

Hace 20 años que Malena Dávila y Valentín Furlotti están juntos. Ambos son de carácter fuerte. Se han venido peleando y reconciliando a un promedio de cinco o seis veces por año. En cada pelea se reparten el departamento. He ido a visitarlos y me encontré con las paredes pintadas mitad de un color y mitad de otro. La mesa, con una raya bien visible dividiéndola en dos. En el departamento se pueden ver muebles que fueron serruchados por la mitad y encolados al llegar la reconciliación. Hay muchas cosas pegadas con la gotita. Cierta vez Valentín me prestó la primera mitad de una novela policial y después tuve que pedirle la otra mitad a Malena para ver cómo terminaba. En una pelea en la plaza casi cortan al perro por la mitad. Uno tiraba de las patas delanteras, el otro de las traseras, el perro aullaba. “Me olvidé la Victorinox –gritaba Valentín–, si no, esto lo resolvía con un par de tajos y así te quedabas con tu maldita mitad del perro.” Fueron de vacaciones en carpa y terminaron con la carpa cortada al medio, durmiendo a veinte metros de distancia uno del otro. La última pelea fue en la playa, donde tienen una casita. También tienen un pequeño bote. Les tocó un fin de semana espléndido y decidieron hacer un picnic en el bote, mar adentro. Cada uno se hizo cargo de un remo y se alejaron de la costa. “No hay como el aire de mar para abrir el apetito, alcanzame un sandwich”, dijo Malena. Valentín abrió la canastita y le alcanzó un sandwich de miga. Minutos después, ella dijo: “Tengo más hambre, dame otro”. Valentín se lo dio. “¿Son todos de anchoas?”, dijo ella. “¿Qué tiene de malo?”, dijo él. “No puedo creer que hayas traído nada más que de anchoas.” “Son ricos, el pescado es sano, mirá los japoneses, que casi no comen más que pescado y no tienen colesterol.” “Unicamente a un loco maniático como vos, que debería estar internado, se le ocurre traer solamente sandwiches de anchoas.” “Si no te gustan, dejalos; me los como todos yo.” Valentín se comió tres al hilo. Después dijo: “Dale, genia, serví para algo, abrí la heladerita y alcanzame una cerveza”. “Las anchoas te dieron sed, ¿no? Agarrátela vos la cerveza, ya que sos tan piola.” Valentín abrió la heladerita y adentro había un par de sandalias, un secador de pelo, una bolsa de cosméticos y un espejo de mano. “Te olvidaste de traer la bebida, tarada; con vos no se puede ir ni a la esquina sin correr peligro.” “¿Cómo no voy a olvidarme las cosas si me descontrolás todo el tiempo? Antes de vivir con vos yo era una persona calma, sensata, cuidadosa, nunca me olvidaba de nada, tenía grandes proyectos y por tu culpa tuve que abandonar la carrera; con mi talento hubiera fundado una escuela de psicoanálisis y tendría discípulos, y en cambio estoy acá en medio del mar, con un ignorante que los únicos sandwiches que conoce son los de anchoa.” “Y yo, te recuerdo, por tu culpa, tuve que abandonar mi única verdadera vocación en la vida que es la escultura, y todo porque le tenés alergia al polvo del mármol; si no fuera por vos, hoy sería un genio reconocido, sería igual que Rodin.” “No te banco más, me voy”, dijo ella y agarró su remo. “El que se va soy yo”, dijo él. Y empezaron a remar, cada uno en un sentido, y el bote giraba en redondo. “¿Qué hacés, idiota? Remá en la dirección correcta.” “Vos remá en la dirección correcta.” Valentín trató de manotearle el remo. “Este remo es mío, antes de dártelo prefiero tirarlo”, dijo ella, y lo tiró. “Ah, sos viva vos, yo también tiro el mío, ¿a ver qué hacés ahora?” “Por lo pronto te aviso que la mitad derecha del bote es mía, así que ni se te ocurra cruzar la línea.” “Muy bien, entonces la mitad izquierda es mía y acá yo hago lo que se me dé la gana.” Valentín sacó la Victorinox y empezó a acuchillar con furia la madera. Ella agarró el bichero y le empezó a dar a su costado del bote. “Tomá, tomá”, decía. Valentín consiguió arrancar una tabla. Ella también reventó una tabla. El bote se empezó a desarmar y en pocos minutos estuvieron en el agua. El agua estaba fría. El cielo se había oscurecido de golpe, tronaba yrelampagueaba. “Se viene una tormenta de la puta madre. ¿Qué hacemos?”, dijo Valentín. “Pensá algo rápido que me estoy congelando”, dijo ella. Alrededor flotaban los restos del bote. “Juntemos tus tablas y las mías, armemos una balsa y tratemos de alcanzar la costa”, dijo él. Así lo hicieron y, acostados boca abajo, remaron con las manos. “Uno, dos, uno, dos, rememos al mismo tiempo”, decía Valentín. “Sí, sincronicemos”, decía ella. El viento los ayudó y llegaron a la playa. Después del naufragio decidieron redactar un contrato: “Los abajo firmantes, doña Malena Dávila y don Valentín Furlotti, se comprometen a nunca más pelearse en la vida, y si la desgracia y la mala suerte y el destino los arrastraran a una discrepancia, solamente entrarán en combate después de haber estudiado minuciosamente el terreno y las circunstancias, y constatado de que no los acecha ningún peligro externo, ya sea que provenga de la naturaleza, las guerras, los avatares económicos o de personas ajenas a este documento, puesto que, como es sabido, los de afuera son de palo. Por lo tanto, queda debidamente establecido que el único ser con derecho a reventar a don Valentín Furlotti es doña Malena Dávila, y el único ser que tiene derecho a pulverizar a doña Malena Dávila es don Valentín Furlotti”.

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