CONTRATAPA
¿Vas a seguir en la Argentina?
Por Vanessa Miller *
¿Y? ¿Vas a seguir en la Argentina? ¿Te vas a volver a Chile? ¿Allá está tan horrible como se ve en la tele? ¿Tiene sentido seguir peleándola en Buenos Aires?
Cuando no naciste en el país en que vives te preguntas cuánta verdad hay en la máxima “Un hombre dividido es un hombre sin dignidad”. Es que si no tienes trabajo puedes refugiarte en eso de “Si no hay para los de acá, menos para los demás”. Y si lo tienes, puedes recibir alguna agresión del estilo “volvete a tu país y dejá de quitarle laburo a los de acá”.
¿Cuál es tu lugar cuando vives en un país que no se encuentra a sí mismo pero al que amas con una incondicionalidad que te hace su propia piel?
Mi familia carnal está íntegramente radicada en Chile. Para ellos, estos 17 años que llevo en Buenos Aires nunca fueron fáciles de imaginar. Ahora son directamente aterradores. Estuve con ellos en Navidad y recibimos juntos el nuevo año. Yo había salido de Buenos Aires llorando la mañana después de la renuncia de De la Rúa y me dolía la sangre. Ya no puedo decir que es sólo chilena: mi casa está en este país herido. He vivido acá la mitad de mi vida haciendo amigos, cuidando mis plantas y trabajando en este medio en que solo pude permanecer dando lo mejor de mí.
La última vez llegué a Chile cansada, confundida y sin argumentos. No fue fácil mantener la calma cuando algún sentimiento facho y nacionalista encontraba satisfacción por lo que vive el pueblo argentino. Por suerte la mayoría de los chilenos se solidarizan con nuestro dolor y es fácil engancharse hablando con cariño de esta bella nación y de lo vital que es (a pesar de todo) la energía de sus habitantes.
La cordillera a veces parece un espejo con dos caras pero otras veces sirve para comprobar que Chile es un país tan raro y cansado de sufrir privaciones de su libertad como la Argentina. El estereotipo dice que Chile, por Pinochet, quedó pacato. Chile ahora es tímido, controlado, reprimido, cuidadoso, timorato. Puede ser, pero, si eso es totalmente cierto, ¿cómo puede ser que hace solo un mes 140 mil personas hayan visto en el Estadio Nacional, en dos tandas de 70, un recital de rock dado por un trío que se llama, justo, “Los prisioneros”? El record, hasta ahora, le pertenecía a Silvio Rodríguez, con 70 mil. Pero ningún artista, ni siquiera extranjero, consiguió llenar dos veces el mismo estadio que en los primeros meses de la dictadura de Pinochet funcionó como un campo de concentración a cielo abierto y quedó como un símbolo internacional de la opresión. “Los prisioneros” batieron el record sin apoyo de ninguna empresa tal vez porque su contenido no representa a la gerencia de marketing de ninguna de ellas.
“Las industrias/ muevan las industrias./ Cuando vino la miseria los echaron/ les dijeron que no vuelvan más./ Los obreros no se fueron,/ merodean por la ciudad./ Las industrias/ muevan las industrias”, cantaron el vocalista y compositor Jorge González, el baterista Miguel Tapia y el guitarrista Claudio Nerea.
Ese evento social se me hacía hermano del cacerolazo nuestro: un ejemplo de que la libertad es un derecho que no se deja acorralar así no más. Chile no tiene divorcio. Ellos, “Los prisioneros”, promueven el uso de condones. Chile teme que la Argentina se desplome y tire la cordillera encima. Ellos se toman el pelo cuando hablan de la plata que recaudaron. Chile es, un poco, Bolocco. Pero “Los prisioneros” hace pocos días no llegaron a un acuerdo con los organizadores del festival de Viña del Mar, que este año será transmitido por el canal católico, porque no querían perder la libertad de cantar lo que cantan. A cambio harán un concierto gratuito y una gira nacional, sin más auspiciantes que el fervor popular que los acompaña. Como los esclavos de las plantaciones de algodón, “Los prisioneros” terminaron escribiendo los gospell chilenos con rock, tecno, un poco de romántico y un poco de pop. Y en sus letras también se lee algo sobre la esclavitud argentina: “Las sierras eléctricas cortan las monedas/en las bóvedas limpias y secretas de los bancos/ Hojas de acero inoxidable/ filos trabajados para un corte impecable/ Las sierras eléctricas cortan tus muñecas/ para apoderarse de tu sueldo miserable/ pero luego de un millón de cercenados/ se hacen de una fortuna respetable/ ¡Corten!/ Corten/ Sierras eléctricas”.
“América es la casa”, como dijo el poeta Gonzalo Rojas, y es tiempo de pensar en la patria grande de Sarmiento. La herida de este carrusel no reconoce una frontera nacional sino una delicadeza humana. Si me voy a quedar o me voy a ir del dolor no lo va a decir mi lengua. La misma que ahora lame una herida que (como yo) no está de un solo lado de la cordillera.
* Actriz y guionista.