CONTRATAPA
El regreso de los generosos
› Por Osvaldo Bayer
Qué ejemplo de ética dio esta semana la población patagónica de Puerto San Julián cuando inauguró la plaza Albino Argüelles, allí en el seno de la ciudad. Albino Argüelles, el héroe del pueblo fusilado por el Ejército Argentino hace más de ochenta años por encabezar el movimiento que exigía más humanidad con los peones rurales. Los balazos oficiales que destrozaron su pecho todavía no tienen explicación alguna. Había propuesto un nuevo convenio que reemplazara las condiciones de vida esclavizantes de aquellos años en las estancias del latifundio. Se lo fusiló por su osadía lo mismo que se hizo con el gaucho entrerriano José Font, Facón Grande, unos kilómetros más al norte.
Todo se cubrió con el silencio de los burócratas y la injusticia. Generaciones se criaron sin saber la verdad. Ahora, roto el silencio del miedo, surgen las figuras mártires del movimiento obrero. Rota la cobarde mentira de que eran “agitadores”, se elevan en todo su sacrificio y su justicia. Nunca nadie pudo probar las aseveraciones militares y policiales que sostenían que los hombres que pedían el primer convenio rural eran “agentes” de países extranjeros o miembros de ideologías “subversivas”.
Hubo profunda emoción en el acto, al que concurrieron todos. Los discursos tiñeron de nostalgia la figura del héroe del Pueblo; su hija Irma Labat –de 82 años– puso las lágrimas del dolor y de la alegría inmensa. Y con ella los nietos y biznietos del hombre de la mano abierta.
Mientras el nombre de Albino Argüelles surge por su valentía y su desprendimiento, las sombras de su asesino, el entonces capitán Elbio Carlos Anaya –después “general de la Nación”–, se pierden en el olvido y la vergüenza. El “péguele cuatro tiros”, como era toda la esencia lingüística y filosófica del verdugo, queda como sucio abuso de las armas y los uniformes de la estupidez humana.
Albino Argüelles era un hombre de Buenos Aires, herrero de oficio, que ya en enero de 1919 había luchado con los metalúrgicos en las calles de Buenos Aires por las sagradas ocho horas de trabajo, en la Semana Trágica. Las calles porteñas habían quedado teñidas de la sangre obrera ante la brutal represión de la policía, el Ejército y las brigadas de la que después se llamaría la “Liga Patriótica Argentina”, la unión de los defensores del privilegio.
Ese mismo año Argüelles llegó a San Julián y participó de la formación de la Sociedad Obrera de Oficios Varios, que antes era apenas una organización de los obreros de playa. Argüelles fue elegido como secretario general de la nueva entidad, por sus cualidades oratorias y su talento de organización. En la misma primera comisión figuraba Facón Grande como “delegado tropero y de campo”. Como era clásico en aquellos tiempos sindicales, la organización obrera poseía una biblioteca y un conjunto filodramático, el cual daba funciones teatrales los sábados a la noche y los domingos a la tarde para los afiliados. Todos los dirigentes trabajaban. Albino Argüelles, que apenas contaba en esa época con 25 años, trabajaba como herrero en una estancia vecina. Muy rápido vendrán los años de lucha por la dignidad de los trabajadores del campo. Es sin ninguna duda épico el paro realizado en 1920 por mínimas mejoras en el trabajo. En esas enormes distancias, con una organización social donde el peón dependía en absoluto del patrón, quien a su vez manejaba la policía del lugar, organizarse y llevar a cabo un paro era de un coraje y una fe a toda prueba en que las condiciones de esclavitud debían cambiarse. Pero fíjese el lector el sentido de grandeza que tenía la presentación de los peones: exigían que los estancieros tomaran peones casados y que sus mujeres pudieran vivir en los establecimientos rurales. Decían que así, ese territorio desolado de la Patagonia iría poblándose poco a poco. Es que las estancias tomaban sólo a peones solteros. Los cuales, al recibirla paga, viajaban a las ciudades donde tiraban en un fin de semana lo ganado, en alcohol y en los lupanares de los puertos. Luego volvían sin un centavo en el bolsillo y pasaban a depender totalmente del patrón. En cambio, de dejarse entrar a las mujeres a las estancias, sin ninguna duda éstas hubieran ordenado la vida de los hombres solos. En eso debe verse al sindicato como una organización plena de humanismo y de mirada hacia el futuro comparado con el duro espíritu explotador y depredador de los dueños de la tierra.
Cuando el presidente radical Hipólito Yrigoyen se entera de la huelga del campo patagónico, envía al regimiento 10 de caballería, cuyo jefe era el teniente coronel Varela, a que vaya a dar orden al territorio. Este llega a Santa Cruz, comprueba los rasgos de explotación inverosímil de los trabajadores del campo y hace firmar el primer convenio rural. Y ahora viene lo increíble de la historia. Los estancieros no cumplen con el convenio y entonces los peones van otra vez a la huelga. Pero en vez de tomar medidas con los patrones, Yrigoyen le ordena al Ejército proceder contra los peones huelguistas, dándole el bando de la pena de muerte. Y entonces el Ejército comete una masacre con los humildes que es inexplicable, brutal, sin ningún sentido. Decenas y decenas de cadáveres se acumularon en las distancias santacruceñas. Aquí sólo cabe la desesperada pregunta: ¿por qué los fusilamientos?, ¿por qué se fusiló a esos trabajadores? ¿No había otras medidas para llevar paz a ese territorio?
Después de un silencio de décadas impuesto por el miedo, la verdad está llegando a Santa Cruz, como en este acto realizado esta semana en San Julián. Estuvieron todos presentes: el pueblo, los estudiantes, el intendente, los dirigentes de la unión de los trabajadores del campo y estibadores, los profesores universitarios, los intelectuales, los docentes. Y por supuesto los familiares del héroe, emocionados hasta las lágrimas, y alguien infaltable para estos actos de la historia de la dignidad: el ex gobernador de Santa Cruz, don Jorge Cepernic, quien estuvo ocho años presos durante la dictadura.
Luego marchamos hacia la universidad donde se hizo un recorrido histórico de los principales acontecimientos e interpretaciones de la huelga y se vieron los filmes La Patagonia Rebelde y El Vindicador. Los aplausos y las emociones: se había repuesto la verdad. Los peones habían luchado por su dignidad. Los asesinos uniformados son despreciados por todos y nadie los recuerda.
Pero hay más. En Bernal, provincia de Buenos Aires, se hizo el primer acto de reivindicación de los peones fusilados en Santa Cruz. La asamblea popular descubrió una placa de bronce en la esquina de 9 de Julio y Belgrano, en la farmacia de don Manuel Faerman. Hubo discursos, música y una exposición de fotos de los acontecimientos. Los crímenes de nuestra historia no deben quedar impunes, a pesar de que transcurran más de 81 años. Y que los culpables queden a primera vista en el banquillo de la historia. Como en este caso: el Ejército Argentino y el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen.
Toda esta satisfacción histórica, en momentos en que el pueblo argentino está en la calle, por la falta de dignidad en que ha sido y sigue siendo gobernada y por el recuerdo de los muertos en la calle, en manos de la policía de tiro fácil, entre ellos los inolvidables héroes del pueblo Darío y Maximiliano. El largo camino contra tiranos y obsecuentes. El pueblo sigue su derrotero en la eterna senda de la generosa marcha hacia el paraíso de los solidarios.