Lun 13.01.2003

CONTRATAPA

La externa peronista

› Por José Pablo Feinmann

La concepción acumulativa que el peronismo siempre tuvo de la política expresa la vaciedad de las diferencias políticas del presente. Estamos ante un país que –con aparente resignada tristeza– acepta que de la resolución de las internas del peronismo saldrá el nuevo presidente. De esta forma, el país ha vuelto a empobrecerse gravemente, esta vez en el plano político. Un año atrás –exactamente un año atrás, ya que el prólogo del libro dice: Verano, 2002– yo concluía mi ensayo Escritos imprudentes. Las primeras líneas de las Conclusiones eran las siguientes: “¿Cómo concluir un libro en el verano argentino de 2002? Pocas veces la historia se ha mostrado más vertiginosa, imprevisible. Las marchas de los piqueteros. Los cacerolazos de los caceroleros. Y las ‘asambleas populares’, de una horizontalidad ejemplar, de un nivel de debate político y hasta político-conceptual pocas veces presenciado por estas latitudes (...) Que sea arduo concluir este libro es una de las mejores cosas que le puede ocurrir a este país: la historia está abierta, no cerrada. Está irresuelta, en debate, en, precisamente, ‘asamblea’. La ‘gente’ o el ‘pueblo’ o la ‘gente’ que ha devenido ‘pueblo’ o la ‘sociedad civil’ o lo que sea está en las calles. La Argentina hace ruido”. Si la situación es grave es porque –ahora, hoy– lo que está haciendo ruido es la interna peronista. El país se ha transformado en escenario y campo de batalla de esa interna y todos los otros actores políticos parecieran haber salido de escena, o no se los escucha, o tan poco que es como si nada. Es grave que el único protagonismo sea el de los choques entre peronistas, que pueden ser infinitos.
El poder ha vuelto a concentrarse “arriba”. Es en las cúpulas donde se decide el destino nacional. ¿Por qué puede ser tan inacabable la interna justicialista? Porque las caras de ese movimiento lo son. Perón, al llamarlo Movimiento, abrió la puerta a la condición pragmática, sumatoria por sobre la ideológica. Para Perón, cualquiera que estuviese con él, pensara lo que pensase, era peronista. “En un movimiento como el nuestro tiempo que haber de todo en cuanto a ideología.” Así, el peronismo es la antítesis de la izquierda. Al no haber ideología, entra todo. En la izquierda, a causa de la sobreideologización, nada cierra, nada se une, todo se dispersa, ya que todo se discute hasta el infinito. “Yo soy uno, pero sé cuál es mi concepción del mundo”, podría decir un hombre de la izquierda argentina. “Nosotros somos millones –dicen los peronistas–, no tenemos una ‘concepción del mundo’, tenemos un montón, pero sabemos lo que buscamos: el poder.” El poder primero, las ideas después, es la consigna del pragmático. Las ideas primero, el resto después, es la consigna de la izquierda discursiva. Los peronistas tienen claro esto. Perón lo tuvo siempre claro. “Cuando se hacen dos bandos peronistas, yo no estoy en uno ni en otro, estoy con los dos.” Al cabo, el impetuoso y creativo coronel del ‘45 sabía sumar: sumó a la burguesía nacional, al Ejército, a los migrantes internos, a los viejos socialistas, a los sindicatos y hasta a los oligarcas que vivían con miedo al comunismo. “¿Qué opina de John William Cooke?”, le preguntan en 1972, cuando regresa al país. “Fue un eminente argentino”, dice Perón. “Algunos dicen que era demasiado izquierdista, pero también tuvimos otros que eran demasiado derechistas como Remorino.” El peronismo, entonces (no es la primera vez que digoesto), fue todo: nacional burgués industrialista, estatista, dirigista y keynesiano entre 1946 y 1952, aperturista entre 1952 y 1955, resistente proletario entre 1955 y 1968, guerrillero y socialista entre 1969 y 1973, fascista a partir de 1974, socialdemócrata entre 1984 y 1985 y neoliberal a partir de 1989. ¿Cómo no habrían de disputar sus internas gente de distinta tradición, invocando sus variados rostros ideológicos?
Hay algo que une a todos: todos quieren el poder. Y harán lo que sea para lograrlo. No debería sorprender, por ejemplo, que un peronista neoliberal de hoy sea un estatista y populista de la primera hora mañana. O que un fascista amante de la mano dura, con pasado procesista, abandone al candidato populista-feudal e integre las huestes del todopoderoso neoliberal ulltramediático en cuanto le convenga. O que el sosegado socialdemócrata se haga populista. O que el neoliberal ultramediático se una al productivista patagónico. O que el misterioso hombre del Litoral se decida en un momento por una variante y luego por otra, según cuál lo acerque más a la meta ansiada: el poder. No hay ideología, hay conquista del poder. En verdad, se podría afirmar que están todos unidos, tal como lo dice la marcha partidaria, ya que todos quieren lo mismo y lo quieren para ellos, para los peronistas. Todo los diferencia, pero lo fundamental los une. Una vez arriba seguirán negociando. Pero todo queda en la familia. El poder y el odio.
Lo grave de la actual situación del país es que lo único que hace ruido es esto: la lucha de las distintas caras del vacío ideológico peronista. Hace un año la entera Argentina hacía ruido. Hoy lo hace el batifondo peronista. Se han debilitado los otros protagonismos. Han crecido figuras impensables un año atrás: Menem. Crece en la conciencia mezquina del pueblo argentino de las cuotas mensuales. “Con Menem había crédito.” Crece en la conciencia represiva: “Menem va a traer mano dura, seguridad”. Crece por medio del descarado poder del dinero, se compra todo, radios, diarios, canales de televisión. Les paga a los fieles servidores que propalan su credo. Con la plata que le restó al país les paga. Pero eso cada vez se recuerda menos. “Con Menem había crédito”, ya está recordando el viejo votante que lo votaba. El que dice: “Carlitos nos metió en esto, Carlitos nos va a sacar”. Señor, si Carlitos nos metió en esto, entonces la culpa es de Carlitos, ¿nunca se le ocurrió pensarlo así?
La Argentina puede retomar sus otros ruidos. Los de hace un año. Pero los que salieron a la calle hace un año (o muchos de ellos, demasiados por desdicha) han retornado a sus casas y, desde ese ámbito privado que los encarcela, ven por televisión la interna peronista. Y creen que el país es eso, esa interna. El país está en otro lado. Está en la externa peronista. Pero hay que crearla. O revivirla. No dejarla morir entre la pasividad y la desesperanza.

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