Vie 10.12.2010

CONTRATAPA

El monstruo del cielo

› Por Juan Forn

El mito de que el piloto del avión que arrojó la bomba sobre Hiroshima había ingresado en un convento para expiar su culpa dio pie, en la Argentina de la dictadura, a un cómic de Robin Wood llamado “Harry White”. En el cómic, el piloto no se internaba en un convento sino en un monasterio japonés y encontraba alivio no en el recogimiento sino en los golpes de karate con los que hacía justicia por mano propia cuando salía después a recorrer mundo. Típico de Wood ver el filón barato (mezclar Hiroshima con la serie Kung-fu, que por entonces hacía furor) pero traicionar el sentido profundo de aquella historia: en la vida real hubo un miembro del escuadrón que bombardeó Hiroshima que terminó internado por la culpa, pero no en un monasterio, sino en un psiquiátrico del ejército yanqui, y no intentó después solucionar las cosas a golpes de karate, sino que se hizo peacenik, como se denominaba por entonces a los militantes del movimiento antinuclear.

Claude Eatherly ni siquiera iba en el Enola Gay, argumentaban sus compañeros de escuadrón. Es cierto: iba en otro B-29, el que sobrevoló la zona minutos antes, sopesó las condiciones meteorológicas y dio al comandante del Enola Gay las coordenadas exactas del puente que unía el cuartel general del ejército nipón con la ciudad de Hiroshima. Ese era el supuesto objetivo (la tripulación ignoraba el poder de la bomba atómica). Un cambio brusco en las nubes produjo un error de cálculo y la bomba cayó a 300 metros del puente, haciendo impacto en el hospital más grande de la ciudad. Eatherly no participó del vuelo a Nagasaki tres días después, pero se sintió involucrado igual: muchos de los heridos de Hiroshima estaban en hospitales y salas de auxilio de Nagasaki en el momento en que cayó la segunda bomba.

Los miembros del escuadrón fueron recibidos como héroes al volver a su país. Eatherly no pudo soportarlo: pidió la baja en 1947. La culpa lo abrumaba. Mandaba a Hiroshima sobres con su paga del ejército adentro, intentó suicidarse tres veces, trató también de hacerse encerrar en prisión cometiendo pequeños delitos. La Fuerza Aérea intervino en cada ocasión y en 1958 “convenció” a Eatherly de que se internara voluntariamente en el pabellón psiquiátrico del Hospital de Veteranos de Guerra de Waco, Texas (sí: Waco; qué mala vibra ha de tener ese lugar). En un error que después lamentaría la Inteligencia militar norteamericana, se permitió que la revista Newsweek publicara un suelto sobre Eatherly y su internación. Ese artículo fue leído en Austria por el filósofo y activista antinuclear Günther Anders, que había sido el primer marido de Hannah Arendt, había sobrevivido al Holocausto y venía de escribir en esos días un libro sobre Hiroshima. Anders comprendió que tenía ante sus ojos un ejemplar único y procedió a escribirle a Eatherly una carta que generó una conmovedora respuesta. Ambas cartas se publicaron juntas, en Alemania y en Japón primero, y luego en los diferentes países del mundo como parte de la campaña antinuclear. Anders le decía a Eatherly: “Usted es otra víctima de Hiroshima. Su país prefirió verlo como un héroe y como un enfermo mental después simplemente porque usted escucha su conciencia en lugar de acallarla pensando, como sus compañeros de misión, que sólo cumplieron órdenes o que la bomba sirvió para salvar millones de vidas”.

A partir de entonces comienza entre ambos una correspondencia en la que Anders incita a Eatherly a hacer contacto con víctimas de Hiroshima. Eatherly lo hace y los japoneses aceptan a tal punto su pedido de perdón que lo invitan a vivir allí cuando salga. Eatherly recibe cartas de todas partes del mundo. El Departamento de Estado empieza a inquietarse. Por la misma época empieza el juicio a Eichmann en Israel y el abogado defensor de éste argumenta en determinado momento que Eichmann “es, en todo caso, tan culpable como el piloto que tiró la bomba sobre Hiroshima”. Por la misma época, Paul Tibbets, comandante del Enola Gay en el infausto vuelo y recién llegado como agregado militar a la embajada de Estados Unidos en la India, es recibido con manifestaciones de protesta y escándalo diplomático, luego de declarar: “Estoy orgulloso de lo que hice y volvería a hacerlo”. La correspondencia de Anders y Eatherly intenta procesar estos hechos mientras dedica sus principales esfuerzos a la lucha de Eatherly por salir del hospital. A pesar de haberse internado voluntariamente, Claude necesita ser dado de alta para salir y las autoridades apelan a cualquier subterfugio para impedirlo: que tiene tendencias suicidas, que su familia no quiere hacerse cargo de él, que sus trastornos mentales se han intensificado. Desde Bertrand Russell hasta Robert Jüngk piden por la libertad de Eatherly. Anders escribe una carta abierta a JFK cuando éste asume como presidente, conminándolo a fijar su posición moral frente al tema nuclear interviniendo en el caso.

No hay respuesta oficial hasta que, en 1962, Eatherly es discretísimamente liberado. Justo en esos días se publica el libro con la correspondencia entre Anders y Eatherly, en cuyo epílogo el filósofo austríaco dice: “Desde que este libro entró en imprenta, Claude ha sido liberado, aunque su situación puede volver a cambiar cuando se lean estas líneas. Me consolaría decir que las autoridades norteamericanas acabaron por comprender lo que estaba en juego y que este feliz desenlace se lo debemos a ellas. Por desgracia no es así. Aunque las condiciones de vida de Claude hayan cambiado, su caso no se ha comprendido aún. Los autoridades norteamericanas quisieron hacer de él un héroe nacional y un enfermo mental. Ya no tienen derecho a hacerlo, pues actuaron por falsas razones en ambos casos. Les corresponde ahora conceder a Claude la mínima libertad de dejarlo en paz”.

Ninguna de las editoriales grandes de Estados Unidos quiso saber nada con el libro. Se publicó en un sello ignoto. A los dos meses estalló la Crisis de los Misiles y Eatherly se perdió en el anonimato en el que habían anhelado ocultarlo las autoridades. La traducción al castellano del libro acaba de aparecer, “rescatada” por Paidós sin dar muchas explicaciones: nada se dice en ella de lo que le pasó después a Eatherly. Es casi imposible encontrar rastros sobre el resto de su vida. Sólo se sabe que volvió a ser internado en 1964 y que en algún momento recibió el alta porque se volvió a casar, tuvo dos hijas y vivió, vaya a saberse si en paz o simplemente dopado por pastillas, hasta que en 1978 se lo devoró un cáncer, según el brevísimo obituario que le dedicó el The New York Times donde se citaba a su hermano diciendo que el cáncer pudo deberse a la radiación a la que estuvo sometido Claude cuando participó de las polémicas pruebas nucleares en el atolón Bikini, pero que “no creía en absoluto” que Hiroshima hubiese sido la causa de sus trastornos mentales. El obituario terminaba ignominiosamente, informando que un pelotón militar había despedido el ataúd con una salva de honor.

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