› Por José Pablo Feinmann
Voy a tomar dos libros muy distintos pero que reflejan la modalidad que esa práctica a la que se le llama “periodismo” adopta o ha adoptado en la Argentina. El primero, jugoso, divertido, es de Juan José Panno, hombre del oficio desde hace largos años y notable especialista del periodismo deportivo. Su libro se llama Obras maestras del error y anota los furcios, las metidas de pata y los macanazos en los medios de comunicación. El otro es el minucioso trabajo que Eduardo Blaustein y Martín Zubieta hicieron sobre el periodismo de la dictadura desaparecedora. Iba a preparar una nota detallada sobre el general Acdel Vilas y su devastadora acción en Tucumán y Bahía Blanca, pero voy a esperar un poco.
El humor del libro de Panno se expresa por medio de la elección de títulos de los medios gráficos y furcios de célebres periodistas. Por ejemplo: “Mató a su madre sin razón justificada”. “Por beber en exceso se volvió homosexual.” “Se suicidó arrojándose de un octavo pisooooo.” (Estos pertenecen al libro de Eduardo Galeano: Las palabras andantes.) Sigue Panno: “Los delincuentes, al verse abatidos, se entregaron rápidamente”. “Tengo grandes recuerdos de Discépolo. Yo siempre le preguntaba por qué eran tristes sus letras de tango, tan melancólicas, pero ahora no me acuerdo qué me contestaba.” “El equipo de Boca Juniors hace 15 fechas que no logra perder.” “Gatti siempre se equivoca de vez en cuando.” El furcio más recordado de la historia de la radio –según Panno– fue el del locutor que hizo la propaganda de Lisoform: “Señora, después del polvo, baño Lisoform”. No sé si Panno lo anota (no lo encontré), pero puedo aportar uno célebre del programa de preguntas y respuestas de Iván Casadó, allá por los pacatos años cincuenta: “Señorita, ¿qué fruto tiene el hombre que la mujer no?” La señorita respondió: “La banana”. Era la nuez de Adán. Cortaron de inmediato la transmisión. Otro sobre fútbol: “Fue un tiro violentísimo. Si entraba era gol”. “Escucharemos las noticias nuevas.” “Lamentablemente no hubo que lamentar víctimas.” “Los dos muertos quedaron tirados en el pavimento antes del traslado a la morgue.” Raúl Portal se ríe de sí mismo: le gustaba mucho el Clarín porteño de Cora Cané, que salía en la última página. (No sé si sigue saliendo porque hace un tiempito que no leo Clarín. Volveré en tiempos mejores.) Portal dice: “En Clarín, lo importante está en la última paja”. Luego, cuenta, anda caminando por una calle de Rosario. Un pibe, que va con su papá, lo detiene: “Yo siempre te veo en la tele y mi papá también. Cuando vos aparecés en la tele mi papá siempre dice: ¡Qué boludo!”.
El otro libro es un detallado trabajo de Blaustein y Zubieta. Cierta vez vino Oriana Fallaci a la Argentina. Sí, la mina es un poco pirada y busca la espectacularidad. Pero lo que dijo fue inapelable. No quiso hablar con los periodistas. Nada de conferencia de prensa, les dijo a todos en la cara. Y añadió: “Ustedes tuvieron aquí un genocidio. Algo tan atroz no es posible sin una prensa cómplice”. Los periodistas –henchidos de orgullo argentino– le dijeron que había más de cien desaparecidos del gremio. (Sobre los que ellos ni una palabra habían dicho en su momento.) La Fallaci insistió: “Señores, yo soy una mujer incómoda que genera situaciones incómodas. Reitero lo que les dije”. Y se fue. Acaso los periodistas, en lugar de tanto nacionalismo defensivo, debieron decirle que sí, que la prensa fue cómplice de la dictadura desaparecedora. Cómplice entusiasta. El libro de Blaustein y Zubieta se llama: Decíamos ayer. Su lectura debiera ser obligatoria en todos los niveles de la enseñanza. En la página 193 se reproduce íntegra la primera plana de Clarín del 19 de mayo de 1977 sobre Papel Prensa: “La Nación, Clarín y La Razón adquirieron las acciones clase A de Papel Prensa S.A. previa consulta y posterior conformidad de la Junta de Comandantes en Jefe”. En el Nº 1854 del miércoles 20 de julio de 1977 de La Opinión, Borges, en un suplemento especial, desarrolla en una “charla” sus ideas sobre la etapa de la “subversión”. La charla se llama “La pesadilla”. Luego le advirtieron: “Si sigue adhiriendo a la Junta no espere que le den el Nobel”. Un año después empezaba a criticar a los milicos. Y Juan Sasturain, en lenguaje de tablón futbolero, escribió en HumoR: “Borges se tiró en el área pero nadie le creyó”. Ahora, sin embargo, la gran gilada de la cultureta nacional –que no sabe nada– anda diciendo que Borges fue un crítico de la dictadura. Sí, y Sabato también. En el Nº 637 de Gente hay una necrológica de José Ber Gelbard: “El 4 de octubre, a las 8.20 de la mañana, ha muerto un enemigo del país”. En el número siguiente, el 638, el mismo semanario arroja esta joya sobre Amnesty International: “En 14 años consiguió la liberación de tres mil terroristas de izquierda”. El semanario Extra, que dirige Bernardo Neustadt, saca una enorme foto de Massera en tapa. La titula: La manía de hablar claro (noviembre 1977, en plena matanza y persecución de elementos de superficie, profesionales, psicólogos, sindicalistas, alumnos secundarios, “a cualquiera por cualquier cosa”). Massera nada dice de eso, pero ¡tiene la manía de hablar claro, qué demócrata, qué ejemplo de transparencia, de honestidad! En 1981, en la revista Medios y comunicación, en que ambos colaborábamos, Juan Sasturain publica su “Carta al Sargento Kirk”. Para escribir eso, antes de Malvinas, había que tener pelotas. El poema es muy hermoso y está dedicado a Héctor Germán Oesterheld, asesinado a fines de 1977: “En cuanto a Héctor, el viejo (le cuenta Juan a Kirk), no se fue/ perdió amigos, el buen nombre en las editoriales, cuatro hijas/ No es mucho en un país lleno de sangre; es demasiado para un hombre solo. Ahora es uno más en una lista larga y llena de agujeros”. Vaya el poema Carta al Sargento Kirk como respuesta a Oriana Fallaci: no todos colaboraron. Repito: 1981. Todos adherían o estaban bajo la cama o –lógicamente– exiliados. Ahí, en Medios y Comunicación, cuando murió Sartre y la Junta dio la noticia como si hubiera caído un “cabecilla subversivo” más, yo, siguiendo el ejemplo de Juan, escribí: Para nosotros, Sartre. Gestos así, en el país, valían más que mil solicitadas firmadas en el exterior. Me lo dijo David Viñas en una carta que conservo.
Jorge Fontevecchia en La Semana ataca a la prensa europea que denuncia la existencia de la ESMA: “Un campo de concentración es un tema muy vendedor. Además, al lector hay que decirle lo que le gustaría escuchar. Y más si los lectores forman parte de la adoctrinada opinión pública europea” (mayo de 1978, defendiendo a la Argentina del Mundial). ¿Y la opinión pública argentina? No, no estaba adoctrinada. Mucho más que eso: vivía bajo el silencio del terror. (¡Ay, Jorgito! ¿Y cuando tiraste muñecos de goma a las orillas del río y titulaste: “Así llegaban a la costa los cuerpos de los desaparecidos”? Fue a comienzos de 1984, con el regreso de la democracia. Yo publiqué una nota. No creo que recuerdes esto. Se llamó: Los mercaderes de la muerte. Se leyó por todas las radios.)
Tapa de Clarín del martes 26 de junio de 1979. La Sra. Ernestina Herrera de Noble entrega la Copa “instituida por nuestro diario al holandés Krol”. Se la ve muy guapa a la señora. Nada de cirugías aún. A su lado, sonriente, feliz, “el presidente de la nación Jorge Rafael Videla”. Da gusto verlos juntos. Una pareja exitosa, en verdad. Y un poquito más atrás: el “titular de la AFA, señor Julio Grondona”. Si HumoR llamaba a Neustadt Bernardo Corcho, siempre a flote, Grondona merece el mismo apropiado nombre: Julio Corcho, siempre a flote. Hablando de HumoR, en una de esas leyendas que publicaba arriba de la página se lee: “¿Sabe cómo se dice Mariano Grondona en ídish? Bernardo Neustadt”. Cuando en 1981, la Universidad de Columbia, Nueva York, le entrega el Premio Moors Cabot a Jacobo Timerman, la indignación se apodera de gente muy importante: “Considero que tal distinción sólo puede interpretarse como un aval a la intolerancia ideológica que ha hecho mucho daño a la marcha del proceso democrático de mi país” (Ernestina Herrera de Noble). “En mi opinión la noble casa de estudios a la cual usted pertenece ha sido sorprendida en su buena fe por los agentes de una operación internacional en la que el señor Timerman juega un papel sobresaliente” (Bartolomé Mitre, La Nación). Y Mirtha Legrand luchando contra la campaña antiargentina, y organizando brindis por la lucha y el triunfo irreversible en la Guerra de Malvinas, y la Franco Inglesa anunciando que ya no se llama “inglesa”, y la sopa inglesa (un célebre postre de pizzerías) que ahora se llama Sopa Malvinas y, en el colmo del patetismo, el cantante Johnny Tedesco, olvidado integrante del legendario Club del Clan, saca un sueltito en el que comunica que dejó de llamarse Johnny Tedesco, que ahora se llama Juan Tedesco, por los momentos de lucha que atraviesa la patria.
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