Dom 02.02.2003

CONTRATAPA

Cocinas

› Por Juan Gelman

La fotografía de Bush hijo cuando pronunció el martes pasado su discurso sobre el Estado de la Unión lo detiene en una sonrisa de alegría perfectamente infantil: anunció la cercanía de la guerra contra Iraq con auténtico brío, solo o acompañado, y cualquiera fuere el resultado de la inspección de arsenales iraquíes ordenada por el Consejo de Seguridad de la ONU. Se recuerdan las palabras del general de marines retirado Anthony Zinni que hicieron reír a su auditorio del Club de Economía de Florida el 23-8-2002: “Atacar a Iraq causará muchos problemas... Podría ser interesante preguntar por qué todos los generales (norteamericanos) piensan lo mismo y todos los que nunca dispararon un tiro y corren a rápidas zancadas hacia la guerra no piensan lo mismo. Pero es lo que históricamente suele suceder”. El sayo les cabe, entre otros, a superhalcones como el vicepresidente Dick Cheney o el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, que supieron eludir su obligación de tirar tiros en Vietnam. Y no porque fueran objetores de conciencia y estuvieran en contra de que se tiraran tiros en Vietnam. Siempre que otros compatriotas los tiraran.
La Casa Blanca incurre en prácticas más graves del haced lo que yo digo, pero no lo que yo hago. El director del Organismo Internacional de Energía Atómica, Mohamed al-Baradei, insiste en que “no se han identificado actividades nucleares prohibidas durante las actuales inspecciones” en Iraq, pero Bush hijo amenaza con arrojar bombas atómicas sobre Bagdad.
Detalla las armas químicas y biológicas que Saddam tendría en su poder, pero oculta las que está fabricando EE.UU. Una investigación de The New York Times de septiembre del 2001 reveló que el Pentágono desarrolla en secreto cepas de ántrax resistentes a cualquier vacuna conocida. A fines de ese año, el Baltimore Sun informó que el ejército estadounidense aplicaba un programa de obtención de esporas de ántrax de fácil diseminación aérea. No son logros precisamente defensivos y violan la Convención sobre la prohibición del desarrollo, la producción y el almacenamiento de armas bacteriológicas (biológicas) y toxínicas y sobre su destrucción, un instrumento de las Naciones Unidas que las grandes potencias –también EE.UU.– aprobaron en 1972.
El Centro de investigaciones sobre la globalización, con sede en Montreal, dio a conocer el 26-12-2002 que el gobierno estadounidense se propone aumentar el número de los laboratorios de investigación y preparación de estas armas letales, incluidos los agentes transmisores de viruela y de ébola. El Dr. Steve Erickson, director del Proyecto de educación cívica en Salt Lake City, ha señalado que este incremento “de los laboratorios del Departamento de Defensa y de otros departamentos del gobierno está en marcha probablemente desde 1995. La intensidad y velocidad de estos programas aumentó abruptamente luego del 11 de septiembre... Hay indicios de que el Instituto Nacional de Sanidad (sic) promueve esta expansión”. Por su parte, el Departamento de Energía quiere instalar un laboratorio de esta índole en el complejo nuclear de Los Alamos.
La razón que mueve a crear laboratorios de microbiología en centros de desarrollo nuclear no es demasiado oscura. La profesora Barbara Hatch Rosenberg, presidenta del grupo de trabajo sobre armas biológicas de la Federación de Científicos Estadounidenses, precisó que cuando varios tipos de armamento se investigan en un mismo lugar, el gobierno se opone a toda clase de supervisión o inspección de alguno de esos proyectos argumentando que se pone en riesgo la información clasificada de los demás. El Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, dependiente del Departamento de Seguridad Interior, “garantiza –explica en su página web– la seguridad nacional y aplica la ciencia y la tecnología a (resolver) importantesproblemas de nuestro tiempo”. Tal vez por eso declara en uno de sus documentos que está trabajando “con 25 cepas de ántrax diferentes desde la primavera de 2000 como parte de nuestra labor regular para el Programa biológico de seguridad nacional” del gobierno. Es decir, desde más de un año antes de los atentados del 11/9. Como señala Kellia Ramares en la publicación del Centro canadiense: “Mientras George W. Bush obliga a los iraquíes a revelar todo lo relacionado con sus programas armamentistas, ¿qué horrores biológicos está cocinando el gobierno norteamericano en el secreto de sus propios laboratorios?”.
O como se escandalizó Richard Butler, jefe de la primera misión de inspectores que la ONU envió a Iraq, ante los miembros del Instituto Sydney, un “think-tank” conservador australiano: “¿Por qué se permite la chocante persistencia (yanqui) de dos pesos y dos medidas?” Recordó que otros países poseen armas de destrucción masiva: Pakistán, India, Israel, aliados de EE.UU. cuentan con armamento nuclear. De hecho, todos los miembros del Consejo de Seguridad lo tienen y en materia de arsenales de armas de destrucción masiva no es precisamente EE.UU. el que se ha quedado atrás. Entonces, ¿por qué Iraq? La pregunta es resbalosa. Igualito que el petróleo.

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