CONTRATAPA
Las culpas de la Historia
› Por Rafael A. Bielsa
La Argentina es una república federal que ocupa la mayor parte de la porción inferior del continente sudamericano. De forma algo triangular, tiene su base en el norte y el ápice en Punta Dungeness, la extremidad sur de la figura geométrica. A comienzos del siglo XXI, sus gobernantes opinaban que la culpa de la decadencia del país la tenía el modelo, el régimen, el sistema, los acreedores foráneos, los capitales internos, los mercados financieros externo e interno, los mandatarios, los dignatarios, los funcionarios, la deuda social, la corrupción estructural, la pereza natural, los privilegios de la clase dominante, la indiferencia de la clase política, la falta de una clase trabajadora, los empresarios sin escrúpulos, los comerciantes sin medida, los industriales sin fábricas, la hiperinflación, el hiperendeudamiento, la hiperdevaluación, el tardo populismo, el neoliberalismo, el posmodernismo, los que cortan las rutas, los que toman establecimientos, los que ocupan ilegalmente tierras, los cartoneros, los boqueteros, los ropavejeros, los ajustes ortodoxos, las correcciones a las tarifas de los servicios públicos, el congelamiento de los ingresos, el desguace del Estado, el Estado elefantiásico, el Estado ausente, y Fulano, Mengano y Zutano.
Orobon fue un país imaginario situado en el costado europeo del Bósforo, que ocupó parte de lo que hoy en día es Estambul. En el siglo XIII tenía un excelente puerto, y una ubicación estratégica entre los mares Negro y Mediterráneo, lo que lo convirtió en un centro de distribución de mercaderías y de producción de pensamiento. A comienzos del siglo XIV a ninguno de sus jerarcas le escapaba que peligros de la más diversa laya pendían sobre el país. Por eso a los guardias griegos no les reprocharon lo estrafalario de sus trajes, sino que les ordenaron escoltar el puerto. A los alto-aragoneses les perdonaron las blasfemias y los piojos, y les encomendaron la engorrosa y esencial tarea de desembarcar los caballos luego de las expediciones de mar. A los navegantes templarios no les enrostraron el aire de violencia contenida, y los llamaron en su ayuda contra la amenaza extranjera. A los frailes cristianos no les echaron en cara ni la liturgia cismática ni el simbolismo anómalo, ni siquiera la costumbre de disimular bajo el hábito el hacha de abordaje y el puñal de tres filos, pero les ordenaron que llevaran sosiego a los espíritus inquietos de la población.
En la Argentina de principios del siglo XXI, los partidarios de un rediseño a gran escala del mapa regional y mundial, dicen que la culpa de la alteración del orden público la tienen los programas, las coordinaciones, los colectivos, los bloques, los espacios, las comunidades, las organizaciones, las cooperativas, las fundaciones, las asociaciones mutuales, las empresas recuperadas, las redes de mujeres, los centros culturales, las agrupaciones sociales, los movimientos de trabajadores desocupados, los de campesinos, las asambleas barriales, los argentinos que fueron a las cosas.
En febrero de 1302, las autoridades de Orobon –que sabían que el Papa, la casa de Anjou, los alanos y los turcos desde Oriente deseaban modificar drásticamente el atlas de aquel confín– anudaban habilidosas y cautas ambiciones de superación. Homenajeaban a las tropas almogávares premiándolas con cuernos de rinoceronte tallados y cincelados ricamente. Permitían que los catalanes, acostumbrados a sus ásperas campanas a las que llamaban Rita o María, bautizaran a las campanitas orobonesas cascabeleras (Basilia, Teofilacta) con sus nombres extranjeros y rasos, para que se sintieran como en casa. Construían ciudadelas cómodas y limpias, entre el barrio genovés y el masageta, para que sus aliados amaran esa tierra que apenas habían pisado. El Emperador, dispuesto a hacer las mercedes antes de recibir el servicio, nombraba Megaduque alcomandante del ejército amigo, y le prometía en matrimonio a su sobrina, hija del zar de Bulgaria.
En los albores del siglo XXI, la Argentina adoraba lo que luego carbonizaría. El sortilegio y la grandilocuencia reemplazaron a las sumas, las restas y las tablas de multiplicar. Los casos clínicos, a la economía política. La lógica de la reposición de góndolas, a las políticas de Estado. Algunos argentinos rabiaban que la culpa de todo la tenía el hecho de que no existieran planteos profesionalmente serios que pudieran cuestionar que las reformas al sistema económico nacional, sustituyendo las políticas proteccionistas con fuerte intervención del Estado –aplicadas en un marco de descontrol monetario y fiscal– por un sistema de economía orientada por el mercado –abierto al comercio internacional de bienes y servicios, y bajo un estricto régimen monetario que a su vez exige un contexto de disciplina fiscal–, habían ocasionado extraordinarias ganancias tanto en términos de estabilidad, crecimiento o eficiencia de los mercados. Otros argentinos advertían que no haber evitado la baja de salarios nominales y los impuestos sobre el consumo tenía la culpa de haber desembocado en una profunda caída de la demanda, en la crisis fiscal y el endeudamiento creciente, en la fragilidad política, y la desconfianza interna e internacional, todo lo cual terminó por crear las condiciones para el estallido de la economía. Las ráfagas de blindaje, megacanje, déficit cero, garantía de los depósitos, pago de impuesto con bonos, y factor de empalme fueron lluvias de verano, culpables de anegamientos urbanos y suburbanos. Las opiniones de los argentinos nunca son como la lluvia, semejantes en todas partes y todas las direcciones.
La población de Orobon, gracias a sus socios, perdió el miedo a los enemigos. Seguidamente, los comerciantes quisieron aprovechar la riqueza de los soldados, y en consecuencia los víveres subieron de precio. Una cosa es recibir a los redentores con laureles y otra regalarles los productos de las huertas. Los gobernantes nombraron una comisión de seis militares y seis mercaderes para que la junta cuidara los intereses de los dos bandos. Los libertadores sabían que si volvían ricos a sus terruños los recibirían bajo palio, y si volvían pobres los mirarían de refilón. Por eso el rey de Orobon, que sabía lo que sus huéspedes sabían, y era puntilloso y de vigoroso sentido moral, no los culpaba por ser ambiciosos sino que imaginaba incesantemente con su séquito las mil y una formas de satisfacer una ambición. Tintas de colores, capitulares de oro, obras de arte, respeto en el trato, la certeza de un futuro y castigo ante los abusos. Orobon, con los años, comenzó a compartir sus finanzas, tierras y autoridades centrales con pueblos de la vecindad, hasta que finalmente desapareció como país. Salvo una crónica catalana, y algunos relatos sicilianos de tradición oral, poco ha legado a la posteridad de su sentido común y espíritu práctico.
Algunos argentinos eruditos, a inicios del siglo XXI, han llegado a la conclusión de que la culpa de la decadencia nacional la tiene la falta de testimonio que dejó Orobon en su eclipse, por lo que su ejemplo no pudo ser empleado para enseñanza de las generaciones posteriores.