CONTRATAPA
Regateo
› Por Antonio Dal Masetto
Después de vivir años en la penumbra de un antiguo departamento heredado de una tía, la señora Magdalena, vieja amiga, considera que es hora de cambiar. Quiere aire, luz, espacio, colores claros en las paredes. Llama a los pintores: Toto y Pirucho. Este sábado Toto y Pirucho le llevan el presupuesto de la mano de obra. La señora Magdalena me pide que le haga el favor de estar presente por si necesita algún consejo (está enterada de que en mi juventud me gané la vida como pintor de paredes). La cita es a las diez de la mañana y anticipo que lo único que yo haré en todo el tiempo que durará la negociación será permanecer sentado en un costado, sin intervenir para nada. La señora Magdalena estudia el presupuesto de la mano de obra, calcula lo que le costarán los materiales y abre los brazos: –Lo siento mucho, señores Toto y Pirucho, pero por ahora deberé renunciar a la pintura porque no me alcanza la plata.
La desilusión es grande y los tres se quedan parados en la mitad del living sin decidirse a darse la mano y buenos días, mucho gusto, otra vez será. Y así pasan largos segundos. Los pintores, gorras en mano, miran el piso.
–A menos que... –dice la señora Magdalena.
–¿A menos qué? –preguntan Toto y Pirucho esperanzados.
Bueno, explica Magdalena, en esta casa hay muebles y objetos que ya no quisiera conservar y si a Toto y a Pirucho les interesara algo podrían llegar a un arreglo compensando el precio de la mano de obra. Al primero que se le iluminan los ojos es a Pirucho que todo el tiempo ha estado dando vuelta, encandilado como una mariposa, bajo la araña de caireles.
–A mí la araña me interesaría, vivimos en una casita humilde, pero es el gran sueño de mi señora, cada vez que pasamos delante de un negocio de artículos de iluminación suspira: cómo me gustaría tener una araña de caireles.
–Bien –dice Magdalena sacando un cuaderno y un lápiz de un cajón—, vayamos anotando. ¿Y usted, señor Toto?
Toto se rasca la cabeza y después palmea la gran mesa del living y acaricia los respaldos de las sillas:
–Siempre soñé con una mesa como ésta, para los días en que nos juntamos todos los parientes, y yo sentado a la cabecera. Eso sí, me gustaría que mi silla fuese un poco más alta que las demás.
–Si es por eso no hay problema –sugiere Magdalena–, les coloca unos tacos a las patas de su silla y ya está.
Toto aprueba y Magdalena anota en el cuaderno.
–¿Qué más, señor Pirucho?
Lo que sigue es una larga inspección por todo el departamento y Toto y Pirucho se detienen acá y allá y evalúan todo con ojos de expertos. Esto dura mucho, hace rato que pasó el mediodía y Toto y Pirucho siguen revisando. De tanto en tanto levantan un dedo y le hacen una seña a la señora Magdalena. Ella anota. En su cuaderno les dedicó una página o varias a cada uno. Finalmente la recorrida termina, pero Pirucho y Toto se dan una última vuelta porque evidentemente están engolosinados y no vaya a ser que en el apuro se les escape algún otro buen negocito. Después se sientan los tres y se disponen a hacer cuentas. ¿Cuánto la araña de caireles? ¿Cuánto la mesa y sus respectivas sillas? ¿Cuánto esto? ¿Cuánto esto otro? En esta parte del negocio Pirucho y Toto hablan poco, sacuden la cabeza, tuercen la boca, tosen, gruñen, dicen: “Eso es mucho, después lo vemos, pasemos a lo siguiente, eso es para discutirlo”. La señora Magdalena interpreta esas señales a su manera y anota. Finalmente suma lasdos columnas y resulta que tanto Pirucho como Toto le deben plata a la señora Magdalena. Le deben bastante.
–Esto no puede ser –dice Pirucho–, acá hay algo que no va, nosotros tenemos que ganar por nuestro trabajo.
–Se están llevando mercadería de primera calidad a precio regalado, ¿les parece que eso no es ganar?
–Lo que a mí me parece es que usted es una carera señora y, discúlpeme, no es mi intención faltarle el respeto.
–Bueno –dice Magdalena–, vayamos achicando las listas. En la del señor Toto empecemos por eliminar el sillón y el cuadro de los ciervos. Y en la del señor Pirucho eliminemos el jarrón chino y la biblioteca.
Vuelven a revisar los números, una vez, dos veces, diez veces, reconsideran cada precio.
–Habrá que seguir estudiando –dice Magdalena–. Hablando la gente se entiende.
–Yo desde ya aviso que la araña de caireles no la devuelvo –dice Pirucho.
–Y yo la mesa del comedor tampoco pienso devolverla –dice Toto.
Son las ocho de la noche y así estamos.