› Por Rodrigo Fresán
UNO Calor africano. Otra vez. Como todos los años. Pero, pareciera, cada vez más y cada vez peor. A sudar. Y el ruido blanco de los meteorólogos de TV intentando comprender, una vez más, lo que nunca comprendieron del todo y tratando de predecir, de nuevo, lo impredecible con ayuda de mapas y gráficos. Y me llega un ejemplar fresco pero no refrescante de The Pale King, la novela póstuma e inconclusa de David Foster Wallace (1962-2008). Y advertencia: ésta no es una contratapa sobre el nuevo libro de DFW sino sobre lo que sucede mientras se lee el nuevo libro de DFW. Algo así como un inexplicable y singular fenómeno atmosférico.
DOS Michael Pietsch –editor escogido para la compleja y apasionante y enloquecedora misión de hacerse cargo de las 250 páginas prolijamente tipiadas, más las miles repartidas entre libretas y archivos de computadora referentes a The Pale King, y hacer algo con todo eso– cuenta en su prefacio a la novela que el escritor suicida solía referirse a todo el proyecto como tornadic o marcado por un “tornado feeling”. Buena definición. Papeles girando en el aire vertiginoso de la posteridad de un genio depresivo en vida ascendido a santo euforizante en la muerte y ya extrañado como se extraña al mejor de su generación. Páginas centrífugas y tormentosas (páginas tan llenas de letras, páginas con profusas notas al pie clavadas al suelo del cada vez más inestable lector) orbitando alrededor de un tema fascinante (je, je, je) si alguna vez lo hubo: las vidas y tareas de un grupo de individuos ocupando una sucursal de oficina recaudadora de impuestos del lejano y mediocre Medio Oeste norteamericano a la que, en 1985, llega un joven empleado en período de entrenamiento –veinte años de edad, su rostro acribillado de acné– de nombre David Foster Wallace. Así, todo lo que usted nunca quiso saber sobre lo impositivo, imponiéndose y fundiéndose con intimidades y pensamientos que trascienden los límites del formato (en comparación, esa otra reciente gran novela oficinesca que es The We Came to an End del muy joven Joshua Farris, posiblemente el mejor de su generación, es como un ligero y elegante musical de Astaire & Kelly) para adentrarse en un territorio que es y que era un género en sí mismo. Un territorio peligroso de diluvios y nevadas y sequías y de soles con potencia de láser: la cabeza de DFW.
TRES “Y estoy seguro, chicos, de que ahora ya saben lo extremadamente difícil que es mantenerse alerta y concentrado en lugar de ser hipnotizado por ese monólogo constante dentro de sus cabezas. Lo que todavía no saben es cuántos son los riesgos en esa lucha.” Así les habló DFW, en 2005, a los graduados del Kenyon College. Sus tan inspiradoras como inquietantes y ominosas palabras (para obsesivos, también está disponible hoy su tesis sobre el fatalismo, así como una potente crónica sobre DFW en gira) pueden leerse y releerse ahora en el librito This is Water: Some Thoughts, Delivered on a Significant Occasion, about Living a Compassionate Life, consideradas por fieles y seguidores como cruza entre ars poetica, credo existencial y tractat sacro. Amén.
CUATRO Y –como con formulario en mano, como entregado a los rigores de trámite burocrático y aventurero donde Beckett conversa con Indiana Jones–- me adentro con cautela en The Pale King y, de nuevo, lo de siempre, lo inolvidable: leer a DFW como tarea para el hogar, como si el mismo acto de leer fuera parte inseparable de lo que se está leyendo. Y, ya lo dije, hace calor y ahora en la pantalla de mi televisor los reportes de una inesperada tormenta de arena cubriendo una autopista alemana. No se va nada y sobre el asfalto, entre coches en llamas y estallidos, descendientes de nibelungos aúllan como beduinos abandonados por Alá. Interrumpen todo eso para alertar sobre un nuevo temblor en Japón. Después, por supuesto, la reiteración de la nueva que pondrá a sacudirse a todo un país súbitamente atomizado: en apenas dieciocho días, parece, se jugarán cuatro clásicos Real Madrid-Barcelona. Los dos de las semifinales de la Champions League, la final de la Copa del Rey, y el duelo de vuelta de la Liga española. Serán jornadas ardientes y hubieran sido tema ideal para un largo artículo de DFW en Harper’s. Pero yo sigo leyendo The Pale King y comienzo a broncearme por el efecto de sus páginas. The Pale King como pantalla de aluminio. Pronto, pienso, llegará el momento de los espejismos. Y está claro que no soy el único: en la lista de best-sellers de The New York Times, el primer puesto está ahora ocupado por la última entrega cavernícola de Jean M. Auel; pero más abajo, subiendo desde las profundidades, en el puesto dieciséis, aparece The Pale King. Irritante por momentos, deslumbrante por otros. Obligando siempre a preguntarse qué habría sido de haber sido terminado. Pero con final o sin final, DFW (despreciando todo tempo novelístico, pero consagrándose en ese estilo suyo y nada más que suyo) hizo siempre lo que quiso y sigue siendo el rey. Pálido.
CINCO Y The Pale King será editada en español por Mondadori el próximo noviembre (coincidiendo con el calor de ustedes), y entonces ocurrirá lo que sucede por estos días en USA y UK. Portadas de suplementos literarios, todos opinando y evocando (maestros, amigos y la correctora de pruebas que, ahora, dice extrañar las infinitas correcciones al margen que, seguro, alguna vez odió), y los muchos diagnósticos sobre un texto que llega desde el Más Allá (equidistante entre 2666 de Roberto Bolaño y The Original of Laura de Vladimir Nabokov en lo que hace a su ensamblado) y que muchos comprarán y conversarán, pero vaya a saber cuántos leerán más allá de sus primeros y exigentes capítulos. Y, por supuesto, el renovado debate sobre publicar o no papeles sin terminar. En lo que a mí respecta, estoy a favor. Kafka y todo eso. De no salir a cazar fantasmas, nos habríamos quedado sin The Garden of Eden (para mí el mejor Hemingway y, antes que me lapiden, me defiendo invocando a John Banville y Philip Roth, quienes piensan lo mismo), sin The Last Tycoon de Francis Scott Fitzgerald, entre tantos otros manuscritos desenterrados vivos. Y es que, además, hay una sutil pero decisiva diferencia entre lo que se encuentra en los cajones y aquello en lo que el escritor estaba trabajando cuando la Gran Editora Definitiva de Guadaña Tachadora llamó a las puertas de su estudio. En cualquier caso –lo saben quienes lo sigan–, a DFW no le interesaba la idea del final: “Las novelas son como matrimonios. Tienes que estar de ánimo para acometerlas no por lo que será la experiencia sino porque te sientes tan triste cuando se acaban”, apuntó quien también propuso un ensayo sobre el rap como torrente idiomático y una “historia compacta del infinito”. Al editor Pietsch –ayudado por las virtudes de un programa Excel–, su titánica tarea para concluir de algún modo este modelo para armar sin instrucciones que es The Pale King, le llevó dos años. Y es lo que hay. Lo mucho que quedó afuera ya descansa en belicosa paz en el Harry Ransom Center de la University of Texas para gozo y desvelos de estudiosos del autor. Y a más de un lector no le bastará el resto de su vida para hacerse cargo de los “riesgos” implícitos de leer para saber cómo se siente, dentro de sus propias cabezas, el “monólogo constante” que oía y ponía por escrito DFW desde que se levantaba vertical, hasta que se acostaba horizontal; hasta que se colgó, suspendido como sus novelas y relatos, en el aire.
SEIS Leer The Pale King es descubrir que nuestro desodorante nos ha abandonado. Y queda claro que la ambición de DFW era enorme y que lo que se proponía era algo raro y único: primero aislar el aburrimiento como materia y material, luego aburrir al lector con el aburrimiento mejor escrito al que jamás haya sido sometido y, de pronto (ahí estoy yo ahora), convertir como por arte de magia alquímica el aburrimiento en lo más divertido. Y, claro, ya están los que señalan a The Pale King como “obra maestra” o “el libro más tedioso jamás escrito” o “documento revelador”. Yo, en cambio, prefiero definirlo como algo único, envasado al vacío, otra broma infinita y sin punch-line y loca de remate en la que, de tanto en tanto, aparecen dos palabras que inquietan y producen un escalofrío en el lector: Author here. “Aquí el autor” leemos de pronto, varias veces, sin aviso, en The Pale King. Así, la cabeza de un fantasma dándonos tres golpes en nuestras cabezas ahora, por un rato, suyas.
SIETE No puedo decir que conocí a DFW porque estuve con él apenas por una hora o dos en un bar de un campus. Pero sí puedo afirmar que no voy a olvidarlo. Gracioso, simpático, tímido, inteligente, con ese look de tenista grunge y ese pañuelo atado sobre la frente y anudado en la nuca, como queriendo mantener bien atado y bajo control todo lo que burbujeaba y hervía ahí adentro.
“Es que transpiro mucho”, me dijo, me acuerdo.
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