CONTRATAPA
Un nuevo Nunca Más
› Por Eduardo Aliverti
“Vamos a un sistema de partidos a la europea, con liderazgos soft y una ideología cambiante según el candidato de cada momento”, pronosticó hace pocos días el encuestador Enrique Zuleta Puceiro. El hecho de que sea muy improbable desmentirlo significa un mazazo tremebundo en las expectativas que todavía guardan muchos de quienes vieron, hace apenas un año, la chance de cambios profundos en un país que se derrumbó. O mejor dicho: que estaba derrumbado hacía rato, pero que recién lo desnudó el 19 y 20 de diciembre de 2002 para la notable cantidad de no videntes que todavía quedaban.
La prognosis del consultor no significa nada dramático, sino hasta que se la ubica en su contexto geográfico. Contemplada por cualquier desprevenido ciudadano escandinavo o centroeuropeo, acostumbrado a esa estabilidad primermundista que no tiene nada que ver con la fantochada vendida por el menemato, pasar a ser políticamente como ellos puede ser visto, incluso, como una bendición. ¿Qué podrían encontrar de malo en que signifiquen exactamente lo mismo palabras como “conservador” y “socialista”, o “derecha” e “izquierda”, en tanto el manejo de la macroeconomía no cambia nunca, esté quien esté? Por resignación o por convencimiento, el sueco o el francés o el alemán o el noruego de marras no verían problema alguno en que una republiqueta latinoamericana siguiera los pasos de allende los mares. Pero resulta que con casi seis de cada diez argentinos enterrados en la pobreza o la indigencia; con una moneda que es papel pintado; con una capacidad industrial ociosa que torna incomprensible para cualquier manual el aumento de los precios, y con la economía extranjerizada y en manos de un grupo de corporaciones (sólo para empezar a hablar), que dé lo mismo cualquiera de las figuras o partidos capaces de ganar las elecciones es una tragedia política. Mucho más si, encima, es un escenario que llegará para quedarse durante buen tiempo.
Lo peor del caso es que no se está ni muchísimo menos frente a una situación sin antecedentes sino que, justamente, lo que sobra son prontuarios conocidos de memoria. Porque es una falacia, ante todo, que los peronistas vayan divididos. La única novedad es la concurrencia en tres siglas diferentes de aquello que no tiene absolutamente nada de distinto: el peronismo jugando con uno que explicita su populismo de derecha, otro por el mismo andarivel pero con discurso del centro para la izquierda y otro que puede acomodarse como lo uno o como lo otro (los “salva” que Menem es un salvaje de la derecha, porque de lo contrario sería una adivinanza magnífica acertar quién es quién). En resumen, la historia peronista de toda la vida. Guiños para cuanto costado haya, desde un centro que siempre será la defensa de los intereses del sistema. Justo es reconocer, claro, que no cargan con la exclusividad de la repetición. Allí esta Carrió, reproduciendo un liderazgo mediático unipersonal, sin partido ni ideas fuerza que no sean la denuncia del “régimen”; el mismo lugar y la misma vacuidad desde los que Chacho Alvarez edificó primero el Frente Grande y luego una de los dos patas de la Alianza, para consuelo de una pequeña burguesía que se puso histérica y que pretendió el mismo modelo pero sin corrupción. En descargo de la fundadora del ARI corresponde decir que por lo menos lo deja claro de entrada, y allí va a compartir tribuna con ¡López Murphy!, en el calor de Catamarca, para oponerse a la candidatura del filósofo Luis Barrionuevo. Como Chacho cuando hablaba de Cavallo como la derecha “seria” que necesita el país (que vendría a ser la derecha que siempre termina de incendiar todo, para luego correrse electoralmente a un costado y después reaparecer cuando el centroizquierda, invariablemente, resuelve dejar de ser fotocopia y llamar al original a ver si le salva unas papas que siempre se queman).
Todo indica que se marcha a paso firme hacia la consolidación de esas opciones, ahora bajo las estrofas de que “peronismo es asociable agobernabilidad” y con la única salvedad de que el frente de los partidos del poder presenta boletas separadas. Es por esto último que se habla de hipótesis de conflicto muy severas para el próximo gobierno, en tanto su porcentaje de votos podrá ser suficiente para otorgarle licitud pero no legitimidad. Relativo. Primero porque habrá segunda vuelta y eso significa que, seguramente por rechazo hacia uno de los candidatos que quede en pie, el restante se alzará con una cifra considerable aunque, en modo alguno, eso vaya a implicarle adhesión. Pero sobre todo porque, desde su posición de fuerzas del bloque dominante, la alteración institucional, las pujas intestinas, las zancadillas y hasta las traiciones que vayan a provocarse entre ellos, nunca los harán retroceder en la defensa de sus intereses supremos.
Como mucho –vuelta al principio– aparecerán monigotes que bajo formas de guapos de ferretería, actores cómicos, vestimentas apartidarias, partidos vestidos de nueva cosa y demás chantocracias, irán y vendrán con el favor popular de una sociedad desorientada.
El proyecto de buena noticia es que nada de todo esto tiene por qué ser un destino irremediable. A esta altura de tantos campeonatos que terminaron calcados, sería tiempo de que los argentinos produzcan, por lo menos, un nuevo Nunca Más, esta vez dirigido a peronistas, radicales y sucedáneos de todo tipo. No parece que pueda ocurrir y más vale pinta que a más del perro ni siquiera se cambiará de collar. Pero quede claro que de ser así no será porque deba serlo, sino porque no se nos ocurrió otra cosa. O porque no hay ni la valentía ni la inteligencia para llevarla a cabo.