Mié 26.02.2003

CONTRATAPA

CUIDADO

› Por Antonio Dal Masetto

Dora, mi vecina de piso, que es directora de escuela, me toca timbre:
–Ocurrió algo extraordinario. ¿Puedo pasar un minuto?
Entra, se sienta y cuenta:
–Con Roberto nos conocimos en el jardín de infantes. El tenía una mochila hermosa, con muchos colores, cierres y bolsillitos. A mí me volvía loca esa mochilita. Eramos inseparables, compartíamos la merienda, los lápices, nos sentábamos en la misma hamaca. Roberto me llevaba a jugar a lugares oscuros y solitarios: el altillo, un hueco debajo de la escalera, un rincón del patio detrás de los arbustos. Nos quedábamos ahí, quietitos, tomados de la mano. Un día nos descubrió la señorita Carmen y agitando el índice me dijo sonriendo: “Dorita tené cuidado”. Al oírla algo pasó dentro de mí, fue como un frío. Desde ese momento dejé de jugar con Roberto y ni siquiera le dirigía la palabra.
No lo volví a ver durante años y al cambiar de escuela, en sexto grado, apareció en mi curso. Roberto tenía una mochila hermosa, importada, con herrajes dorados y cerraduras inviolables. Cabía de todo en esa mochila, me tenía fascinada. Nos pusimos de novios. Estábamos enamorados y todas mis compañeras me envidiaban. Visité a mi abuela y le dije: “Abuelita, tengo novio, cuando seamos grandes nos vamos a casar y tendremos muchos hijos”. Mi abuela me acarició la cabeza y me dijo: “Me alegro mucho Dorita, pero tené cuidado”. Otra vez sentí esa sacudida interior. No pude dormir. Pensaba que cuando nos casáramos y tuviéramos hijos, al final Roberto se cansaría de nosotros y se iría para siempre, abandonándonos a nuestra suerte. No lo saludé más.
Al terminar la primaria lo perdí de vista. Lo encontré cinco años después, en Bariloche, durante el viaje de egresados. Roberto estaba de mochilero. Tenía una pinta bárbara con su enorme mochila en la espalda, tela impermeable forrada en raso y costuras dobles, llena de escudos, trofeos, medallas, cierres con sistema de seguridad y un bolsillo secreto. Fue verlo y caer rendida. Paseamos mucho por los bosques. De regreso a Buenos Aires hablé con mis padres para los que no tenía secretos y les conté. Mi padre con severidad y mi madre con dulzura, me dijeron: “Dorita, tené cuidado”. Fue como si me hubiese caído un rayo. Sentí que Roberto sólo se acercaba a mí por un interés vulgar y una vez que consiguiera su propósito me tiraría como trapo viejo. Decidí no volver a verlo nunca más y para olvidar solicité un puesto de maestra rural en el Chaco y partí.
En aquel pueblo, el único a quien podía hablarle de mis penas era el padre Anselmo, amigo y confesor. Al cabo de quince años, el destino quiso que en el almacén de ramos generales me encontrara nuevamente con Roberto. Era viajante de una casa de artículos para camping y tenía una mochila de muestra que los volvió locos a los paisanos. Costura triple, con brújula, radio-reloj y equipo de mate incorporados, modelo Florentino Ameghino, para la aventura y la investigación, sin descuidar el confort. El amor volvió a renacer y corrí a contarle al padre Anselmo. Me escuchó y después me dijo: “Dorita, hija mía, tené cuidado”. Una estaca de hielo se me clavó en el corazón. Pensé que Roberto, como todo viajante de comercio, tenía una familia en cada pueblo, hijos con nombres repetidos por todas partes y el mismo pijama colgado en el ropero de cada casa. Me escapé en el primer ómnibus.
Hace una semana la cooperadora de la escuela compró equipos de fútbol para los chicos y la empresa vendedora hizo una donación: 22 mochilas que son un sueño, curiosamente marca Roberto. Quise agradecerle personalmente al generoso donante y cuando entré en su oficina ahí estaba él. Apenas me vio me confesó que en todos los años que pasaron no hizo más que pensar en mí y que no se había casado. El encuentro ocurrió ayer. Ya no somos los jóvenes impetuosos que fuimos, pero la pasión ardió como si tuviéramos veinte años. Hoy saldremos a cenar. Roberto me dijo que leyó en el diario que habrá eclipse de luna y me prometió que recuperaremos cada una de las noches perdidas y que todo va a ser glorioso. Pero yo estoy muy nerviosa, soy otra persona, necesito consejo. Se me alteró el humor, tengo tics de todo tipo, estados de angustia, temblores, espasmos, contracturas, convulsiones, afonía, mutismo, tartamudez, hipo, pruritos, bochornos y enrojecimientos, cistitis, amnesia, constipación, sonambulismo, alucinaciones, perdí el olfato, tengo fotofobia, diplopía monocular, parálisis a veces fláccidas y a veces espasmódicas. ¿Qué puedo hacer? Dígame algo.
–Mire, no soy muy experto en estas cosas del corazón, pero teniendo en cuenta lo florido de su sintomatología lo único que se me ocurre decirle es que en su estado yo tendría un poco de cuidado, Dorita.

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