› Por Juan Gelman
El teniente coronel Daniel L. Davis tiene rigor moral: después de un recorrido de 15.000 km por muchas provincias de Afganistán que duró doce meses, publicó en el Armed Forces Journal –único medio estadounidense de información independiente sobre cuestiones militares– un artículo cuya primera conclusión es tajante: “Lo que vi no concuerda con las rosadas declaraciones oficiales de jefes de las fuerzas armadas de EE.UU. sobre las condiciones imperantes en el terreno” (www.ar medforcesjournal.com, febrero de 2012). El texto fue dado a conocer on line y se titula “Verdades, mentiras y Afganistán. De cómo los líderes militares nos han decepcionado”. Davis detalló el concepto en una entrevista concedida al New York Times (www.nytimes.com, 5/2/12) y en un largo documento que publicó Rolling Stone (www1.rollingstone.com, 11/2/12).
El teniente coronel entrevistó a 250 efectivos propios, de soldados a comandantes de división, a miembros del ejército y la policía afganos y a ciudadanos y campesinos corrientes. Los altos mandos declaran ante el Congreso que se está ganando la guerra gracias al aumento del número de tropas y a que el entrenamiento de fuerzas locales avanza con solidez, pero Davis afirma: “Comprobé la ausencia de logros virtualmente en todos los niveles, los soldados nacionales negocian con los talibán... éstos dominan buena parte del territorio”. Y pregunta: “¿Cuántos estadounidenses más deben morir en aras de una misión sin éxito y después de más de siete años de consideraciones optimistas de nuestros altos mandos en Afganistán? Nadie espera que nuestros líderes tengan siempre un buen plan. Pero sí esperamos –y los hombres que luchan y mueren lo merecen– que nos digan la verdad sobre lo que está sucediendo”.
Davis toca un punto central: analiza por qué ese triunfalismo pasa desapercibido para la población. “Hay diversas razones –dice–, pero tal vez ninguna sea más sustancial que el papel jugado por los medios más importantes en este país... ha sido una deficiencia de todos ellos en cualquier categoría: redes informativas, informativos por cable, revistas y periódicos.” No es una casualidad. A los periodistas que no siguen la línea del Pentágono se les niega el acceso a la información. Para obtenerlo deben entenderse con los militares y eso tiene un precio, dice Davis, la integración de los medios en la máquina de la guerra psicológica del Pentágono, no sólo dirigida al exterior sino, sobre todo, a la opinión pública estadounidense.
La entonces encargada de relaciones públicas del Pentágono Victoria Clark dirigió a comienzos del 2002 un programa de analistas militares de pronta ejecución: contrató a 75 oficiales retirados que aparecían en los informativos de las radios y los canales de televisión o escribían columnas de opinión para ir creando un clima favorable a la guerra con Irak que preparaba la Casa Blanca (www.sourcewatch.com, 8/3/11). El Pentágono les bajaba línea en reuniones semanales y los medios los presentaban como expertos y verdaderos periodistas, dándoles espacio para la propaganda bélica como si fueran observadores objetivos.
El programa continuó después de la ocupación de Irak “para fomentar lealtades ideológicas y militares y también una dinámica financiera poderosa: la mayoría de los analistas tiene lazos con los contratistas involucrados en las políticas de guerra que aquéllos deben comentar”. Cesó en el 2008, cuando el periodista David Barstow investigó el asunto y lo dio a conocer (www.nytimes.com, 20/4/08).
“Todo esto obliga a interrogarse: ¿qué clase de objetividad y análisis honesto recibió el público estadounidense por parte de los medios más importantes durante ese período?”, señala Davis y cita un manual del ejército sobre las llamadas “operaciones informativas” del Pentágono (www.fas.org, 13/2/06) en el que se indica: “La importancia de dominar el espectro de la información explica el objetivo de convertir (a esas operaciones) en una competencia militar central, al mismo nivel de las operaciones por aire, mar y tierra y los operativos especiales”.
Están creciendo las voces que piden en los medios una intervención militar en Irán. Un columnista del Wall Street Journal postula que un presidente “capacitado para el cargo” debe “ordenar a las fuerzas armadas de EE.UU. que ataquen y destruyan las instalaciones del programa nuclear iraní” (//online.wsj.com, 18/1/12), otro afirma en la revista Foreign Affairs que “ha llegado la hora de atacar a Irán” (www.foreignaffairs.com, número de enero/febrero 2012) y todo huele a la proximidad de una acometida militar contra Teherán, como fue el caso de Irak.
Pareciera que el Pentágono “está educando” con cierto éxito a la opinión pública local: una encuesta que el Pew Research Center realizó este mes revela que el 58 por ciento de los estadounidenses están de acuerdo en terminar con las pretensiones nucleares iraníes, incluso mediante una acción militar (//pewresearch.org, 15/2/12). En tanto, los 16 organismos de Inteligencia de EE.UU. evaluaron en el 2007, y lo reiteraron en el 2011, que el programa nuclear de Irán no posee hasta el momento dimensiones militares.
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