› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO La amputación de la paga de Navidad a los funcionarios y empleados públicos. La gota que colmó el vaso y rompió la copa. Porque con la Navidad no se jode y menos aún con el dinero para gastar en Navidad, reactivar el consumo en comercios que ahora pueden abrir todo lo que quieran y liquidar todo el año, etc. Así que a protestar. Y en la más grande hasta ahora –como de costumbre– 800.000 asistentes según los organizadores, 100.000 según El País y 25.000 según el gobierno. Y Rodríguez lee eso y entiende todo: porque si no pueden ponerse de acuerdo en los números para eso, cómo van a encontrar una solución para lo otro.
DOS Y, sí, claro: la Navidad siempre ha estado ligada de un modo u otro al dinero, a los ricos, a los pobres, a lo religioso o a lo supersticioso (que es más o menos lo mismo), a la posibilidad de un milagro. De ahí que se vea entre lágrimas, cada diciembre, It’s a Wonderful Life para volver a ver cómo se “salva” el bueno pero el malo jamás recibe castigo. Y ese malo marca Frank Capra no es otra cosa que una elegante variación sobre el aria perfecta de Ebenezer Scrooge, el pérfido y egoísta hombre de negocios en A Christmas Carol creado por Charles Dickens en 1843. El viejo verde dólar y contando libras que no cree en el espíritu navideño hasta que recibe la visita de tres fantasmas llegando desde el pasado y el presente y el futuro para acabar como devoto del asunto corriendo por las calles deseando felicidades a todos aquellos con los que se cruza. El problema, aquí y ahora –piensa Rodríguez– es que los Scrooge de este ominoso 2012 son, también, los espectros de la cuestión. Y dan miedo. Mucho. Y, además, hay que salvarlos.
TRES Alcanza con ver el trotecito fugitivo de Mariano “He Tomado Medidas Que Otros No Se Han Atrevido A Tomar” Rajoy por los pasillos del Congreso y el terror apenas disimulado en el rostro de Cristóbal Montoso –ministro de Hacienda y Administraciones Públicas– a quien le tocó, por mandato de su jefe, dar la cara esta semana negrísima. Montoso –aspecto frágil, voz aguda– es el perfecto personaje secundario marca Dickens. A Rodríguez casi le dan ganas de cubrirlo con una manta cuando lo contempla –en vivo y en directo, pero como agonizante y retorciéndose– balbucear un “Es que no hay dinero”. Y enredarse con el hilo de su propio discurso, intentar convencer a la ciudadanía toda de que el adiós al aguinaldo no es una rebaja de sueldo sino un “retraimiento de la paga”. Y ensayar un dudoso lirismo estilo “Si queremos ser Europa tenemos que dejar parte de nuestras ideas en la orilla” (y Rodríguez vuelve a pensar y sigue leyendo su Robinson Crusoe). Y enterarse frente a cámara y periodistas –después de negarlo y recién admitirlo cuando le pasan un papelito– de que la Comunidad Valenciana ha pedido el rescate que, por supuesto, no es un rescate sino, apenas, nada más, que un “acogerse a un mecanismo de financiación al que, no se preocupen, acudirán más comunidades en los próximos días”. Luis de Guindos, ministro de Economía, parece algo más sólido, como salido de esa gran novela financiera de Dickens que es Our Mutual Friend, pero igualmente ingenuo y desorientado cuando, con beatitud de George Bailey, aconseja a banqueros y ejecutivos top bajarse el salario para dar ejemplo y consuelo. Por lo pronto, el Rey y el Príncipe se descontaron un 7 por ciento de sus ingresos (el equivalente al extra que ya no descenderá por chimeneas sin carbón), y ahí vienen marchando los mineros de Asturias. El recién asumido nuevo gobernador del Banco de España, Luis María Linde, tiró mierda con ventilador a sus predecesores y, autocrítico, reconoció que “no tuvimos éxito con lo que llamamos supervisión macroprudencial”. Después, enseguida, megatemeraria y extrahorripilante, la prima de riesgo sube más que nunca y los bonos de deuda a diez años rompen la barrera del 7 por ciento. Y, entre el sonido y la furia, se oyen ya “soluciones” del tipo “con menos de la mitad de la fortuna de los ricos se pagan las cuentas pendientes de la Eurozona, así que se podría obligarlos a comprar deuda pública”. Ajá. Sí, claro. ¿Dónde les firmo? ¿Se puede elegir el modelo y el color? En algún lugar, Scrooge –que también fue musical y pato y Bill Murray– se ríe a carcajadas mientras parte a cobrar los pagos atrasados del Club Pickwick.
CUATRO Apareció Lionel “Tiny Tim” Messi para hablar claro o hablar poco. Pero, pensó Rodríguez, al menos se le entiende lo que dice. Es algo. No es común en un paisaje sinsentido, patas arriba y cabeza abajo. Los puristas advierten que si un gobierno hace todo lo contrario de lo que dijo haría en el programa por el que resultó electo, va llegando la hora de la dimisión. Mientras tanto, continúa decodificándose la letra pequeña de lo que el gobierno llama “ajuste”, la oposición define como “recorte” y el resto de los españoles –según la potencia con que los impacta–- “tijeretazo” o “puñalada” o “hachazo”. En cualquiera de las tres opciones, el efecto es doloroso. Y corre la sangre. Así, se ha sabido que el IVA ha subido hasta el 21 por ciento en muchos de los artículos escolares y que todo lo relativo a servicios funerarios se incrementa, también, de un 8 a un 21 por ciento. Sí: crecer y educarse y arder o pudrirse será mucho más caro de lo que era. Entre un extremo y otro, también sube la entrada al circo, a la discoteca, a la peluquería y al teatro y cine. Una vez aceptado el caos –paradoja– todo está cada vez más claro. Todo es tan legible. Basta con pensar en lo peor posible para que lo peor no sólo suceda, sino que sea incluso superado por un nuevo golpe de trama. Y Rodríguez se acuerda de aquel gran momento de Rajoy cuando –en campaña, para responder a una pregunta sobre la desocupación, manoseando papeles– confesó al auditorio que “Me ha pasado algo notable, lo he anotado aquí y no entiendo mi letra”. Tiempo después, a Rajoy –que opta por sólo apersonarse en el debate congresal por el “ajuste” para votar a favor, amparado por su solitaria mayoría absoluta, y vuelta a encerrarse en su despacho/bunker como Scrooge en su negocio/casa acaso para esperar el consejo del encadenado Aznar/Marley– le sigue pasando algo notable. No entiende. Ni la letra ni la música que le tocan para que baile sobre las llamas de su propio incendio.
CINCO En la cada vez más inflamable España, algún que otro banquero pide disculpas, algún que otro juez obliga a devolver los ahorros a un cliente, el Banco Central Europeo avisa que no está para resolver problemas de países en problemas, y no: Scrooge no fue el primer avistamiento de pirómano economista que conoció Rodríguez. Primero estuvieron esos banqueros en ese Dickens faux que es Mary Poppins flotando en los techos abovedados de su fortunas y ese preocupado padre de familia –Mr. Banks, empleado del Dawes Tomes Mousley Grubbs Fidelity Fiduciary Bank, donde todos cantan una canción titulada “Fidelity Fiduciary Bank” para convencer a sus clientes de que inviertan en ellos– quien ya no hacía caso a sus hijos y entonces llega ella y Supercalifragilisticexpialidocious y... Pero Rodríguez ya ha tenido suficiente de palabras raras, de terminologías absurdas. Así que –sin un rifle, pero con tantas ganas de salir disparando– entra a ver la nueva Batman. Y todo el mundo entiende a Batman, aunque sea millonario. Frases cortas, voz ominosa, sabiduría para asimilar el hecho de que ya no es necesario o que ya fue suficiente, justicia para los culpables. Si vamos a jugar al apocalipsis, al menos que esté bien filmado y con aire acondicionado.
Y que Dios nos bendiga, a todos.
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