› Por Rodrigo Fresán
UNO ¿Por qué le pusieron agosto?, se pregunta Rodríguez. Fácil: por Augustus Octavius. Su emperador preferido. O mejor dicho: su estatua imperial preferida. De pie, con el brazo extendido y el índice señalando hacia alguna cosa pero, siempre, hacia el futuro y ya presagiando el gesto que le copiarán tantas patrióticas estatuas a caballo. Pero agosto es, ante todo, un mes cuya plena razón de ser y conciencia comienza a tomarse casi sobre su mismo final, cuando todo ha sido consumado y consumido. ¿Qué hora es? Es finales de agosto: adiós a las vacaciones boreales y a encarar el resto del año con poco resto. Rodríguez siempre soñó con países bendecidos con/por la lógica de que las vacaciones coincidan con el fin de un año y el comienzo del otro. Y no con este trance psicótico, en la mitad, donde uno nunca puede desenchufarse del todo. Porque ahí abajo, como un tiburón, la historia continúa y muerde a los que, en cualquier caso, ya se están ahogando mientras los políticos salvavidas de pronto descubren que no saben nadar. Que ni siquiera saben cómo mantenerse y mantenernos a flote.
DOS Para colmo de males, agosto siempre ha sido un mes demasiado ocurrente aunque, en la televisión, sólo pasen episodios repetidos de tu serie favorita. En agosto murieron Hiroshima y Nagasaki y Marilyn y Elvis. Agosto es, también, el mes en que los nazis descubrieron a Ana Frank en el anexo y en el que dictadores e indeseables varios (aunque, de acuerdo, Nixon haya renunciado en agosto) piensan que van a salirse con la suya. ¿Por qué? La respuesta es tan sencilla que da miedo: en agosto (en el agosto de mitad para arriba) los malos piensan que los buenos están distraídos contando olas y entonces “¡Hola!”. El problema –piensa Rodríguez, en la orilla– es que de unos años a esta parte agosto es ese mes en que resulta imposible distraerse, olvidar, pensar en otra cosa. A no ser que uno se arroje por una escalera y quede en coma o en los puntos suspensivos de la amnesia. Este agosto es un mes acorralado entre la pared que fue julio y la espada que será septiembre; cuando se aplicará el mega-aumento de IVA, se acabará la atención médica para los inmigrantes ilegales y muchos medicamentos dejarán de ser financiados por el Estado, se endurecerá el cobro de los 400 euros de ayuda a los desempleados, se develará el misterio del rescate suave/blando/mimoso/tierno/cariñoso/dulce/guay, se (ya hay convocatoria vía redes sociales para el 25 de septiembre) tomará el Congreso por asalto, y se continuará con recortes y austeridades varias “cueste lo que cueste y sea lo impopular que sea”, como proclamó la secretaria general del Partido Popular, “para sacar a España de la crisis”. El problema –más entrando que saliendo– será, después, cómo se hará para sacar a la crisis de España. Cómo explicarle a la crisis que se acabaron sus vacaciones y va siendo hora de que se vaya a trabajar a esos países tercermundistas que hasta hace poco enviaban materia prima para fabricar soldados y sacerdotes y campesinos, ¿recuerdan?. Eran los tiempos del “España va bien”. Cuando septiembre era, apenas, esa incomodidad pasajera de “la cuesta de septiembre”: tener que hacer frente a los recibos vacacionales de lo gastado con una tarjeta de plástico y comprar los útiles para el colegio de los niños y para octubre, por supuesto, ya estaba todo en orden y a esperar las vacaciones navideñas. Entonces, Papá Noel y los Reyes existían. Ahora –pobres, más pobres que nunca– tendrán poco trabajo y pocos que repartir. Y tendrán –va a subir el precio del gas– mucho frío.
TRES “Será un otoño caliente”, no dejan de advertir los agoreros oráculos y pitonisas. Mientras tanto, está siendo un verano ardiente: la peor temporada que se recuerde de incontrolables incendios forestales. Muchos lo atribuyen a la reducción del presupuesto para prevención y combate del fuego y pirómanos. Algunos se echan las culpas como brasas al rojo vivo, entre una y otra ola de calor africano que obliga a siestas largas. Y, así, Rodríguez, de paseo por la montaña, se queda dormido bajo un pino. Y, enseguida, las pesadillas fantasmales de este agosto presente. Rodríguez sueña con el melancólico y fino Ray “The Kinks” Davies cantando “Waterloo Sunset” en la ceremonia de cierre de los Juegos Olímpicos (para después enterarse de que lo de las vulgares Spice Girls batió el record de tweets); con que le ofrecen el puesto de mayordomo papal (tanta conjura à la Dan Brown para que al final el “asesino” sea el mayordomo); con que llega el fontanero a reparar unas filtraciones y no es otro que Julian Assange, quien pide asilo en su piso y le lanza miraditas traviesas a su hija cada vez más electrizante y pussy riot; con que el nuevo líder y asaltante/requisante de supermercados andaluces Juan Manuel Sánchez Gordillo (de Izquierda Unida, pero más cerca de la mística del legendario y robinhoodesco Curro Jiménez) le vacía el refrigerador. Gordillo –político diferente– es el alcalde de la utópica Marinaleda, donde no hay fuerza policial pero sí pleno empleo. También, claro, están los que apuntan que Sánchez Gordillo es el hombre con mayor cantidad de hectáreas a su nombre en Marinaleda. Vaya a saber quién dice la verdad, quién tiene la razón. A Rodríguez, el tal Gordillo le resulta alternativamente admirable y temible; pero se despierta y, alivio, está de vuelta sobre la hierba, bajo un árbol, mientras una pareja de jóvenes turistas le toma una foto como si fuese un animal exótico y local. Tal vez sean protagonistas del reality show alemán We Love Lloret, en el que jóvenes nibelungos y valkirias llegan a la costa catalana para emborracharse, aparearse y, tal vez, entrar en combate callejero con subsaharianos vendedores de DVDs piratas y falsos bolsos Louis Vuitton. Big Tourist, parece, será el emperador que subirá o bajará el pulgar de aquí en más, por aquí, en Iberia, en Hispania.
CUATRO Ninguna ciudad española ha figurado en el top-ten de mejores lugares donde vivir recién publicado por The Economist (Barcelona puesto 34 y Madrid puesto 39); pero Rodríguez se pone de pie y ya es hora de volver a casa. Y casa está –equidistante, Augusto señalando al próximo Este o al cercano Oeste– tan sólo a tres estaciones de metro del mar o de la montaña, de la playa de la Barceloneta o del pico del Tibidabo. No es poco. Así, el ministro de Industria, Energía y Turismo conminó a los españoles a no perderse en “lugares recónditos” y padecer “mosquitos y temperaturas que sobrepasan los 30 y 40 grados” y quedarse por aquí porque “57 millones de turistas nos vistan cada año y 57 millones de turistas no pueden estar equivocados”. Vacaciones intimistas entonces. Como las de Rodríguez. Y las de Almodóvar quien, sin ir más lejos, aprovecha el aeropuerto fantasma de Ciudad Real como set para Los amantes pasajeros, su próxima película y ¡corten!
En el metro –no es que Rodríguez vaya a extrañar a gente aullando “Todo cambia” o “Color esperanza”– acaba de prohibirse la música ambulante. Y cabe preguntarse si es el mejor momento para andar prohibiendo cosas así, ¿no?. Ya en su Shangri-La, Rodríguez sale a su balcón y –”Sants Sunset”, casi-casi, como cantaba Ray Davies hace un par de semanas, pero desde 1967– se siente en el paraíso.
El infierno, ya se sabe, son los otros.
Y están haciendo su agosto.
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