› Por Sandra Russo
La frase que fue repetida, escuchada y aplaudida miles de veces en todo el país el sábado 27 de octubre valga quizá el intento de detenerse en ella, ahora que una vez más se han ampliado derechos, en este caso los de los ciudadanos de 16 y 17 años. ¿A qué le llamamos, qué papel juegan, con qué de uno mismo tienen que ver las “convicciones”?
Como tantas palabras abstractas e importantes, “convicciones” ha sido usada por mucha gente en muchas circunstancias, y en general sin consecuencias. Pero lo que completa la frase que Néstor Kirchner dijo en su discurso inaugural, y lo que la hace vertebral, es que no hay modo de actuar según las propias convicciones sin disponerse a afrontar las consecuencias. La frase toma volumen precisamente frente a la adversidad. “No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la escuela”, dijo este año, en abril, Micaela Lisola (foto), una adolescente sanjuanina de 15 años, militante de La Cámpora, amonestada en su colegio por haber dicho otra frase muy intensa el 24 de marzo, pese a la prohibición de la rectora.
A Micaela después le hicieron notas en algunos diarios porque el 6 de junio la Presidenta mostró su foto en la cadena nacional. Fue en referencia al episodio que vivió esa adolescente que tiene una edad en la que todavía hay diputados que sostienen que no se está maduro para votar, y hay muchos otros que eligieron no sostener el voto joven como bandera, y se retiraron del recinto. No importa el motivo. Si es bandera, no se baja. El episodio que protagonizó Micaela hace unos meses, no tuvo como detonante la frase de Kirchner, sino otra.
–Lisola, deme el micrófono –le dijo la rectora el 24 de marzo, apenas ella terminó de decirla. Era una frase seguramente pensada y analizada decenas de veces por la propia Micaela, porque este tipo de frases, la de Néstor sobre las convicciones y la que dijo Micaela en el acto escolar, son del tipo abrelatas, picaportes. Ella había pedido, un día antes, en la dirección del colegio católico Monseñor Rodríguez y Olmos, hablar en el acto del Día de la Memoria sobre lo que sucedió el 24 de marzo de 1976. Le habían dicho que no. Le dijeron que si quería podía hablar del Día del Niño no Nacido, un legado de Menem para congraciarse con el Vaticano, que se celebra el 25 de abril. Ella, impotente y desorientada, aceptó.
Pero estando en el acto y a punto de decir algo sobre los niños por nacer, Micaela contó, después, que sintió un impulso repentino. “Como unas palpitaciones, algo que no se puede explicar muy bien, una angustia en el corazón. Yo quería expresar lo que sentía, lo que pasó el 24 de marzo. Explicarles a los chicos lo que representa ese día, porque muchos no lo saben. Decirles que hubo chicos como nosotros ahora, que estamos con la lucha del boleto escolar, que participaban activamente, chicos que por leer libros que estaban censurados o por pensar diferente fueron torturados, reprimidos, muchas veces asesinados. Fue una generación la que desapareció en esa época.”
Pero como le habían prohibido que hablara sobre eso, en el acto Micaela dijo sólo una frase: “Sin memoria no hay identidad. Sin identidad no hay Patria. Si no hay Patria, hay colonia”. Fue exactamente entonces que la rectora le dijo:
–Lisola, deme el micrófono.
Después le puso 24 amonestaciones. La escena resume el quite de la palabra a quien quiere hacer uso de ella. En este caso, una chica de 15 años que, por lo que se ve, estaba completamente segura de lo que quería decir y de que quería decirlo. En este último año hemos visto a decenas de adolescentes de su misma edad no sólo tener consignas, sino explayarse, explicarlas, mantener el eje de sus discursos, tener claro el objetivo para ser capaces de soportar increíbles insultos periodísticos, no entrar en el juego de las provocaciones, entender que su visibilidad tenía sentido si servía para dar a conocer sus posiciones en materia de política estudiantil. Adolescentes de diferentes vertientes políticas, muchos ligados solamente a la lucha estudiantil. No sucede eso acá solamente. También hemos escuchado, por ejemplo, a los adolescentes chilenos y a los mexicanos, y hay que ser sordo para no escuchar el pulso de la época en esas voces.
¿Cuál es la madre del desastre institucional y cultural que abate a Europa? ¿Qué hace imposible por ahora que esas sociedades le den peleas reales al neoliberalismo? ¿Por qué es previsible todavía una etapa de derrotas sucesivas y pérdidas de derechos? Sintetizando mucho, por la falta de vigor de la representación política. No aparece una sintonía colectiva capaz de organizarse políticamente, y siguen sin advertir que no hay otro lugar desde donde se puede responder. Los demás son no lugares posmodernos, y en consecuencia poco peligrosos para el statu quo. Los cuadros políticos no surgen. Son los que van a surgir.
Una sociedad como la argentina, que anticipa el derecho a votar, estimula ese músculo que pueden ejercitar todas las corrientes políticas. Que a la derecha los jóvenes le parezcan sujetos manipulables dice más de la derecha que de los jóvenes. Estamos rodeados de adolescentes que viven sus convicciones con mucha más intensidad y claridad que muchas generaciones anteriores. Como dijo Micaela cuando no pudo decir lo que quería, las viven “como unas palpitaciones, no se puede explicar muy bien, una angustia en el corazón, porque yo quería expresarme”.
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