› Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
Llego aquí y el país está envuelto en una fiesta. Doscientos años de la aparición de los Cuentos Infantiles y Hogareños de los hermanos Grimm. Sí, algo para festejar, para alegrarse, para llevarles flores a esos dos bondadosos hermanos que concibieron nada menos que escribir cuentos para niños. Y los escribieron. Y estarán siempre en el recuerdo de todos.
Me acuerdo cuando mi padre nos trajo un libro con el increíble título y hermosos dibujos: Cuentos para niños. No podíamos creer. Desde ese día comencé a soñar, a mirar el mundo con otros ojos. Tenía siete años y vi que se me abría otro paisaje distinto en la vida. El de la imaginación, el de los sueños. Que había otro mundo. Que existían hadas, bosques, sueños, fantasías, que era posible navegar con la imaginación por todos lados y visitar todos los lugares escondidos. Personajes para soñar, para imitar. De pronto allí, la bondad descrita, el triunfo de los débiles: Caperucita Roja, Pulgarcito, la Cenicienta, la Bella Durmiente..., la Madre Nieve, el Sastrecillo valiente... Vuelven a mí los personajes que me acompañaron en los sueños de toda la infancia.
Fue la mejor escuela. Y también recuerdo cuando mi padre me llevó a la biblioteca de Belgrano por primera vez. Había una habitación con libros de cuentos para niños... Ahí estaban también los de Andersen, los de Perrault... No lo podía creer. Recorrer las tapas con los ojos sorprendidos y la boca que no podía cerrar de pura sorpresa. “Ya no es necesario jugar”, me dije, con un libro de ésos bastaba y sobraba para pasarla bien, gozar, jugar con los personajes y, principalmente, soñar. Esos libros me hicieron aprender a soñar. Sí, y lo dicen los hermanos Grimm en el prólogo de su libro en los Cuentos para niños: “Toda poesía legítima tiene valor cuando demuestra que no puede ser sin estar relacionada con la vida. Porque ella se ha originado en esa vida y regresa de nuevo hacia ella. Como las nubes hacia su lugar de nacimiento luego de que han regado la tierra”.
Así de profundos eran. Como en su búsqueda de los cuentos infantiles. Se basaron en todas las leyendas que contaban las abuelitas en los lugares más alejados. Querían salvar así una tradición que podría perderse con el tiempo. Y ahí quedaron. Hace doscientos años, en 1812, apareció la primera edición de sus Cuentos para niños y salieron 900 ejemplares a la luz. Mientras tanto se han traducido a 170 idiomas y es sin duda uno de los libros más editados en la historia del ser humano.
Los hermanos Grimm nacieron en 1785 y 1786 en Hanau, una pequeña ciudad en el estado de Hesse, en Alemania. Y son autores también del primer diccionario de esa lengua.
En su ciudad natal se levanta un artístico monumento a la memoria de ellos en la plaza central. Feliz una ciudad que tiene un monumento nada menos que a los autores de un libro de cuentos para niños y no a un hombre con armas o a alguien que usó del poder para llegar a la fama. Un ejemplo para aprender. Porque además, como reconocimiento a quienes nos trajeron desde chicos personajes para soñar, divertirnos o aprender, se ha diseñado en este país un circuito verdaderamente extraordinario: “La ruta de los cuentos alemanes”. Se parte desde Bremen, donde en el centro de la ciudad se representan cuentos de esos autores. De allí a las ruinas del castillo de Everstein, donde se representa el cuento La Cenicienta. Y de allí se pasa por doce lugares escenarios de esos relatos, donde se van representando los más conocidos cuentos de los hermanos Grimm. Hasta llegar a Hanau, su lugar de nacimiento, donde se termina con un festival del cuento infantil.
Mismo en la ciudad de Hanau se proyecta construir un museo llamado El mundo de los hermanos Grimm, en el cual se expondrán todos los ecos mundiales que tuvieron sus cuentos, los dibujos en interpretaciones distintas de sus personajes, los iconos, estatuillas, las diversas ediciones mundiales de sus libros. Va a ser un centro verdadero, además, de la literatura infantil y de todos sus progresos y distintas direcciones artísticas que tomaron sus personajes desde que fueron creados.
–Buenos días, Caperucita Roja –la saludó el Lobo.
–Muchas gracias, Lobo.
–¿A dónde va, tan temprano ya afuera, Caperucita?
–Voy a visitar a mi abuelita.
–¿Qué llevas debajo del delantal?
–Torta y vino, ayer nosotras amasamos y ahora tengo que llevárselos a la abuela enferma y débil para que se mejore y se ponga fuerte...
Así comienza el diálogo entre Caperucita y el Lobo que terminará cuando el Lobo le responde a la pregunta de ella: “¿Por qué tienes una boca tan grande?”, nada menos que con estas palabras: “Para comerte mejor”.
Pero en todos los cuentos de los Grimm triunfarán finalmente siempre los más débiles y los más inocentes, dejándonos una moraleja.
En nuestro recuerdo van desfilando. La Cenicienta, El Sastrecillo valiente, El Gato con botas, Hänsel y Gretel, La Bella durmiente, Blancanieves y los siete enanitos, La zorra y los gansos... y tantos otros.
Günther Grass, el Premio Nobel de Literatura, ha escrito un libro inolvidable, pleno de cariño y admiración. Se llama Las palabras de los Grimm, y lleva este subtítulo: “Una declaración de amor”. Y termina su libro describiendo la Alemania derrotada después de 1945. Todo es destrozo y ruina, dolor, el resultado de la estupidez humana que nada ha aprendido a pesar de sus experiencias, guerras perdidas, millones de jóvenes muertos, madres desoladas, niños que nos miran. Un paseo final que pueden dar un siglo y medio después esos dos sabios hombres llamados los hermanos Grimm. Con sus cuentos infantiles y sus metáforas bien escondidas pero siempre presentes. Hubiera sido por demás mordaz si en ese escenario se hubiesen encontrado los hermanos Grimm con el filósofo Kant, llevando éste en sus manos un ensayo sobre “La Paz eterna”. Y después de ello decidieran hacer una visita de consulta a Freud.
Y volvemos a remarcar los cuentos infantiles. Ahí están las semillas de las ilusiones y de la curiosidad. Para que crezca una planta bien verde y de coloridas flores. Escuelas con los nombres de los hermanos Grimm y sus personajes. Caminos para entrar en los sueños. Pensar más en los niños, en el futuro. Blancanieves nos espera, Caperucita Roja nos trae ilusiones, Pulgarcito nos muestra sonriente los lados de la bondad y el participar, el Gato con botas no se hace ya el mandón sino que recorta pedacitos de pan para las lauchitas, la Bella durmiente nos habla de lo que puede significar el amor eterno.
Soñar, por lo menos, los domingos al atardecer.
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