› Por Eduardo “Tato” Pavlovsky *
Te moriste Negro Cabrón, y Latinoamérica está de luto.
La derecha debe estar de fiesta. Tengo rabia de imaginar no verte nunca más. Te voy a extrañar. No ver tu imagen revolucionaria. Tu potencia revolucionaria irrenunciable de los principios fundamentales de la igualdad. Tu lucha contra la indignidad de los indiferentes.
Hace muchos años tuve la oportunidad de ser invitado a dar un curso de Psicodrama para un grupo de jóvenes profesionales. Todas las casas de los médicos tenían un gran lujo y piscina. Clase media en ascenso. Cuando terminamos de trabajar pregunté con ingenuidad por la ausencia de transporte público. Veía coches último modelo por todas partes. A las siete vi una multitud haciendo cola y pregunté “¿Esa gente cómo viaja, dónde viaja?”. Esa gente, me respondieron, sólo viaja en esas camionetas pequeñas. Es la gente que habita los morros, allá arriba. Eran pequeñas camionetas destartaladas que llevaban 50 personas por viaje. “¡Pero en la cola hay miles!” Los cargan y siempre llegan. Los dejan y después a pie suben hasta sus casas caminando. Son gente fuerte.
Lo decían en un tono naturalista. La tremenda desigualdad ya estaba interiorizada como un fenómeno obvio, cotidiano. Cuando el horror se construye día a día, hasta los niños deformes se vuelven cotidianos. Pensé en los “cabecitas negras” de Perón lavándose las patas en Plaza de Mayo. Allí se inscribían como Hombres. Se les dio la dignidad de ser “humanos”. De las patas de los cabecitas surgió el peronismo. Ese fue su primer movimiento de liberación. De auténtica liberación.
Hugo: cuando la oposición quiso sacarte del poder los negritos bajaron de los morros y te liberaron. Ya se habían vacunado contra la indignidad. El contubernio demócrata conservador repartiéndose el poder durante años. La subjetividad de la desigualdad se había quebrado. De la ignominia. De la prepotencia del poder inventado. De los morros bajaron ellos y esa herencia no se olvidará jamás. Frente al estupor de la oligarquía y de los liberales.
Ya no hace falta que no te mueras. Ya está el acto consumado. Vivirás siempre como el Che y Evita. Devolviste la dignidad y eso no se olvida nunca, ya estaba consumado el gesto. Tenés 3000 médicos cubanos trabajando allí, curando enfermedades y haciendo labores pedagógicas.
Podés morirte tranquilo, son muchos los que te llorarán. Saliste al mundo. Predicaste justicia social a los desamparados. Y eso no se olvida nunca. Ni tampoco se olvida tu antiimperialismo constante. Irrenunciable. Sin concederles “ni un poquito así”, como decía el otro inmortal del “Che”.
Chau, Chávez. Me alegro de haber vivido en tu época. Haberte conocido. Haberte admirado. Pero me detengo aquí porque tengo ganas de llorar y cuando lloro no puedo escribir.
Chau, Negro. Hasta la victoria siempre.
* Psicoanalista. Autor, director y actor teatral.
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