› Por Mario Goloboff *
“Tú y yo hemos roto ¡hemos roto, querido mío! Lo sé, lo siento: ¡nunca vendrás aquí! Cuando miro los mismos lugares de siempre, veo con claridad, como nunca lo vi antes, qué espacio tan grande ocupabas en mi vida, aquí en París, de manera que casi todas las actividades estaban ligadas por un millar de hilos a pensamientos relacionados contigo. En aquella época, yo no estaba enamorada de ti, desde luego, pero ya entonces te quería muchísimo. Por el momento podría arreglármelas sin los besos: sólo verte y hablar contigo de vez en cuando sería un placer, y eso no le haría mal a nadie. ¿Qué razón podría haber para privarme de ello? Preguntas si estoy enfadada contigo por ‘llevar a cabo’ la ruptura. No, creo que no lo hiciste sólo por ti.” Leído así, como se ve, desgajado de todo contexto histórico preciso, de toda referencia personal, el fragmento citado muestra poco más que eso: ser un trozo de carta de una amante dolorida o despechada, una demanda corriente y común en la relación. Los problemas aparecen cuando se comprueba que quien la escribió era Inessa Armand y su destinatario, apenas, Vladimir Illich Ulianov, más conocido por su nombre histórico y político Lenin (hombre del río Lena), que había adoptado en la clandestinidad.
Elisabeth-Inès Stéphane d’Herbenville, nacida en París en 1874, de madre inglesa y música, y de padre francés, actor y cantante, luego de la muerte de este último fue llevada por una tía a Rusia e incorporada a la familia y casa de los Armand, fuertes industriales textiles de la Rusia zarista. Vivió allí, al principio como huésped, aprendiz de la lengua y de las costumbres de la buena burguesía, y luego como institutriz de los hijos; se casó con el mayor de ellos, Alexandr, con quien tuvo cuatro niños, hasta fugarse con el cuñado menor, Vladimir, de 17 años, muerto de tuberculosis en 1909. Pero no se ocupó sólo en amores personales; los tuvo, e intensos, por el pueblo sometido, y lo demostró en acciones de solidaridad que la llevaron a fundar, con su primer marido, una escuela para niños campesinos y a unirse al Partido Socialdemócrata Ruso para luchar por la emancipación de la clase obrera y de los más humildes.
Como parte de su actividad política, en 1907 fue apresada por posesión y distribución de propaganda considerada ilegal y condenada a dos años de exilio en Siberia, consiguiendo, después de cierto tiempo y gracias a sus contactos con las altas clases rusas, huir a París, donde encontró a Lenin y a los demás bolcheviques exiliados. En 1911, confiada y nombrada por ellos secretaria del Comité de las Organizaciones Extranjeras para coordinar los grupos de Europa occidental, ayudó también a establecer una escuela partidaria de formación marxista en Longjumeau, en las afueras de París. Fue entonces a vivir al nº 2 de la rue Marie-Rose, en el XIV arrondissement, mientras Lenin, su mujer Nadezdha y su suegra vivían en el nº 4. Regresó a Rusia en julio de 1912 para preparar la incorporación de diputados bolcheviques a la Duma (Asamblea estatal), siendo nuevamente encarcelada. Obtenida su libertad, partieron todos, en 1913, a la Galitzia polaca.
Para esa época, deviene editora del periódico Rabotnitsa (Mujer Trabajadora), destinado por el partido a las obreras, cuando por entonces se diligenciaban los aprestos de la Primera Guerra Mundial, y los socialdemócratas, infundidos de nacionalismo bélico, apoyaban a sus burguesías en una conflagración donde iban a morir millones de trabajadores, de campesinos y de la gente más pobre de cada país. Frente a este desvío del internacionalismo proletario, los bolcheviques adoptaron posiciones pacifistas e Inessa colaboró en la distribución de propaganda que urgía a las tropas aliadas a volver sus armas contra las propias burguesías y dar inicio a la revolución socialista. Viajó a Suiza en marzo de 1915 para organizar la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas contra la guerra y formó parte también de la delegación en las históricas Conferencias de Zimmerwald y Kienthal que reunieron, bajo la égida de Lenin y de Trotsky, con el apoyo (desde la cárcel) de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht, a los socialistas internacionalistas, y donde el primero empieza a plantear claramente la necesidad de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Luego de la revolución, Inessa fue elegida miembro del Comité Ejecutivo del Soviet de Moscú.
En el Congreso de Mujeres Obreras y Campesinas del ’18 sentó uno de los discursos clave sobre la necesidad de liberar a las mujeres de “la esclavitud doméstica”: “Bajo el capitalismo, la mujer obrera debe soportar el doble fardo de trabajar en la fábrica y luego realizar las tareas domésticas en el hogar. No solamente debe hornear y tejer para el patrón, sino que también debe lavar, limpiar y cocinar para su familia... Pero hoy es diferente. El sistema burgués está en vías de desaparición. Nos acercamos a la época de construcción del socialismo”. Integró después la Misión de la Cruz Roja Rusa para repatriar prisioneros de guerra. A su regreso a Petrogrado, fue elegida para la dirección del Zhenotdel, el primer departamento femenino gubernamental del mundo, desactivado luego por Stalin y eliminado cuando la consagración del Código de la familia, que rehabilitó el núcleo tradicional. Desde allí, impulsó una legislación a favor del aborto, combatió la prostitución, alentó la protección de madres y chicos. En 1920, dirigió la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas, pero al poco tiempo contrajo cólera y murió, a los 46 años. Fue enterrada cerca del Kremlin.
Al llegar a París, con sus poco más de 35 años, Inessa era una bella mujer, de cabello castaño largo y ondulado, nariz levantada, cejas y ojos oscuros y mirada fuerte, que se mantenía bastante delgada a pesar de los embarazos, partos y crianzas, y parecía aún menor de su edad real. Por otra parte, muchos testimonios abonan que “tocaba el piano como una virtuosa”, amaba a Beethoven (el músico preferido de Lenin), hablaba con fluencia varias lenguas, era particularmente entusiasta en las tareas revolucionarias y naturalmente seductora. Las cartas y otros documentos encontrados y revelados después de la caída de la URSS no dejan dudas sobre la existencia de este vínculo cerradamente oculto pero conocido por la dirigencia. Inclusive por la compañera de Lenin, Nadezdha Krupskaya, amiga y camarada de Inessa, quien en un primer momento les propuso apartarse de sus vidas, aunque ellos no lo consintieron, iniciando lo que todos suponían ver, un ménage à trois, mal mirado en épocas de ascetismo revolucionario. Pero no sólo las situaciones familiares o sociales minaron la relación: también las diferentes concepciones sobre la vida, el papel de la mujer e, inclusive, del amor, hicieron lo suyo. Inessa era rebelde y libertaria; la dureza de Lenin y de sus principios, la invulnerabilidad de sus decisiones (y, aun, de su falta de decisión) le eran insoportables. No obstante, en esa tensión y en esa tirantez se mantuvo el vínculo, hasta su temprano fallecimiento, recién comenzado el gran proceso revolucionario que tanto habían alentado juntos.
* Escritor, docente universitario.
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