Lun 23.06.2003

CONTRATAPA

El próximo frente

› Por Eduardo Aliverti

El gobierno de Kirchner se acerca al primer mes de gestión conservando la ofensiva que le ha permitido un apoyo social casi unánime. La economía, sin embargo, sigue viniéndose encima. Se entiende por tal cosa el hecho de que no habrá mucho más tiempo, en términos relativos, para continuar confiando en el impacto de decisiones que no influyen (no directamente, al menos) en la calidad de vida popular.
El área de los derechos humanos –en la definición que se corresponde con las trágicas secuelas de la dictadura– muestra a Kirchner como pez en el agua. A apenas 48 horas de asumido produjo una purga relevante en la cúpula militar, que acabó con todo vestigio de los últimos dinosaurios. Pronunció un discurso impactante en el Día del Ejército, cuando entre otras cosas dijo, nada menos, que si las Fuerzas Armadas preservan la democracia no hay nada que agradecerles. Se preocupó por recibir con los brazos abiertos a Madres y Abuelas, mientras todavía esperan audiencia esos miembros de empresas y corporaciones que siempre figuraron a la cabeza de cualquier agenda presidencial. Y en menos de lo que canta un gallo acaba de echar al Procurador General del Tesoro que él mismo había nombrado, tras la revelación periodística de su contacto profesional con un represor. Todo en poco más de veinte días. Unicamente un desvariado podría decir que es poco.
La suma incluye el consabido avance sobre la Corte de los supremos menemistas. Y ante las primeras insinuaciones de que podría esconder(se) el reemplazo de Nazareno & Cía. por tropa propia, tuvo el reflejo de firmar un decreto que autolimita su poder de intervención. Lo del PAMI también es cosa suya, igual que la diplomacia distante con que trató a Powell y el protagonismo argentino en el reimpulso del Mercosur, hasta el punto de ubicar a Venezuela como socio necesario y deseable: todo un gesto de sólo pensar el muy molesto forúnculo que Hugo Chávez representa para Estados Unidos.
Mientras esta interesante serie de guiños y disposiciones le dibujó a Kirchner ese perfil “progre” de su primer mes, aguardaron y aguardan los aspectos de macroeconomía que tarde o temprano mostrarán el verdadero rostro de su gestión. Una ruta también consabida de renegociación con los acreedores externos, contratos con las privatizadas, orientación del sistema financiero, tarifas de servicios públicos y, la madre del borrego, la deuda social. Allí donde se nuclea el efecto más aterrador de la década de la rata, con sus números escalofriantes de pobreza, indigencia, desocupación, trabajo en negro, jubilaciones miserables.
Consciente, con toda seguridad, de que ese paquete llegará inexorable, el Gobierno lanzó un muy ambicioso programa contra la evasión impositiva. Así lo calificó una mayoría de especialistas –por derecha e izquierda, por acción u omisión– y la intención de estas líneas no es refutarlos. El terreno de los impuestos es un fango donde se hunde inevitablemente cualquiera que toque de oído. Pero hay otro, el del sentido común, que sí está al alcance de cualquier mortal. Y él dice que no tiene demasiada lógica atacar por donde se recauda si primero no se tiene en cuenta qué y cómo se produce. En todo caso, puede tratarse de acciones coordinadas (y por supuesto, este señalamiento no va en perjuicio de que un sistema tributario como el argentino, donde en proporción los pobres pagan más impuestos que los ricos, debe ser dado vuelta como un guante).
El cortocircuito registrado por el aumento en las tasas del monotributo relegó del primer plano algunas cifras que se conocieron al mismo tiempo que los anuncios antievasión. Por segundo mes consecutivo, retrocedió la producción industrial. Lo que lleva la mirada a un desempleo que sigue altísimo, los salarios congelados, la falta de crédito, las inversiones que no aparecen y la baja del dólar. ¿De qué guerra contra la evasión puede hablarse con este nivel de desocupación, con bolsillos de sectoresmedios y bajos que técnicamente ya no resisten más saqueos y con bancos que no dan crédito para encender el motor de la economía?
No hay mucho misterio en un país devastado como la Argentina. Se dirá que es una simplificación bastante burda, pero siempre podrá oponérsele aquello de que lo difícil no es explicar la realidad sino modificarla. Visto desde el Estado o desde la actividad privada, recuperarse quiere decir políticas y obra pública activas que generen empleo y aumento de ingresos. Si es necesario eso significa emisión –expansión monetaria, en la jerga de los ortodoxos– y en cualquier caso un régimen financiero orientado hacia el estímulo de la producción, con base en el mercado interno y en las pequeñas y medianas empresas. Así fue como salieron de sus grandes crisis todos los países capitalistas y ningún gurka de la derecha puede desmentirlo. En la Argentina, claro, existe el agregado de decidir cómo se renegociará la deuda. Si primero se ve cómo se les paga y después qué se hace adentro. O si es exactamente al revés.
El problema –de nuevo: la modificación de la realidad– consiste en que este tipo de determinaciones supone enfrentamientos severos con las megacorporaciones que dominan la economía. Con el poder real, sin más trámite. Y ése es el frente que se le acerca a Kirchner cada vez más.

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