› Por Rodrigo Fresán
UNO ¿Que lo qué? ¿Cómo? WOW? ¿Que ahora resulta que la S en el traje no es una S de Superman sino “un signo de la Casa de los El que significa Esperanza”? ¿No tendría entonces que ser un traje color verde? Vamos... Aun así –resignado a revisar, allá vamos otra vez y aquí venimos de nuevo, la destrucción de Kriptón y la llegada del huérfano salvador a la Tierra en la nueva pero no última reescritura evangélica del asunto, en la recién estrenada Man of Steel–, lo cierto es que Rodríguez no se la está pasando nada mal. Rodríguez siempre fue batmanita de ley y raza. Nunca dudó en que más vale y vale más murciélago en mano que pluriempleado volando con calzoncillo rojo y rizo en la frente. Pero Man of Steel batmaniza todo lo que se puede a Superman. Ya no hay rizo, ni calzoncillo. Y se evita toda mención (ya llegará con la secuela) a esa fobia del alien a su patria lejana y desaparecida con náusea entre existencial y física que le provoca la sola proximidad a la tierra en que nació, a la kriptonita. Y es que nunca puedes volver a casa. Pero casa nunca se va.
DOS Y acaso lo mejor de todo: en Man of Steel, apenas una gota de Clark Kent. Ese civil torpe y tímido y débil que –como explicó el Bill de Tarantino– “es el disfraz que se pone Superman para pasar inadvertido... Clark Kent es el modo en que Superman nos ve a noso-tros”. Así, también, nos ve, seguro, el ex tesorero del Partido Popular y esquiador de montañas infernales Luis Bárcenas. Conocido por sus allegados como “Tarzán”, porque llegó a la política nada más que con un taparrabos y ahora va de Lord Greystoke. Bárcenas –cuya B en el pecho no es el signo de Bondad– se parece bastante al Zod al que se enfrenta Superman en Man of Steel. Y cuando Rodríguez entró al cine, Bárcenas seguía suelto y haciendo y deshaciendo de las suyas. Pero al salir Rodríguez, Bárcenas ya estaba en prisión incondicional, sin fianza por riesgo de fuga y con apenas cien euros semanales a gastar en la cantina de su nueva morada. Bárcenas –desconcertado y enfurecido y hasta amenazante al escuchar el auto del juez, parece– está ahora confinado no en la Zona Fantasma, ni en el Arkham Asylum, sino en la cárcel de Soto del Real. Y ya se habla (y se tiembla) de una fuerte caja negra con “información demoledora” escondida “en un lugar seguro” a “cuatro horas de Madrid”, sin precisarse si son horas en auto o volando o de rodillas, como rumbo a un santuario religioso o a la Fortaleza de la Soledad. Y, también, de un video muy hard que Bárcenas dejó filmado, dando –“en doce puntos” y “por si le pasara algo”– nombres y cifras y datos comprometedores recabados a lo largo de los veinte años de gestionar los dineros del partido. Y de un inminente tirón de la manta, de una patada al tablero, de un dedo del preso a punto de oprimir el interruptor que pone a girar el ventilador de una tormenta de mierda. Informado de la novedad, Mariano “El Escapista” Rajoy dijo: “Mañana hablamos”. Pero no habló nada, y al día siguiente (la R en su pecho es el signo de Rayo Elipsis) optó por activar su arma de siempre y salir disparando con un “ya he dicho todo lo que tenía que decir”. Lo que no quita que –ZAP! BANG! CRASH! KABOOM!– ya estén hablando y diciendo todos: los que temen un apocalipsis ahora que les ensucie los trapos más o menos blanqueados, los que consideran que es necesario un armagedón purificador que limpie toda impureza para volver a empezar, los que no tienen la menor idea de qué está pasando o los que, como la vicepresidenta Cospedal, dicen cosas raras del tipo: “No conozco ningún partido que haya hecho un esfuerzo de strip-tease como el Partido Popular”, sin saber que lo súper de un héroe pasa, siempre, por el buen diseño de su traje. Así que mejor no desnudarse en público.
TRES Pero pasan muchas, demasiadas cosas en España. Vuelve a pasar Bruce “El Cuello Que Canta” Springsteen con su aires de Superman de la clase trabajadora (ese nuevo modelo de protector de Metrópolis y alrededores que viste jeans y zapatones proletarios); sigue Juan Carlos “Campechano” I, insistiendo en que no está muy enfermo, que lo suyo es apenas un “asunto de tornillos”; Pep Guardiola se presentó ante el Bayern de Munich, hablando en perfecto alemán, y (malas noticias para todo prisionero) suben los impuestos/precios al alcohol, al tabaco y hasta al ¡aire acondicionado! Lo próximo será una tasa a la onomatopeya y Europa cruje –CREAK!– como planeta a punto de quiebre: la Troika se cae, el euro como esperanto económico ha derivado en confusión babélica y una nueva reunión del Consejo Europeo volvió a mostrar y demostrar que los mandamases del continente no tienen nada de las combativas y Made in USA Justice League o S.H.I.E.L.D., y bastante del aire decadente y rencoroso de banco de plaza en el que se juntan los Watchmen en el paro a echarse culpas y reproches y espiarse ante la mirada indignada de jóvenes con muchas ganas de Kick-Ass. Difícil soñar con una nueva edad dorada; aunque la liberación de la patente y la inminente transformación del Viagra en versión económica tal vez generen una nueva raza de titanes superdotados que incremente los índices de nacimientos que han venido bajando y bajando entre el ascenso de tanta muerte y de tantos moribundos.
CUATRO ¿Cómo terminar por ahora? ¿Cómo (continuará...) para siempre la historieta de la Historia? Ya se ha dicho: Rodríguez volvió diferente desde el otro lado de su coma. ¿Con superpoderes? Tal vez. ¿Cuáles? No lo sabe aún. ¿Devendrá lo suyo en el orden de la DC, el desparpajo de la Marvel, o la alucinación/aleación tipo Metal Hurlant? Rodríguez se siente distinto y como a punto de entrar en erupción. Pero todavía no. Tampoco es que se sienta particularmente excitado por el asunto. De ser superhéroe, Rodríguez se piensa muy lejos de Kal-El y tanto más cerca del taciturno y vencido David Dunn en el que posiblemente sea el mejor y más inteligente film del género paladín justiciero de todos los tiempos: Unbreakable, escrito y dirigido por M. Night Shyamalan. Recuérdenlo: Dunn es un pobre tipo que no sólo no entiende lo que le pasa sino por qué eso que no entiende tiene que pasarle justo a él. Así, más o menos, como héroe del nuevo difunto pero eterno inmortal Richard Matheson, está Rodríguez.
Ahora es domingo por la noche, los últimos músicos ambulantes del metro aúllan lo de “Saber que se puede, querer que se pueda”, y España toda se queda despierta hasta tarde para ver si habrá Maracanazo o no. ¿España potencia? ¿Impotencia española? Rodríguez –legendario y menguante, diferente, único, mutante, solitario– decide entonces poner a prueba sus flamantes superpoderes. Y lo hace así y que sea lo que Galactus quiera: Rodríguez no va a ver la final de la Copa Confederaciones, hace un esfuerzo de strip-tease, se pone el piyama, se va a dormir, cierra los ojos, sueña que es otro, ZZZZ...
La esperanza es lo último que se pierde, sí.
El problema –PFFF!– es que, primero, no se la encuentra por ninguna parte.
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