CONTRATAPA
Límites
› Por Juan Gelman
“La guerra es lo único que cura al mundo”, decía el escritor italiano Marinetti. “Es una necesidad filosófica”, afirmaba el pintor alemán August Macke, muerto en acción en 1914. “Es un gran remedio”, abundó el legendario escultor francés Gaudier-Brzeska, caído en combate en 1915. Y el artista norteamericano Marsden Hartley: “La guerra es la forma moderna del éxtasis religioso”. Es difícil que sus compatriotas en Irak compartan hoy ésas y otras expresiones similares de futuristas y vorticistas entusiasmados por la Gran Guerra: unos 28 efectivos estadounidenses perdieron allí la vida el mes pasado, cifra que duplica con creces la registrada en mayo, y la resistencia contra el invasor parece cada vez más organizada. Algunos murieron en accidentes que, en parte, son también consecuencia de los ataques iraquíes: conducían sus vehículos militares a toda velocidad para evitar posibles emboscadas.
Preocupa más al Pentágono otra clase de baja. La moral de sus tropas se deteriora y la prensa norteamericana da cuenta del hecho. “No se sabe quién es un enemigo, no se sabe en quién confiar”, declaró al Seattle Times (30/6/03) el sargento Gary Qualls estacionado en Ramadi, al noroeste de Bagdad. El telón de fondo es la promesa siempre postergada de un pronto retorno a casa después del derrocamiento de Hussein, en tanto el promedio de los enfrentamientos armados con iraquíes es de 13 cada día. Unos 9000 hombres de la 3ª división de infantería, sin misión alguna, esperan hace varias semanas que los devuelvan a EE.UU. La mayoría fue desplegada en la región seis meses y hasta un año atrás. Uno de sus oficiales describió así la temperatura mental de esas tropas: “Se desahogan con cualquiera que se preste a escucharlos. Escriben cartas, lloran, gritan, muchos no hacen más que dar vueltas visiblemente fatigados y deprimidos” (The Christian Science Monitor, 7/7/03). Las mujeres soldados con hijos la pasan sin duda peor.
Las voces de esa frustración están llegando al Capitolio. “La mayoría de los soldados vaciaría sus cuentas bancarias por un pasaje de avión a casa”, dice una de las cartas que en el Congreso se reciben de Irak con el reclamo de la repatriación. Y otra: “Mi mujer me escribe ‘la guerra terminó, ¿por qué no vuelves?’”. Otra más: “La forma en que hemos sido tratados y las mentiras constantes a nuestras familias sobre nuestro regreso nos han devastado a todos”. Estas tensiones son tomadas en cuenta en el Pentágono: especialistas del ejército están elaborando un programa de “descompresión psicológica” de dos semanas de duración a fin de readaptar a la vida civil a los que sean repatriados. En las oficinas del Departamento de Defensa no se olvida que en el 2002 seis militares de las Fuerzas Especiales que habían combatido en Afganistán asesinaron al volver a sus respectivas mujeres.
El senador republicano John McCain percibe la creciente inquietud de los votantes porque, a su juicio, la Casa Blanca no explica con claridad los planes para Irak. La semana pasada se explayó en el programa “Face the Nation” de la CBS: “Es tremendo el apoyo de mis electores al presidente, a lo que nuestros militares, hombres y mujeres, hicieron, pero sienten ansiedad”. Y se esperanzó: “Creo que si se les dice exactamente qué se está pensando, seguirán apoyándolo”. Quién sabe. La Casa Blanca está pensando exactamente que la ocupación de Irak se prolongará al menos cinco años. Y luego: que los 150.000 yanquis desplegados en ese país, más los 80.000 instalados en países vecinos –incluso ex repúblicas soviéticas–, no parecen suficientes. Tal vez éstos recuerden que, antes de la invasión, el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld aseveró que se trataba de “liberar, no de ocupar” Irak. Ahora lo oyen vociferar que la guerra contra el terrorismo en Irak y en el mundo “no finalizará en poco tiempo”.
Un militar norteamericano de alta graduación que prefirió el anonimato ha señalado al periódico escocés Sunday Herald (6/7/03): “Nuestras fuerzas están desplegadas en muchos más lugares que antes, de Colombia a Corea del Sur y en puntos intermedios. Tiene que haber un límite y podríamos alcanzarlo en Irak si hacen falta más tropas sobre el terreno”. En efecto: unos 370.000 efectivos estadounidenses están repartidos por el mundo y esa cifra constituye el 37 por ciento del millón de jefes, oficiales, soldados y reservistas de las fuerzas armadas, un total que incluye a la guardia nacional. Como prueba Irak, la tecnología bélica más avanzada facilita rápidas victorias, pero es insuficiente para ocupar un país: la infantería sigue siendo clave. ¿Cómo hará entonces Bush hijo para concretar el imperio mundial con el que sueña? “No basta con desear, además hay que tener buenos riñones”, dejó escrito Diderot.