› Por Rodrigo Fresán
UNO Rodríguez sigue mirando la Luna. Una Luna transilvana y enrojecida al salir, como si le chupara lo último de sangre que le queda al sol de ese día que no hizo otra cosa que calentar y quemar a los descendientes de aquellos que alguna vez lo adoraron y temieron y ahora lo soportan y le huyen. Y sigue la ola de calor sahariano: el fantasma temperamental del desierto resecando la ciudad y Rodríguez ahí, en el balcón, sin estar del todo seguro de si valdrá la pena ser o no ser hombrelobo. Porque de acuerdo: instinto animal liberado y mostrar los colmillos ante, por ejemplo, las nuevas y brillantes recetas del FMI para la salvación de España y la perdición de los españoles. Pero con esa furia lunática viene todo ese pelo que da tanto pero tanto calor.
DOS Y los monstruos –y el sueño de lo irracional, producto de la sensación térmica– pasan; pero la Luna que los inspira permanece. La misma Luna de siempre a los que tantos le adjudicaron tanto. Orlando y Radio Futura y George Bailey y R.E.M. y Jules Verne y Pink Floyd y el Barón de Müncchausen y The Waterboys y Stanley Kubrick y Nick Drake y Cyrano y The Police y George Méliés y Nilsson y Robert A. Heinlein y Van Morrison y H. G. Wells, Ludwig van Beethoven y Tintín y Cat Stevens y Neil Armstrong y Paul Simon y Holly Golightly y... Rodríguez piensa primero en los lunares de su lejana y argentina prima Mirta Rodríguez y después, enseguida, en que no va a dormir bien. Luna llena, nativo de Cáncer, y todo eso. Y, por fin, la confirmación científica –desde un Centro de Cronobiología en Basilea– a milenios de superstición: se duerme peor y con menos profundidad y densidad de cerebrales ondas delta cuando el satélite está en toda su plenitud. Se tarda cinco minutos más en cerrar los ojos y unos veinte minutos menos en abrirlos a la mañana siguiente. Rodríguez saca cuenta y consulta almanaques y se dice que Mariano Rajoy –en su esperada y demorada comparecencia en el Senado, con el Congreso en obras y los poco sutiles diputados arrastrando maletas para salir corriendo de allí rumbo a playas una vez terminada la función, la inflamable mañana del 1° de agosto– no tiene nada que temer: llegará con sus anotaciones a consultar constantemente y sus tics en el ojo y su entrecejo fruncido en plena fase menguante. De la Luna. La suya es, también, menguante. Una de esas fases políticas que, parece, según las estadísticas, ya no admiten creciente posible y que se encaminan al eclipse total sin retorno. Cada vez se habla más de una posible sucesión de su escudera Soraya “Despeinada” Sáenz de Santamaría, cuyo principal mérito parece pasar por haberle caído bien a Angela Merkel y ser una de las pocas intérpretes principales del Partido Popular que no aparecen en los papeles de Bárcenas. El resto del reparto va siendo llamado a declarar. “Como testigos y no como imputados”, aclaran ellos sin profundizar en que un imputado puede mentir, mientras que un testigo no. Una de las próximas en dar testimonio, a mediados de un agosto que se pronostica tórrido en más de un sentido, será el otro ángel de Mariano: María Dolores “Dominatrix con Mantilla” Cospedal. Quien se ha ganado su lugar en la historia cuando, varias lunas atrás, intentó explicar por qué Bárcenas seguía a sueldo del partido, pero no, aunque tal vez, o sea. Hace unos días, vuelta a ser señalada por Bárcenas, Cospedal declaró y lo negó tres veces: “Es mentira, es mentira y es mentira”.
TRES Lo que es verdad, es verdad, y es verdad es que la tragedia del tren de alta velocidad –que finalmente no era de alta velocidad– en Santiago de Compostela sirvió, a muchos, de respiro. La Familia Real (sin Cristina, quien parte con hijos a vivir en Ginebra y deja al demoniete de Urdangarín a solas para que arregle desarreglos varios que incluyen e-mails de una sexualidad infrainfantil más vergonzante que escandalosa) dejó de ser abucheada por un rato al concurrir al funeral de las víctimas, recuperando así su añejo y funcional perfil de comparsa deluxe a la hora de lágrimas y risas españolas. Y los políticos degradados y corruptos pasaron a un segundo plano mientras tertulias y noticieros y periódicos se esmeraban en animaciones y diagramas de curvas y especificaciones técnicas y cajas negras y en entrevistar hasta al último testigo o sobreviviente o especialista en cuestiones ferroviarias o amigo del maquinista. Al final de cada día y a lo largo de una semana, alunado, Rodríguez se sentía un especialista en rieles y locomotoras sin entender muy bien por qué y para qué. Tampoco comprendía muy bien por qué esa compulsiva y constante fruición en compaginar una y otra vez –con músicas tristes y arpas y flautas y gaitas gallegas– incesantes videoclips donde hierros retorcidos y gritos y lágrimas se repetían como en un doloroso loop. Por su parte, las empresas responsables de trazados y vehículos así como la ministra de Fomento demostraron que están a tono con la poética y estética de los tiempos que Rajoy administra: no hay ningún apuro a la hora de comunicados o conferencias de prensa, para qué dar explicaciones cuando es tanto mejor esperar a que bajen la velocidad y el vértigo.
De una cosa sí estaba seguro Rodríguez (además de que desde la llegada de la telefonía móvil y sus derivados a nuestras vidas el mundo es un lugar más distractor e inseguro y qué mejor estábamos cuando sólo se miraba a la Luna) y es de que el maquinista del tren probablemente sea, en los últimos tiempos, una de las pocas figuras desgraciadamente públicas que ha tenido coraje para pedir perdón y asumir culpa.
No fue eso lo que mostró o demostró Rajoy en el Senado, piensa y suda Rodríguez. Apenas un pequeño paso para un hombre. Undostres, un pasito pa’lante, Mariano, y undostres, un pasito pa’trás. Abierta la caja negra de su accidente en tránsito, Rajoy arrancó pidiendo un minuto de silencio por las víctimas en el tren a Santiago. Rajoy, por fin, luego de meses de eufemismos y circunloquios, dijo “Bárcenas” (lo que produjo un murmullo admirado de los suyos y risitas de los ajenos), y lo dijo quince veces más, como quien finalmente se anima a algo. Rajoy –de lo más regio y borbón, como atormentado por el elefantiásico y entre rejas ex tesorero de su Botsuana propia y privada– sentenció un “Me equivoqué” (aplaudido por su bancada mayoría y absoluta, y lo pronunció con un tono demasiado parecido al de aquel suyo “Es falso”, un tono muy alejado del de un “Disculpas”). Y añadió, despechado, un pimpinelesco “Me engañó”. Rajoy insistió en leer un “fin de la cita” entre paréntesis varias veces y que no estaba ahí para ser leído pero... Rajoy concluyó con un ni me voy ni van a hacer que me vaya. Y –al frente de su máquina de baja velocidad, experto en el manejo de los tiempos políticos, juran– Rajoy y el resto de las agrupaciones políticas siguieron y seguirán, sin prisa pero sin pausa ni freno, descarrilando bajo una luna roja y ardiente de agosto.
CUATRO Comienza, otra vez, la sofocante temporada de los incendios incontrolables.
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