› Por Rodrigo Fresán
UNO Cuando pensaba que ya había perdido toda esperanza, cuando –apolítico, vacía la urna de su fe– estaba seguro de que ya no creía en ellos, días atrás Rodríguez se descubrió emocionado frente a su televisor. Allí, en vivo y en directo, en el bullicio tan dickensiano de la Cámara de los Comunes, miembros de su propio y conservador partido le bajaban el pulgar a David Cameron. El primer ministro británico pretendía despachar en plan express y junto a EE.UU. una supuestamente rápida (como se suponía serían Vietnam e Irak) incursión militar sobre Siria. Y resulta curioso, sí, que Obama, un Premio Nobel de la Paz, no se preocupe tanto por hacer el amor sino por que las guerras se hagan amorosamente, siguiendo el protocolo de las balas y no el de los gases. En cualquier caso, esa amarga sorpresa de Cameron enseguida fue dulce sorpresa de Rodríguez, quien, por supuesto, no pudo evitar el inmediato y agrio sabor de pensar que aquí, en España, esas cosas no pasan. Y si pasan –si alguien del PP o del PSOE osa votar en contra de los suyos– es porque es un tránsfuga interesado, un traidor a la patria, o víctima de un ictus cerebral justo en el momento de presionar el botón de su bancada. Cerrar filas es el reflejo automático de la política española. Y cuando se cierran filas todo el tiempo, la gente –los votantes– acaba quedándose fuera de la partida que juegan, cada vez más solos y solo entre ellos, los partidos políticos españoles.
DOS De igual manera –en lo que hace a la variedad local de esa especie no en extinción pero que más de uno querría salir a cazar para reducir su potencia reproductora– nadie reconoce, nadie se disculpa, nadie admite y nadie dimite y descansa en paz, David Frost. Mientras que en Alemania un ministro sale eyectado por haber plagiado tesis en sus días de universitario, en España se puede seguir sin problemas, bien atornillado, aunque se robe en privado y se mienta en público o –tal vez lo más grave de todo– no se haga el trabajo para el que fue elegido. Mariano Rajoy (quien apoya lo de Siria pero que no se note) ha hecho de la postergación y la cámara lentísima un arte y estrategia. No dejes para mañana lo que puedas hacer dentro de unos meses o vaya uno a saber cuándo. Para Rajoy, perder tiempo es ganar tiempo y lo suyo es filtrar (nunca directamente) la inminencia de una posible acción para generar cierta expectativa de cambio y luego aparecer diciendo que de eso nada. Tal fue el caso de la “mini crisis” de gobierno en la que cambiaría a varios ministros quemados por otros a por quemar. Pues parece que no, que quién dijo eso, si yo estoy contentísimo con mi cuadrilla. Y a otra cosa. Y una semana más y una semana menos. El que las últimas encuestas reflejen que sólo uno de cada tres ciudadanos que lo eligieron a Rajoy en el 2011 volvería a votar por él en los próximos comicios no importa. Eso queda lejos. Falta mucho. Lo único que vale ahora es la macroeconomía. Y que la gente se olvide rápido del sueño olímpico despertado en olímpica pesadilla y que no piense mucho en que los políticos tuvieron la culpa de eso (o que piensen en que la culpa es nada más que de Ana Botella, que no es política pero sí alcaldesa de Madrid y señora de Aznar) y, perdidos y derrotados, alguien de la delegación en la tormentosa Buenos Aires susurró: “Esto es un juego político de alto nivel que no sabemos jugar. Y ya sabemos que la política española no está en su mejor momento”. ¿La Crisis? Echar campanas al vuelo con un “hemos tocado fondo”, pero sin aclarar cuánto tiempo pasaremos allí, bien abajo, mal hundidos. ¿Caso Bárcenas? “Todo lo que teníamos que decir lo hemos dicho ya”, dictaminó Rajoy en la primera ejecutiva del PP, abriendo el curso. Es decir: nada.
TRES “¿Ha leído usted Mein Kampf? Es el libro más honesto jamás escrito por un político”, preguntó el poeta W. H. Auden. ¿Quién fue el que dijo que “la política es el arte de ayudarse a uno mismo en el nombre del pueblo”? Rodríguez no se acuerda. Pero no se puede olvidar, con una sonrisa, de la última y polémica campaña publicitaria de Aquarius. Los spots de Aquarius –responsabilidad de una agencia madrileña ya indie/freaky desde su nombre: Señora Rushmore– son más bien raros. Los mellizos Bebe y Nene Fagliacce-Stein –dueños de Tangoz, agencia publicitaria para la que trabaja Rodríguez– odian ese tipo de chistes salvo cuando aparecen argentinos como ellos.
La campaña de Aquarius pide que “recuperemos la fe en los políticos extraordinarios”. La entrega del asunto que más divierte a Rodríguez es aquella en la que una chica presenta en un almuerzo a su novio. Verla y reírla aquí: http: //www.youtube.com/watch?v=wrLqoXsc_Rc Y, sí, por supuesto, el muchacho es completa y total y absolutamente impresentable.
CUATRO No así Miguel Angel Revilla, quien –por estos días y tertulias televisivas y numerosos pregones de pueblo por los que se pasea besando bebés y jubiladas– ostenta el título de “político español más valorado”. El hombre –secretario general del Partido Regionalista de Cantabria y autor de un bestseller de autoayuda ciudadana– es como uno de esos abuelos más o menos simpáticos y menos o más pesados. El sabio de la tribu que conecta muy bien a la hora de describir la catástrofe con palabras sencillas pero que, por supuesto, carece de las complejas soluciones para poner la casa en orden y todo eso. Así que aquí viene y allá va, de lo más contento y campante, suplantando al caído en desgracia Juan Carlos I en el podio de Gran Campechano Español.
Y Rodríguez sí se acuerda de que fue John Fitzgerald Kennedy quien dio en el blanco cuando afirmó que “toda madre quiere que su hijo llegue a presidente cuando sea grande; pero ninguna madre desea que, por el camino a la Casa Blanca, su hijo se vea obligado a convertirse en político”. Francisco Franco –quien murió en el poder, y tal vez de esos cuarenta años se forma y deforma en el ADN español el cromosoma de aguantar lo que toque– solía aconsejar: “Haga como yo, no se meta en política”.
Ahora, son las horas preliminares a la Diada catalana y todo pasa por si el president Artur Mas participará o no de la “cadena humana soberanista”. Ajá. Corrupciones y afines, también, dejémoslos para más adelante. Días atrás El País se preguntaba “¿por qué no se hunde España?”. La respuesta parecía ser por el buen desempeño de instituciones y cuerpos y organismos como la comunidad científica, las ONG, los abogados, las pequeñas y medianas empresas. En la consulta, los políticos, en lo más bajo y profundo, conseguían apenas el seis por ciento de aprobación. Por esas mismas fechas, en su blog del mismo diario, el periodista de opinión Iñaki Gabilondo –escucharlo aquí: http://blogs.elpais.com/lavozdeina ki/2013/09/porquereprochamosloquetoleramos.html– respondía a la pregunta “¿por qué reprochamos lo que toleramos?” Y, sí, lo que se tolera es a los políticos, los políticos cada vez más ordinarios, soporta Rodríguez. Aquellos políticos a los que no hace falta recuperar porque siempre estarán allí y –con sus medallas de lata y extraordinarios y radiactivos– sobrevivirán a todo.
Incluso a las cucarachas.
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