CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
In memoriam Edgar Allan Poe
La pasada medianoche, cuando en tristes reflexiones,
tras un largo y pobre informe de estadísticas y goles
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar:
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
“Es –me dije– una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo y nada más”.
¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el fin del campeonato
y, en pantalla, mil imágenes horribles repetía el aparato.
Cuán ansioso el día esperaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerte de la Fiesta,
la radiante, la sin par
ceremonia dominguera olvidada y ya sin nombre:
Aquel fútbol... ¡nunca más!
Y el festejo triste, incierto, de chantas y caraduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar.
“Es, sin duda, un caminante –repetía, por convencerme–
que a mi casa quiere entrar:
un tardío visitante a las puertas de mi embole...
Eso es todo, y nada más.”
Paso a paso, ciertas ganas
fue mi espíritu cobrando:
“Caballero –dije– o dama:
mil perdones te requiero;
pero el caso es que dormía,
harto ya de la rudeza
y tan torpe ineficacia...
Y con tal delicadeza
y tan tímida constancia
me llamaste despacito
que no oí” –dije– y las puertas
abrí al toque de mi pieza:
¡sólo sombras, nada más!
A mi asiento ante la tele con el alma conmovida
retorné. Pero oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia.
“Es seguro –dije– que algo, se ha posado en mi ventana.
Pues, veamos de encontrar
la razón de este barullo que perturba mi trasnoche,
y el enigma averiguar.
Corazón, pará un poquito y aclaremos el misterio...
Es el viento, y nada más.”
La ventana abrí, y con rítmico aleteo y gesto ufano
entró un cuervo majestuoso de la barriada de Almagro.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de angustia,
con aspecto señorial,
fue a posarse sobre un busto de Riquelme que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el bronce que del Fútbol la figura representa,
fue a posarse... Y nada más.
Trocó el negro pajarraco en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza,
y le dije: “Aunque calvo, me parece
no eres ave desgraciada sino alegre en tu graznar,
viejo, infausto cuervo obscuro, vagabundo en la tiniebla...
Dime: ¿Cuál tu nombre es? ¿Cuál tu apodo,
en el reino grondoniano de la noche y de la niebla?”.
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”.
Asombrado quedé oyendo, así hablar al pajarraco,
si bien su árida respuesta no expresaba mucho o poco;
mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la efigie de Román,
sólo dijo esas palabras, cual si su alma fuese a ellas
vinculada: ni una pluma sacudía, ni un acento se le oía pronunciar...
Dije entonces, para mí: “Otros antes se han marchado,
con la aurora al despuntar,
y él también se irá volando, como mis sueños volaron”.
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”.
“Eh, profeta –dije– o duende,
mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo, ya te envíe
la tormenta a este hogar
por los males devastado,
dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamás a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?”
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”.
“Oh, profeta –dije– o diablo. Por ese ancho y negro cielo
que nos cubre y nos cobija, por el mismo Dios del Cielo
que se ha puesto de tu lado, dile a esta alma dolorida,
presa infausta del pesar,
si jamás (o en otra vida), la Pelota, mi señora,
otra vez veré rodar,
en los pies de los que saben y la aman...
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”.
Que esa voz, oh cuervo, sea
la señal de la partida...
Grité alzándome: “¡Retorna,
vuelve a tu hórrida guarida,
y en memoria, ni una negra pluma dejes.
Y no toques a Román. ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! De mi umbral tu forma aleja...”
Dijo el cuervo: “Ese fútbol que soñaste
ya no existe ni en tu Boca decadente, ni en aquellos Carasucias
hoy lavados, ni en ningún Independiente ni Huracán
desmemoriado, ni Gallinas Legorn quedan, de esa raza
degradada. Ese fútbol ya no existe ni en teoría...
Olvidate lo que viste: lo soñaste...
¡Nunca más!”
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