Martes, 4 de febrero de 2014 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO De ser cierto aquel nunca del todo verificado concepto de que una imagen dice más que mil palabras, entonces seguro que una imagen también puede tartamudear apenas ciento cuarenta caracteres. Y que ésa es la imagen que define, con las letras contadas, a los estúpidos tiempos de hiperconectada soledad en que vivimos y nos enredamos.
Ahora mismo y sin ir más lejos, Rodríguez busca y encuentra sin demora ni problema la imagen de una tal Jen Selter: una mujer a un culo pegada. Y, sí, la suya es una imagen que sintetiza y potencia a la perfección la idea de que se puede pensar con el culo y de que ese culo puede hacer pensar en culos a demasiada gente.
DOS Rodríguez se entera de la existencia del culo de la neoyorquina y veinteañera Jen Selter por una breve nota de tipo social/de color en El País. Y allá va y ahí está y Google Imágenes y... ¿puede haber algo más idiota que una joven fotografiándose a sí misma con su teléfono frente a un espejo doble y parando el culo para que todo se detenga a su paso? La respuesta es: seguro que sí. Porque a la astuta (la astucia de estar en perfecta sincronía con tiempos tontos) Jen Selter la cosa le ha salido más que bien gracias al ininterrumpido cuelgue de sus selfies/belfies oraculares y retaguardistas. Fotos que van desde el porno soft a las posiciones más absurdas y a los ángulos más demenciales. Y ahora, Jen Selter se encuentra a la vanguardia del comercio gluteal y el voyeurismo pixelado. Su culo es el más shared y el más I Like y el más visitado y seguido por las curvas de Instagram, Facebook y Twitter. Un culo atípico, aseguran los que saben, y que parece desafiar, por ahora, a la ley de gravedad con su formato esférico y ascendente. Dos millones de personas y sumando –Rodríguez y Rihanna incluidos– le han mirado el culo a Jen Selter. Y ella está más que contenta mientras aclara que lo único que se operó fue la nariz. Se ha mudado a un coqueto piso del Upper East Side, ha firmado pulposos contratos con empresas de agua mineral y de productos nutricionistas. Lo próximo, lo inminente, es una línea de ropa deportiva y el sueño realizado del gimnasio propio y, luego, la fama como personal trainer de estrellas y del universo y más allá, hasta que todo lo que sube, inevitablemente, baje, mientras, en algún lado, Andy Warhol sonríe un tímidamente soberbio: “No digan que no se los dije”.
TRES “¡Qué culo!”, exclaman a dúo/coro los mellizos Bebe y Nene Fagliacce–Stein, argentinos y dueños, en Barcelona, de la agencia de publicidad Tangoz, donde explotan a Rodríguez, al que consideran “sus manos derecha e izquierda, ja ja ja”. El Bebe y el Nene no dejan de mirar el culo de Jen Selter y caen en algo que a Rodríguez le produce una cierta inquietud. Una especie de éxtasis epifánico y anal que se traduce en el recitado –con cadencia de mantras– de nombres de mujeres que Rodríguez desconoce. “Adriana Brodsky... Patricia Sarán... Raquel Mancini... Florencia Canale...”, ululan rítmicamente, como en trance, los Fagliacce–Stein, mientras Rodríguez los contempla sin saber muy bien qué hacer. Enseguida, el Nene y el Bebe le cuentan que ésos “no son nombres de mujeres: son nombres de culos de mujeres”. Y que esos culos marcaron a fuego su juventud, en los años ’80, cuando, le informan, “tener culo” equivalía a tener la mejor de las suertes posibles y que “te toquen el culo”, la peor. Y que esos culos, por supuesto, “estaban mucho mejores que el culo de esta Jen”, quien, ahora, en un video de YouTube, hace contorsiones sonrientes y para cola y tráfico en Times Square frente a una pandilla de afroamericanos de aspecto más bien peligroso y canibalístico que se la comen y la mastican con los ojos.
Y enseguida –el horror, el horror– los mellizos Fagliacce-Stein tienen una idea. Una gran idea. Una idea “más grande que el culo asegurado de Jennifer López”, le aseguran. Y es la de “juntar, hoy, a todos esos culos nuestros y patrios” para filmar el spot de ese nuevo método dance–gimnástico y argentino cuya cuenta les acaba de caer. Algo llamado Zamba y que –creado por un porteño de alias Iron Martin– aspira a destronar al Zumba con una combinación de aerobics, boleadoras y un toque S&M de espuelas y riendas y rebenques ideal para mantener excitadas y jadeantes a las lectoras de Cincuenta sombras de Grey. Miley “Twerking” Cyrus ya tuiteó que lo practica sacando la lengua. “Todos esos culos argentos y cougar... ¡Va a ser como si se juntaran Los Beatles! ¡Los Buttles!”, ríen desorbitados los Fagliacce-Stein. Y así los deja Rodríguez, aullando a la luna de sus pequeñas pantallas junto a todos aquellos que se preocupan cada vez más por la high definition a través de sus aparatitos que por la alta definición de la realidad que los rodea. Y lo que rodea a Rodríguez a Rodríguez no le gusta. Empezando por su trabajo. Rodríguez va de culo con su trabajo; y, en su casa, a Rodríguez le va como el culo.
CUATRO De regreso al pisito cada vez más diminutivo, Rodríguez encuentra a mujer, hija e hijo como hipnotizados frente al televisor, donde están pasando el más descaderado que descarado nuevo videoclip de Shakira (con, de nuevo, Rihanna como camarada, como compañera de cama), y ahí están la rubia teñida y la artificial morena golpeando sus culos contra paredes como si en ellos les fuese la vida, la buena vida. Rodríguez espera su turno en la tele y ve que van a pasar Lost in Translation y le dan ganas de volver a verla, de volver a ver a Bill Murray; pero ahí está, en los títulos, el culo de Scarlett Johansson (otra que se sacaba selfies anales frente a espejos) y decide que suficiente por hoy, por ahora. Porque el trasero de la actriz le devuelve, proustiano, aquel otro de su lejanísima prima argentina, Mirta Rodríguez, en jeans ajustados, aquella a la que conoció hace tantos años en un viaje adolescente a Buenos Culos y a la que no volvió a ver nunca, pero a la que no deja de ver dentro de su mente. Allí, en el iPad de su memoria, donde otros tienen elevado a los altares al derrière de Jen Selter, Rodríguez sólo tiene espacio y lugar para la parte de atrás de Mirta. ¿Qué será de ella, de Mirta? ¿Irá a visitarla si sale lo del Zamba y hay que filmar en la Argentina?, se pregunta.
Así se duerme, y esa noche sus sueños son una sucesión de extremidades extremas. Una especie de bizarro documental del Histery Channel donde se cuenta y se da cuenta del culo femenino como señal/atracción ratonera y primitiva para propiciar la propagación de la especie, se diagnostica la pygophilia o sexualización de los culos, se enseña a dar juguetones azotes victorianos, se escuchan de fondo canciones oculares de Queen y Spinal Tap y de rappers surtidos, y se acaba anticipando a una app para homúnculos con pulgares siempre erectos que les permitirá, por fin, tocar culos a distancia y con el pulgar sobre un teclado.
Por la mañana, con el café, Rodríguez se siente como el culo y lee que un estudio de Princeton asegura que, en los próximos tres años, Facebook perderá al 80 por ciento de sus zombiusuarios. Lo que Rodríguez entiende como buena noticia y retorno a un mundo en vivo y en directo, donde los ojos volverán a mirar culos –nunca mejor dicho– en carne y hueso.
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