› Por José Pablo Feinmann
Roque es un buen muchacho de barrio. Acaso un poco previsible. Trabaja en una pizzería que puso con su hermano, otro como él, de barrio, previsible también, los dos son previsibles y es previsible que sean buenos hermanos. Tan buenos como buenos socios, así son. El muchacho de barrio cree en el valor de las cosas simples. El llegó a un mundo que lo recibió con los brazos abiertos: el del barrio. Cada vez quedan menos o se transforman en territorios aprisionados por las grandes torres y los comercios coquetos, de ropa fina y los restaurantes caros con nombres exóticos: Irish Fog, Manhattan Sweet, Mistery Soho, For Your Eyes Only. Pero Roque respira el aire puro de un espacio no contaminado (aún) por el avance de la técnica, los grandes negocios, la corrupción edilicia, las grandes torres, la locura y la estafa cruel de la moda, que cambia con cada estación, que se anuncia en las revistas, en los afiches callejeros, en los diarios, en la tele y dice: ¿viste ya la nueva línea verano de Armani?, ¿conocés ya la nueva fragancia Magic Noir?, ¿lavaste ya tu delicado rostro con jabón Je Suis Belle, hecho con aceite de tiburón de Malasia, agua de coco del Congo profundo y pétalos de rosa de la India donde abundan los cipreses? No, aún el barrio en que Roque pasa sus días pareciera estar al margen de los desbocamientos de la civilización informática. No es un vestigio del viejo pasado, pero sin duda es un lugar en que una pequeña pizzería como la suya consigue mantenerse en pie y tener un prestigio añoso, ya que Roque la heredó de su viejo, que la heredó del suyo.
Sin embargo, Roque no quiere permanecer ajeno a la hipermodernización del mundo en que vive. Se llamaba Roque la pizzería, nombre que le había estampado su viejo, que se llamaba así, como la pizzería, Roque, o la pizzería se llamaba Roque por el viejo. Pero el viejo de Roque se murió un día, de un modo también previsible, como un buen tano de barrio. Se comió tres fuentes de tallarines a la putanesca con una entera damajuana de vino tinto dulce, un alevoso carlón. No entraba en el ataúd cuando lo quisieron meter. La barriga era una obra de arte. Habría merecido ese erótico ensanchamiento de los cellos, el de un Casals, el de un Yo-Yo Ma o el de un Misha Maisky, que da más actual. Perecido su opulento padre, Roque Jr. se vio dueño de un patrimonio inesperado, con una responsabilidad para el agobio si no fuera por su temple de hierro: seguir adelante con el negocio paterno, llevarlo a buen fin, conservar su pulcra fama, la calidad de su mercadería privilegiada. Así, lo primero que hizo fue cambiarle el nombre. Ofrecer al público una señal unívoca de la nueva época que el negocio iniciaba. Le puso Roque’s.
El éxito de Roque’s siguió basado en el de Roque, pero asumiendo con lucidez que el pasado nunca pasa, persevera en la sed sofocada, indecisa, por qué no inconsciente, de los consumidores de hoy. Muchos, aunque no se animen a decirlo y menos a proclamarlo, sueñan con el retorno de ciertas cosas de ese viejo pero inolvidable pasado. ¡La pizza a la piedra fue la perdición, el fatal extravío de la auténtica pizza! Todos lo saben, nadie lo dice. El padre de Roque, antes de morir entre fideos y vino carlón, le dio un consejo de oro, de esos que Martín Fierro, en nuestro poema patrio, les da a sus hijos.
–Oíme bien, Roque. Te voy a hablar con la sabiduría que dan los años. La pizza, la verdadera pizza, se hace con masa gruesa, mucha muzzarella y mucho picante, como un chimichurri. Tiene que ser grasienta. Se tiene que pedir en el mostrador y hay que comerla de parado, sosteniéndola con papel. Un aceite caliente y algo rojizo te tiene que correr por el costado de la mano. Te lo lamés despacito. Las empanadas, nunca al horno. Fritas, Roque, bien fritas. Ya no quedan negocios que hagan ese servicio. Todavía los de Guerrín, los de El Cuartito, los de La Mezzeta, en avenida Forest y Alvarez Thomas, y la Burgio de Cabildo, que no sé si dura. Si seguís con ese producto, como hizo tu padre, nunca te van a faltar clientes. Además, no se trata solamente de guita, Roque. Aunque no lo creas, yo leí a don Antonio Gramsci. No me mirés con esa cara de bruto. No, no tenía pizzería. Pero tenía ideas. Y a las ideas, cuando se juntaban, les decía ideología. ¿Agarrás, pibe? Ideología. Grabate esto: la pizza de masa gruesa es una ideología. La de masa fina, otra. ¿Vos viste en lo que se está convirtiendo el mundo? Todo es flaco. Las minas son flacas. Los tipos son flacos. Si no lo son, se mueren por serlo. Todo es dietético. Nada tiene cuerpo, espesuridad. Todo es liguet.
–Creo que se dice lait, viejo.
–Es lo mismo. Lait, liguet, la misma mierda. Y eso me atrevería a decirte que empezó con la pizza. Acordate: primero te adelgazan la pizza, después te adelgazan a vos, después te tiran por el inodoro. El mundo que yo viví fue asesinado por la pizza a la piedra. La pizza de masa gruesa murió víctima del Imperio de la Flaquedad. La empanada frita por el Imperio del Hígado y también de la Flaquedad. Ahora, hijo mío, hasta le ponen pasto a la pizza.
-Albahaca, viejo.
-Albahaca, camarones, pulpitos, pepinos, tomates, lechuga, zanahoria, rúcula. Eso no es una pizza, pibe. Es una huerta con algunos bichitos de mar despistados. Vos seguí mi ideología: la única pizza verdadera es la de masa gruesa, muzzarella que se desborda, mucho aceite y punto. Cuando entrás a un lugar y te traen un menú con treinta y cuatro variedades de pizza, rajá. Es un antro de gente moderna. O sea, de putitas finas, de trolos de alta costura y de políticos afanancios.
–¿Qué?
–Afanancios. Chorros, pibe. ¿Vos nunca leíste Afanancio en el Rico Tipo? Lo dibujaba Mazzone. Qué tiempos, Roque. A una gorda le decían Pochita Morfoni. A un avivado, Avivato. A un falluto, Falluteli. A un preso que se fugaba, Piantadino. A un tano, Don Nicola. Imaginate. Se hablaba con la verdad. Con la verdad y hasta te diría: con poesía. Decime, ¿no es poético decirle Langostino a un navegante aventurero?
Al lector: Este sabroso texto –¿o no es sabrosa la pizza de masa gruesa con mucha muzzarella?– pertenece a la nouvelle: Grandeza y decadencia de Roque, el pizzero, que integra el libro Un diamante para el Don, cuentos y nouvelles, que publicará próximamente Planeta. JPF.
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