Mié 03.09.2003

CONTRATAPA

Dudas alrededor del Obelisco

› Por Eduardo Aliverti

Lo habitual: al cabo de una elección casi todas las miradas políticas y periodísticas se posan allí y ni qué hablar si, como en este caso, el final está abierto como nunca. Pero mientras se juega en ese bosque –y en otros donde ese juego influye– el resto de las cosas verdaderamente importantes, a mediano y largo plazo, pasan por otro lado.
No se trata de minimizar la trascendencia de los comicios en la Capital. Dan para cortar una tela apasionante y la derecha se juega la consolidación, o no, de quien podría emerger como una de las muy pocas figuras capaces de representar sus intereses en el escenario político. En ese orden, o la comunidad porteña volvió a dar muestras de sofisticación, extravagancia, inclusive histeria, o las encuestas volvieron a revelarse como muy dudosas. El 37 por ciento de votos por Mauricio Macri cierra casi perfecto con la suma de sufragios que la rata y Ricardo López Murphy conquistaron en el distrito en las presidenciales de abril, ¿pero cómo se hace para ensamblar ese acumulado con el entre 80 y 90 por ciento de popularidad que muestra Néstor Kirchner en todos los relevamientos? ¿Una muy significativa porción de los porteños apoya a Kirchner y vota a Macri? Es cierto que una parte se explica a través del crecimiento de Ibarra, que hasta hace pocos meses figuraba a placé detrás del presidente de Boca. Pero no alcanza ni por asomo para dar una respuesta convincente.
Parece necesario volver a la pregunta de si con la implosión de la rata explotaron también los valores culturales del menemismo. ¿Seguro que ya no hay retorno a la aceptación del capitalismo bandolero, a la tolerancia de la corrupción estructural, a las fantasías del país primermundista con más del 50 por ciento de pobres e indigentes? ¿Seguro que ya no tendrían consenso los empresarios que se enriquecieron a costa del Estado bobo? ¿Seguro que la sociedad aprendió del efecto de las privatizaciones? La diferencia a favor de Macri tiene algunas explicaciones obvias. Dobló y hasta triplicó a Ibarra en los barrios de sectores pudientes, como Pilar y Socorro, pero también ganó con comodidad en Villa Lugano y Cristo Obrero. La vieja historia de que los pobres votan a los ricos, aunque en la Argentina es tan reciente como los tiempos de la rata. ¿Y dónde fue que Ibarra pudo compensar en parte la diferencia? Flores, Caballito, Versalles, Almagro, Boedo. Clase media pura. Hecha bolsa, claro, pero algunos (muchos) creían que la más “concientizada”, desde los tiempos de la Alianza, acerca de los efectos devastadores de la fiesta que creyó eterna. La conformadora de la dichosa “ciudad de las asambleas”, los ahorristas “movilizados”, las cacerolas.
Falta para saber o, mejor, para confirmar. No votaron, sin ir más lejos, más de 800 mil electores. Aun descontando los mayores de 70 años, los enfermos y los viajeros, queda una cifra contundente de habitantes. Con los números de la primera vuelta en la mano, es probable que un buen porcentaje de ellos se dé cuenta de que no se jode con la probabilidad de derrumbar lo muy poquito que se reparó tras la fuga de la rata. Como también es probable que quienes optaron por proyectos personalistas, presuntamente ligados a la ética pública, adviertan que Ibarra y Macri podrán ser igual cosa en términos de satisfacción de las necesidades de las mayorías. ¿Pero son idénticos en cuanto a lo que simbolizan si es cuestión de enterrar, definitivamente, la tragedia liberal? Luis Zamora, por ejemplo, habilitó a su entorno para decir –off the record– que es una exageración afirmar que los contendientes del ballottage son lo mismo, pero en público sostiene lo contrario. ¿En qué quedamos?
Si se vuelve al comienzo, sin embargo, esta discusión no es más que sobre cuál puede ser la mejor herramienta para avanzar de a poco. Siempre que eso se entienda como lo que no en ningún caso. Convertirlo en lo que sí, traza la distancia entre tener una mirada expectante sobre algunos hechos positivos del oficialismo, nacional y porteño, y confiar a ciegas oa medias en que efectivamente ha llegado un nuevo tiempo. Esto último sólo se sabrá cuando esté definido el modelo de país y de economía; de lo cual, por el momento, no hay más noticias que los discursos y hasta algunas actitudes sospechosas. La semana pasada, sin ir más lejos, la Cámara de Diputados dio media sanción a dos leyes exigidas por el FMI: una otorga inmunidad al directorio del Banco Central y la otra amplía la capacidad de financiamiento del Tesoro nacional, a fin de que no haya trabas para pagar la deuda.
Como si fuera poco para terminar de entender que no hay ninguna última palabra, faltan los comicios bonaerenses y santafesinos. En los segundos pinta bien el intendente de Rosario, Hermes Binner, cuya sólida gestión asistencialista, imagen de honestidad y una postura a favor de las políticas estatales activas le valieron el apoyo kirchnerista, para despecho del aparato del peronismo. Al revés, en la provincia de Buenos Aires, a más de una fuerte intención de voto hacia fascistoides como Rico y Patti, nada indica que la victoria deje de pertenecerle a Felipe Solá: un ex funcionario de la rata que coquetea con la mano dura policial y que no se siente para nada a gusto con los gestos de la Casa Rosada.
Lo único seguro es que estos panoramas electorales plantean perspectivas de confrontación para Kirchner & Cía. Porque le surgirán fuerzas orgánicamente opuestas –bien que con sus matices y con diferente intensidad a medida que pase el tiempo– y sobre todo porque es en la sociedad donde, a pesar del terremoto provocado por la derecha, hay todavía una muy fuerte penetración de sus paradigmas. Se sigue creyendo mucho más de lo que se cree en los salvadores circunstanciales, en las fórmulas fáciles, en las imágenes impuestas o sostenidas por los medios. Solamente un fuerte liderazgo, con dirección y resolución concreta de los dramas mayoritarios, le servirá al Gobierno para no ser alcanzado por otro incendio. Aun cuando de fondo no esté en danza más utopía que la recomposición burguesa, la descomposición de la clase dirigente augura tensiones y conflictos donde quienes llevan las de ganar son los experimentados reaccionarios de siempre. Y también como siempre, el único antídoto que puede probarse es el respaldo popular.
Ese es el partido que no empezó a jugarse. Hasta que empiece, son todos preliminares. Y una vez que se ponga en marcha, no los recordará casi nadie. O sí: algunos para sentirse más potentes y otros para agarrarse la cabeza.

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