Martes, 1 de julio de 2014 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Desaparecida mundialmente La Roja dentro del agujero negro de su entropía, su ausencia deja un espacio libre demasiado grande en el inconsciente colectivo español. Algo que hay que llenar como sea y con lo que sea; y el duelo a larga distancia entre los casi locales Cristiano “Johnny Bravo” Ronaldo y Lionel “Forrest Gump” Messi no basta y mucho menos sobra. Hay que saciar tanto vacío existencial. Y para eso, afortunadamente, están los cada vez más ocurrentes Borbones, a los que hay que salvar a toda costa, parece. Al menos, eso insinúa la velocidad y urgencia con la que debe aprobarse el aforamiento express y todo terreno para uso y privilegio de los que tienen o tuvieron coronita. Y hasta hace días todas las fuerzas políticas (cantando loas juglarescas al monarca saliente, sin darse cuenta de que es lo peor que podían hacer, porque nadie les cree a los políticos por aquí) parecían unidas en embriagado consenso monárquico, pero ya no. Se publica que España es el país europeo con el mayor número de personas aforadas/protegidas. El PSOE se abstiene, la izquierda se niega y el PP aprueba con su menguante mayoría absoluta. Otra cosa será luego de las próximas elecciones, parece. Así que hay que apresurarse a atar cabos y recortar flecos y disimular grietas. Como ésa por la que cayó la selección española de fútbol, ya de regreso, saliendo por una puerta trasera del aeropuerto luego de que un relámpago jupiterino golpeara un ala del avión que los traía a casa. Vencidos por los otros y tan cansados de sí mismos y más guillotinados que afeitados y, ah, montañas de la conmemorativa Gillette Fusion Proglide Edición Selección Española (“Alma de acero, pasión por La Roja”) amontonándose en los pasillos. “Nos lo dieron todo, ahora nos necesitan más que nunca”, se emociona el locutor pidiendo piedad para la selección y, especialmente, para el patrocinador con ese producto de pronto sin filo. Pero algo le dice a Rodríguez que este verano muchos se van a dejar la barba.
DOS Así, por suerte, los Borbones. Los Borbones (Juan Carlos I y Felipe VI se dejan la barba y se la quitan siguiendo criterios misteriosos) dan para todo y para todos. La idea infantil de que Rey Nuevo, Vida Nueva. Así, el análisis milimétrico de la ceremonia de investidura. La comparación entre aquel discurso del padre y este discurso del hijo. Las fotos de cómo quedó la mano de Letizia I después de un besamanos de tres mil reverenciantes (entre ellos el autocentrifugante David Bisbal). La noticia de que Felipe VI (El Preparado, El Sereno, El Posiblemente Breve) retocó su escudo y cambió el cuadro de su despacho, quitando el del fundador del chiringuito Borbón-Parma para reemplazarlo por el del ilustrado y reformista Carlos III. La multiplicación de encuestas que resultan en una mayoría apoyando al nuevo soberano (que da “sensación de seguridad”) por encima de la idea de un referéndum o un jefe de Estado de republicana sangre roja. Todo bien; y los nuevos monarcas se iniciaron con un par de audiencias seguras y vistosas (víctimas del terrorismo, gays) para, enseguida, relámpago en el ala, aterrizar en la realidad de su entorno. Turbulencias, ajustarse los cinturones y el fajín de capitán general. El detalle de las detenciones a republicanos durante el desfile real (voceros del Ministerio de Interior justificaron la medida con un “se actuó del mismo modo en que se hubiese actuado de haber coincidido en un mismo sitio los ultras del Real Madrid y del Barça” o algo así). Visita a la “compleja” Catalunya. La reconfirmada imputación a la infanta Cristina. Sumarle a lo anterior el delirio acerca de si Letizia (a quien se reporta como “exultante” por su ascenso en el trabajo, cada vez más entregada a sus clases de zumba, y responsable de haber convertido a su marido “en asiduo espectador de cine y cercano al mundo de la literatura”) estuvo o no de incógnito en el reciente recital madrileño de los Rolling Stones y si insistirá en eso de ser reina con horario de oficina y fin de semana libre. Las teorías conspirativas en cuanto a que en el danbrowniano y todopoderoso Club Bilderberg fue donde se tomó la decisión de eyectar del trono a Juan Carlos I. Y –en lo que hace al juego no de tronos dinásticos pero sí de sillones democráticos– un PP peligrosamente genuflexo (dispuesto a lo que sea por agradar al soberano) y un PSOE de rodillas (con Rubalcaba en retirada y tropa agitada). Otros más primitivos y ancestrales –arrojando huesos y leyendo en las llamas– no dejan de señalar que a Felipe y a Letizia les llovió en su boda y que el día en que abdicó su padre/suegro tronó La Roja. Es mucho, es demasiado para un humilde y fiel siervo que se formó y se deformó en una Transición que no cesa, que es como el Fantasma de Navidades pasadas y presentes y futuras. Pero ya es julio, ese mes raro en el que el curso parece ya terminado y septiembre queda tan distante y por las suyas, como independentista.
TRES De ahí que en el reparto de responsabilidades e intereses (hija de Rodríguez y señora de Rodríguez se han concentrado en aspectos frívolos marca ¡Hola! o revolucionarios sigla Podemos), el hombre y el hombrecito de la casa opten por concentrarse en un pequeño gran Borbón. En el volátil Felipe Juan Froilán de Marichalar y Borbón (nacido en 1998), Excelentísimo Señor, Grande España y Caballero Divisero Hidoalgo del Ilustre Solar de Tejada, cuarto en la línea de sucesión al trono, hijo de la hija mayor del ex rey y sobrino complicado del flamante rey. Y a Froilán todos lo vieron, el día del pase de la posta. Mientras sus flamantes majestades saludaban en el balcón, en una ventana lateral, móvil en mano, allí estaba Froilán: la frente contra el vidrio, borbónica cara de aburrida desesperación y un aire mezcla de Patrick Bateman y Joffrey Baratheon. Rodríguez e hijo le tienen miedo a Froilán, sí; pero más asustadas deberían estar las nuevas infantitas, piensan. Froilán es conocido por dar sopapos a sus primos, por insultar a los paparazzi, por disparar al aire y dispararse al pie con arma de fuego y por no dar pie con bola en sus estudios, por enloquecer a servidumbre y guardaespaldas con sus desplantes y fugas, por ser un rugbier apasionado y un esquiador temerario, y por resultar un gran relaciones públicas en las sesiones light de una discoteca pija de Madrid. En resumen: un real problema real. Se dice que Froilán vive solo en un ático de 450 metros en las inmediaciones del parque del Retiro, en cuyos bancos pasa largas horas junto a su pandi. Se dicen tantas cosas... Y esa noche el hijo de Rodríguez se despierta llorando porque tuvo una pesadilla en la que Froilán lo perseguía con un Remington y lo quería morder como Suárez. Y Rodríguez no podía dormirse imaginando conjura shakesperiana entre Cristina y Froilán para tomar el poder.
Así que, de la mano, padre e hijo se fueron a la sala y encendieron el televisor y justo empezaba esa gran película de John Huston basada en un relato de Rudyard Kipling, con Sean Connery y Michael Caine, sobre los peligros de creerse invulnerable y real y regio. “Esta es muy buena”, le dice Rodríguez a su sucesor. Y juntos se quedan dormidos viéndola, sabiendo que ellos son hombres que nunca serán o serían reyes. Lo que no tendría por qué significar, automáticamente, ser súbditos, ¿no?
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