CONTRATAPA
Buena noticia triste
› Por Rodrigo Fresán
UNO El tipo que murió el viernes pasado es el mismo tipo que está en la portada de Time Magazine esta semana y será también el tipo que continuará hasta el fin de los tiempos caminando por la línea, fundiéndose en un anillo de fuego, contando la historia del pobre muchacho a quien el hijo de puta de su padre bautizó con el nombre de Sue o cantando que “le disparé a un hombre en Reno sólo para ver cómo se moría”.
El que Johnny Cash haya accedido a las primeras planas del planeta no es una buena noticia. Aunque tampoco es exactamente una mala noticia. Es, sí, una noticia triste pero mejor una noticia triste que todas esas noticias eufóricas en las que Arafat tira besitos, Sharon tira misiles, y Bush & Co. tiran a todo lo que se les ponga adelante.
Johnny Cash tenía 71 años, estaba muy enfermo de muchas cosas, su reciente viudez le había destrozado el corazón y cantó casi hasta el aliento del final. En una de las últimas canciones que grabó, junto con su hija, Rossane, se oye: “Me llevarán volando, como a un ángel / A un lugar donde pueda descansar / Cuando eso comience, te lo haré saber / Será por septiembre cuando ocurra”.
Y llegó septiembre. Y –Johnny Cash no solía equivocarse en sus afirmaciones– ocurrió lo que tenía que ocurrir. Y Johnny Cash va a ser el único con túnica negra ahí arriba, pateando serafines, preguntando cuándo llega la hora de los truenos y rayos entre tanta nube blanca y celestial. Siempre y cuando lo dejen entrar, claro.
DOS La voz imponente hasta en su último American Recordings –cuando la muerte ya empezaba a pasarle la guadaña al maíz de su granja– y vestido de negro desde que descubrió que “me quedaba bien” y que, además, lo dotaba de cierta mística flamígera de profeta bíblico pero con guitarra. Cuando se escucha a Johnny Cash nunca se está del todo seguro si predica para Dios o recluta para el Diablo. La Biblia de páginas ahuecadas apenas escondiendo la silueta de un Colt. Lo suyo siempre fue intercalar la canción de corazón roto con las estrofas protagonizadas por asesinos seriales y psycho-killers. No es casual que por estos días –a la hora de rendir tributo y presentar respeto– se abran paso a codazos los baladistas sensibles, los rockers más o menos curtidos, los modernos que se postraban a sus pies y los rappers más hiperviolentos que lo consideraban uno de ellos. Pensar en Johnny Cash como en una perfecta y balanceada mezcla de Carlos Gardel y Charly García. Y, sí, septiembre ha sido un mes duro. Primero Warren Zevon –otro songwriter oscuro y luminoso–, quien meses antes de morir declaró: “Me dicen que están haciendo apuestas acerca de quién va a morir antes: Zevon o Cash. Y, con mi mala suerte de costumbre, todo parece indicar que voy a ser primero, que voy a ganar por primera vez en mi vida la carrera que menos me interesa ganar, ja”. Cinco días después de la muerte de Zevon, Johnny Cash agarró carrera y se puso cuerpo a cuerpo y ahora están empatados.
TRES Había y sigue habiendo algo oscuro en Johnny Cash a la hora de destilarlo y beberlo. Por un lado no fue el típico country-singer o rocker o songwriter, pero se las arregló para apuntarse a todas las fiestas: salió de farra con Elvis, defendió a Bob Dylan, grabó con U2 y –en los cuatro indispensables discos que le produjo Rick Rubin– versionó a Nine Inch Nails, a los Beatles, a Will Oldham, a Simon y Garfunkel, a Beck, a Nick Cave, a Depeche Mode, a quien se le diera la gana, sabiendo que nada le era ajeno. Iguales modales mostró fuera de los estudios. Fue Jekyll y Hyde. Cristiano apasionado y predicador de las bondades del cordero que quita el pecado del mundo, pero no fanático; patriota confeso lejos de todo patrioterismo. Lo que no le impidió disfrutar de la condición de lobo feroz a la hora de la corrección política o corrección a secas: adicto “a 100 pastillas al día”, capaz de arrojar un tractor desde un acantilado para “ver cómo cae”, siempre dispuesto a derribar a hachazos una pared de cuarto de hotel “porque tenía ganas de hacerme una suite” y la anfetamínica bestia negra que destrozó a patadas todas las luces del escenario del histórico Grand Ole Opry de Nashville sin por eso interrumpir la canción que estaba escupiendo. Fue a la cárcel varias veces y salió de la cárcel otras tantas y volvió a la cárcel para registrar dos discos de antología repletos de canciones asesinas y de canciones asesinadas. Johnny Cash at Folsolm Prison (1968) y Johnny Cash at San Quentin (1969) son dos capítulos imprescindibles en la Gran Novela de la cultura pop norteamericana. Ahí está el tipo. Vestido de negro. Disparando estrofas desde dos tarimas en dos prisiones de máxima seguridad para la desesperada alegría de los que pasan durmiendo en cuchetas el resto de sus vidas o se disponen a sentarse en una silla eléctrica de la que ya no van a levantarse. Johnny Cash como el perfecto cómplice, el implacable autor intelectual, el hombre que –a no olvidarlo, nada es casual– fue uno de los mejores “asesinos invitados” en toda la historia de la serie Columbo.
CUATRO Vendió todo lo que se puede vender, ganó todos los premios que se pueden ganar y no hace mucho –se cuenta en Time– salió mal parado de una operación odontológica, problema que se fue a sumar a su cuerpo castigado por años de excesos, diabetes, problemas cardíacos, un mal diagnosticado Síndrome Shy-Drager (razón por la cual tragó demasiados medicamentos erróneos) que resultó ser Mal de Parkinson. El dentista le dijo que si se corregía la fractura correría el riesgo de perder su voz cantante; le dijo que la otra opción era hundirse en un colchón de calmantes que lo hundirían en una nueva adicción pastillera. La respuesta de Johnny Cash fue que elegía la tercera opción. La tercera opción era no hacer nada, vivir con el dolor.
En su última visita al programa de Larry King, a finales del año pasado, Johnny Cash explicó que “eso de lo que estoy enfermo no tiene cura”. Y agregó: “Tampoco es tan grave: la vida tampoco tiene cura”.
Johnny Cash –quien siempre vistió el más feliz de los lutos– tenía razón.
Y morirse de haber vivido tanto es una de esas noticias tristes, sí; pero es una de esas noticias tristes que no dejan de ser una buena noticia.