Lun 22.09.2003

CONTRATAPA

Discutir el futuro

› Por Juan Forn

No sé si seré yo, que vengo de toparme con un par de novelas recientes latinoamericanas que tratan sobre los ‘70 (más precisamente sobre cómo se derrumbaron los ‘60 en los ‘70), escritas ambas por autores que no habían nacido aún, o acababan de nacer, en esos años. Pero me da la impresión de que el tema se respira en el aire, y no sólo por el Efecto K (me refiero concretamente a lo que significa mirar desde esta época, que podríamos llamar post-12/01, a aquel período que cuestionó tanto aquello que se haría cada vez más hegemónico a partir de entonces).
Lo interesante de estos dos libros es que se trata de hijos de jóvenes de entonces metiéndose no sólo con la época icónica de sus padres, sino con la última época que le hizo frente a aquello que hoy es hegemónico. Si apelan a la ficción para hacerlo es porque no sólo quieren mirar esa época desde acá y reflexionar sobre ella, sino también intervenir en ella (porque hacer ficción es inventar personajes; es decir, “ser” esos personajes; y en este caso particular, “ser” joven en ese caldero bullente que fueron los ‘60 y los ‘70). El problema de ambos libros es que sus autores no consiguen en sus libros “ser” jóvenes como lo fueron sus padres, porque no saben o no pueden excluir de esa personificación aquello en lo que se fueron convirtiendo después sus padres. Y, por eso, no consiguen nunca estar genuinamente en aquella época: porque son incapaces de no saber lo que iba a ocurrir después (condición indispensable para que funcione cabalmente un libro ambientado en época pasada).
Uno sabe cómo fue esa época. Uno lo sabe porque lo ha podido sentir en el material de no ficción sobre los ‘60 y los ‘70 (documentales y libros por igual) y porque algo de la temperatura de la época conserva en su memoria, por el mero hecho de haber existido en esa época, a pesar de la edad que tuviera. Para estos pibes, en cambio, está más lejos: tienen que reconstruirla tal como si hubieran elegido la Segunda Guerra, digamos. Pero el asunto no es ése. Ya lo harán mejor, ellos (así es la literatura: una apuesta de vida, en la cual se trata de acercar más el bochín de libro en libro). El asunto es otro que se desprende de éste. El asunto es que los adultos de este país, hoy, están compuestos mayoritariamente por tres generaciones: los padres de los jóvenes del ‘70, los que fueron jóvenes en los ‘70 y los hijos de aquellos que fueron jóvenes en los ‘70. Y quizás ha llegado recién ahora el demorado momento de entender qué fueron los ‘70 (los ‘60 y su descalabro en los ‘70). No sólo porque ahora pueden opinar todos, incluso los hijos de los que fueron jóvenes en los ‘70 (bienvenidos sean), sino porque hoy, estos tiempos (para nosotros post-12/01, más que post-9/11) han hecho indiscutible, y evidente de un modo aciago, que aquello que triunfó con ese fracaso de los ‘60 en los ‘70 era equivocado. En el sentido más profundo de la palabra: equivocado para la humanidad. Por la sencilla razón de que el mundo se está yendo propiamente al carajo de la mano del liberalismo, y no hay ninguna señal que indique que el capitalismo tiene algún as en la manga que le permita corregir la desigualdad (no meramente frenarla sino corregirla; es decir, disminuirla).
De manera que hay que revisar todo aquello que se le opuso, desde Marx hasta los ‘70, porque en algún lado por ahí debe haber por fuerza algo más cierto que en el lado de acá, el lado donde hemos vivido todos estos años desde los ‘70 (y donde cada promesa de capitalismo humanista, socialdemocracia, tercera vía o poscapitalismo, han demostrado en la práctica ser más liberalismo que otra cosa, porque han sido de una u otra manera accesorios a la escalada de la desigualdad). En ese sentido, por primera vez desde el ‘83, discutir los ‘60 y los ‘70 puede ser discutir el futuro, más que discutir el pasado (lo que cambia diametralmente la discusión que se ha dado hasta ahora sobre aquel período). Quizá lo que se debe discutir al discutir los ‘70 y los ‘60 es cuánto de lo que consiguió esa época (no tanto lo que pretendió sino lo que consiguió, no tanto laépica como la época) puede servirnos para exigir, construir y por fin merecer el mundo en el que aspiramos a vivir: ese mundo mejor que éste.

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