Lun 29.09.2003

CONTRATAPA

El viejito japonés

› Por Eduardo Aliverti

¿“Acreedores”, debió titularse esta columna? ¿O “deudores”? ¿O de ambas formas a la vez? ¿O da lo mismo? ¿O en realidad no se trata de los quiénes sino del qué?
Las dos grandes noticias de los últimos días tienen que ver, en efecto, con centenares de miles y hasta con varios millones de acreedores. Y sólo con dos grandes deudores: el Estado argentino, en primer lugar; y las AFJP, que en simultáneo son acreedoras. Ambos puntos ya fueron difundidos y detallados hasta el cansancio y si hay algo que no falta son explicaciones técnicas. Número más o número menos, por muy tremendos que sean, no cambia lo central del asunto y además no es nada bueno enroscarse con las cuentas, porque se cae casi seguro en esa trampa que fascina a los economistas. Hablar en difícil y atosigar con las cifras para que el debate y las conclusiones queden circunscriptos a ellos. Ya ocurre algo de eso, siendo que el intríngulis es tremendo pero también sencillo. Una cantidad impresionante de poseedores de bonos argentinos, muchos de ellos tenedores individuales de Europa y Japón (y descriptos por los cínicos sentimentaloides del sistema como “los pobres viejitos italianos y españoles y de todas partes que ven esfumar los ahorros de toda su vida”) recibió del gobierno argentino la confirmación de que van a cobrar alguna jornada invisible dentro de varios años. Y en Argentina, más de 9 millones de afiliados al sistema privado de jubilación (aunque sólo 3 millones aportan) acaban de corroborar otra posibilidad patética: que los bonos defaulteados de las AFJP les supongan una merma enorme en los de por sí magros fondos que tienen acumulados con sus aportes. Si el planteo del tema se termina ahí, como sucede en la inmensa mayoría de los criterios periodísticos circulantes, hay un perro que todo el tiempo se muerde su propia cola porque es obvio que, formalmente, todos tienen razón. Los adultos y ancianos presentes y futuros, de aquí y de allá, muestran los papeles donde se dice que tienen que cobrar en el tiempo y forma acordados; las AFJP muestran los suyos y dicen lo mismo, y el Gobierno acepta todo lo que dicen pero arguye, con razonamiento en principio igual de potente, que por culpas ajenas el país estalló en pedazos y que no tiene de dónde sacar la plata, so pena de incrementar la recesión y la miseria. Ergo, el problema se queda paralítico.
Caben algunas aclaraciones. Por empezar, la tierna figura del viejito japonés o del ama de casa francesa, que ahora cobrarían con una bruta quita el Día del Arquero Manco, es apenas una parte de la cuestión que, en verdad, oculta adrede, o por vagancia intelectual, la certeza complementaria. Y es que además de los dichosos viejitos o de las comadres teutonas, los acreedores privados son bancos de inversión y fondos de jubilación y pensión, muchos de dudosísimo origen, concentrados en Estados Unidos y compradores de la deuda pública argentina durante, sobre todo, la década de la rata. En segundo término, y para empezar a ver que las cosas tampoco son en su totalidad como las pinta el Gobierno, la quita de capital es parte de un menú de opciones que incluyen conservar todo el capital y sólo sufrir un recorte o un alargamiento en los plazos del interés. Dicho de otra forma, no existe la rebaja de la deuda sin más ni más. Argentina podrá seguir debiendo prácticamente lo mismo, o menos pero en un tiempo más largo, o igual de menos pero con un período de gracia, o con menor capital pero a pagar más rápido. Como sea, paga siempre. Y por último, aunque el Gobierno hable de equidad, es incontrastable que los futuros jubilados argentinos pueden sufrir una bruta pérdida de sus privatizados aportes mientras que el Fondo Monetario cobra sus préstamos en dólares, de manera total y con sus intereses sin descuentos. Conclusión: cuidado con apresurarse a opinar de acuerdo con la cáscara que muestran los contendientes en los titulares noticiosos y los análisisrápidos, porque más vale que éste es un juego donde el más lento le pone una media a una libre corriendo.
No todos son culpables en la misma medida, pero no hay ninguno de los sectores involucrados que carezca de responsabilidad. En todo caso, hay la culpa y hay lo doloso. O si se prefiere, ninguno es completamente inocente más allá de las apreciaciones leguleyas. El presunto jeroglífico de qué se paga, cómo y a quién, exige, primero, una revisión ideológica y política de los perjudicados. Un sayo que les cabe a quienes en el primer mundo no midieron las consecuencias de la fiesta a la que se plegaron, pero igualmente a aquellos que en este trasero del universo compraron el buzón de la jubilación privada como tantos otros de la fantasía menemista. Eramos tan felices, podría cantar el coro de especuladores y giles que operaron o creyeron en los cantos de sirena de un capitalismo sin riesgos, rapaz, efectista, alucinatorio. El gobierno argentino, mientras tanto, se agarra de un tango. “La cuestión es ser un seco y que te llamen señor...”, como bien trabajó Kirchner en ese medular y conmovedor discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas; capaz, encima, de incluir frases que llaman al aplauso de pie, como esa de que somos los hijos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Por fin alguien que llama a las cosas por su nombre. Pero a la par de emocionarse y de avalar, incluso, todas sus palabras, atendamos que la deuda sigue siendo la deuda, que algunos son acreedores más importantes que otros y que si es cierto que nadie les cobró a los muertos, también lo es que varios vivos continúan gozando de privilegios.
Si es por la jubilación privada, tendrá que entenderse que después de todo se trata de una deuda entre argentinos y en la Argentina. Es decir, nada que no pueda resolverse a través de la dinámica del mercado interno y del poder adquisitivo real. Si es por el viejito japonés o por algún banco o fondo buitre de Europa o de los Estados Unidos, tendrán que entender que o bien ya la levantaron en pala, o bien tienen ese Estado fuerte que se puede hacer cargo de ellos porque acá no quedó un mango, Viejo Gómez, y porque además apenas se trata de que cobrarán más tarde, pero cobrarán. Y si es por el gobierno argentino, puede aceptarse, cómo no, que la necesidad de vertebrar una imagen de liderazgo implique una verborragia populista y dura, con varios gestos y actitudes meritorios, pero no a costa infinita de disimular sacrificios y sacrificados.
Es esa una mentira de patas cortas, que se diluirá solamente cuando aparezca un programa económico de crecimiento. Por ahora, está claro que Kirchner apuesta a que su fortaleza política le sirva para sostener en el imaginario colectivo que el país no seguirá cayendo. Para estabilizar el deterioro y la pobreza. La hora de la verdad de ese sostén discursivo será cuando no baste con los discursos.

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